Altamira y
deserción
Federico
Ruiz Tirado
Me propuse esta madrugada escribir sobre el
Che. Hace algunos años participé en un acto en Buenos Aires, a la madrugada,
motivado espontáneamente, y hubo poesía, canciones, textos inéditos de autores
inéditos, tangos, mímicas, zarzuelas sureñas como el Cóndor Pasa, canciones de
Mercedes Sosa, de Giecco, evocaciones de un señor grande que vio al Che en los
arrabales, fantasía, lloros y abrazos y vino.
Esta madrugada recordé ese pasaje de mi vida,
recién llegado a Buenos Aires. Y así, intenté buscar una orilla de sueño, pero
la mano zurda del internet me condujo hacia un tema que, al parecer, se ha
estudiado y aquí en Venezuela tiene un sospechoso anclaje, y quizás en el
planeta, el global, el misterioso, el infinito, ese que se toca con los límites
de lo que hasta hace poco, muchos creíamos que era del más allá: me fui dejando
y dejando, como si todo me fuera ajeno, hasta que rocé un tema relacionado con el
cerebro reptil humano, o mejor, del fenómeno: humanos con cerebro reptil. Sí,
sé que hay humanos y humanas que tenemos nuestra porción de reptil. Mi hermano
menor, Leonardo, y Adán Chávez, ambos en edades distintas, tuvieron novias que
en secreto llamábamos “Cascanares”, por ejemplo, para referirse a relaciones
venenosas, o de cuidado.
Yo, en
la penumbra, pensé en la MUD, en la Asamblea Nacional, en Aporrea y en la
Fiscalía esta de ahora, o lo que queda de ella. Pero me pareció exagerado,
tanto de mi parte, como de cualquier semejanza que la Red arroja sobre el tema.
Por lo tanto, busqué en mi repertorio, una Cascabel. Y hallé una Maspanare,
remota y de piel fría, y con ella el sueño, en medio de la intranquilidad que
reina en el país, la zozobra, la muerte y la traición.
Varanus komodoensis:
Ni feo suena a los oídos: fue lo que encontré
en internet sobre ese tema de los Komodos.
Como ven, no se trata de un envión a mi
imaginación propiamente signado por la actual temperatura política del país; al
menos eso pensé, porque antes de “dormir” me extravié en la vorágine de la intente
tras la pista de recetas a base de carbohidratos, platos raros no aptos para
vegetarianos, postres sin azúcares, como debe ser el caso de mi camarada Pedro
Gerardo Nieves, en fin: y sin mucho buscarlo, me topé con una información que
llamó mi atención: la vida, pasión y muerte de los reptiles de Komodo.
Me propuse entrar en los hemisferios
cerebrales –sin el permiso de ellos, claro- de Luisa Ortega, Rodríguez Torres y
esas suertes de plantas que alguna vez fueron vegetarianas y se volvieron
carnívoras (modo Monterroso) y terminaron comiéndose entre ellas: esos
figurones que habitan en una página web
y desde allí se deslizan –no ahora, desde hace Siglos- a echar veneno contra
quien se le atraviese, o lo que es peor, contra quienes los miraban desde lejos
y les daban el sustento.
Comencemos por esbozar el comportamiento de
estos fósiles vivientes, atribuido a la carencia de reacción intelectual ante
la realidad sensible, ante los hechos y la cotidianidad social. Se dice del cerebro reptil:
“No está
en capacidad de pensar, ni de sentir; su función es la de actuar, bajo pulsión,
cuando el estado del organismo así lo demanda. El complejo reptiliano comprende las conductas que se asemejan a los
rituales animales como el aparearse,
cazar o defecar, y las conductas agresivas de defensa y ataque territorial. Se sospecha que los
Dragones Komodo son los más cercanos a los reptiles vivos, que pueden parecerse
a uno de los reptiles del tipo-mamíferos carnívoros que nos dieron nuestro
cerebro proto-reptiliano. Las crías de Dragón Komodo se trepan a los árboles,
tan pronto como sea posible para evitar ser canibalizados por los Dragones
adultos.”
De allí –pensé amaneciendo- que las falanges de Dragones de Komodo,
terroríficamente ataviadas, respondan por instinto de incongruente conservación
tanática, a: “rituales, ceremonias, cine,
televisión, videojuegos; todo lo cual fue creado a partir de la necesidad-compulsiva
de dominio y poder, del cerebro reptiliano.”
Esta perspectiva reptiliana asedia Altamira
y sus alrededores, obedeciendo a una territorialidad extendida mucho más allá
del trozo de tierra común a los seres humanos. Pero también han intentado irse
directo al cuello de Maduro o de Adán Chávez, por ejemplo. Por diferencias -relativas
o inexistentes-, entre ellos y los que imaginan, atacan a los demás;
defendiendo “el nosotros” identificador y sectario. Queman a los otros,
ritualizan con fuego la acción genocida de “controlar a los distintos”, en
tanto amenazan a sus iguales. “Todo racismo es reptiliano”, afirman los
estudiosos del tema; todo fascismo es reptiliano agregamos nosotros.
Mosca, Adán, con esos bichos.
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