miércoles, 14 de junio de 2017



Altamira y deserción

Federico Ruiz Tirado

Me propuse esta madrugada escribir sobre el Che. Hace algunos años participé en un acto en Buenos Aires, a la madrugada, motivado espontáneamente, y hubo poesía, canciones, textos inéditos de autores inéditos, tangos, mímicas, zarzuelas sureñas como el Cóndor Pasa, canciones de Mercedes Sosa, de Giecco, evocaciones de un señor grande que vio al Che en los arrabales, fantasía, lloros y abrazos y vino.
Esta madrugada recordé ese pasaje de mi vida, recién llegado a Buenos Aires. Y así, intenté buscar una orilla de sueño, pero la mano zurda del internet me condujo hacia un tema que, al parecer, se ha estudiado y aquí en Venezuela tiene un sospechoso anclaje, y quizás en el planeta, el global, el misterioso, el infinito, ese que se toca con los límites de lo que hasta hace poco, muchos creíamos que era del más allá: me fui dejando y dejando, como si todo me fuera ajeno, hasta que rocé un tema relacionado con el cerebro reptil humano, o mejor, del fenómeno: humanos con cerebro reptil. Sí, sé que hay humanos y humanas que tenemos nuestra porción de reptil. Mi hermano menor, Leonardo, y Adán Chávez, ambos en edades distintas, tuvieron novias que en secreto llamábamos “Cascanares”, por ejemplo, para referirse a relaciones venenosas, o de cuidado.
 Yo, en la penumbra, pensé en la MUD, en la Asamblea Nacional, en Aporrea y en la Fiscalía esta de ahora, o lo que queda de ella. Pero me pareció exagerado, tanto de mi parte, como de cualquier semejanza que la Red arroja sobre el tema. Por lo tanto, busqué en mi repertorio, una Cascabel. Y hallé una Maspanare, remota y de piel fría, y con ella el sueño, en medio de la intranquilidad que reina en el país, la zozobra, la muerte y la traición.
Varanus komodoensis: Ni feo suena a los oídos: fue lo que encontré en internet sobre ese tema de los Komodos.
Como ven, no se trata de un envión a mi imaginación propiamente signado por la actual temperatura política del país; al menos eso pensé, porque antes de “dormir” me extravié en la vorágine de la intente tras la pista de recetas a base de carbohidratos, platos raros no aptos para vegetarianos, postres sin azúcares, como debe ser el caso de mi camarada Pedro Gerardo Nieves, en fin: y sin mucho buscarlo, me topé con una información que llamó mi atención: la vida, pasión y muerte de los reptiles de Komodo.
Me propuse entrar en los hemisferios cerebrales –sin el permiso de ellos, claro- de Luisa Ortega, Rodríguez Torres y esas suertes de plantas que alguna vez fueron vegetarianas y se volvieron carnívoras (modo Monterroso) y terminaron comiéndose entre ellas: esos figurones que  habitan en una página web y desde allí se deslizan –no ahora, desde hace Siglos- a echar veneno contra quien se le atraviese, o lo que es peor, contra quienes los miraban desde lejos y les daban el sustento.
Comencemos por esbozar el comportamiento de estos fósiles vivientes, atribuido a la carencia de reacción intelectual ante la realidad sensible, ante los hechos y la cotidianidad social. Se dice del  cerebro reptil:
“No está en capacidad de pensar, ni de sentir; su función es la de actuar, bajo pulsión, cuando el estado del organismo así lo demanda. El complejo reptiliano comprende las conductas que se asemejan a los rituales animales como el  aparearse, cazar o defecar, y las conductas agresivas de defensa y ataque territorial. Se sospecha que los Dragones Komodo son los más cercanos a los reptiles vivos, que pueden parecerse a uno de los reptiles del tipo-mamíferos carnívoros que nos dieron nuestro cerebro proto-reptiliano. Las crías de Dragón Komodo se trepan a los árboles, tan pronto como sea posible para evitar ser canibalizados por los Dragones adultos.”

De allí –pensé amaneciendo-  que las falanges de Dragones de Komodo, terroríficamente ataviadas, respondan por instinto de incongruente conservación tanática, a: “rituales, ceremonias, cine, televisión, videojuegos; todo lo cual fue creado a partir de la necesidad-compulsiva de dominio y poder, del cerebro reptiliano.”

Esta perspectiva reptiliana asedia Altamira y sus alrededores, obedeciendo a una territorialidad extendida mucho más allá del trozo de tierra común a los seres humanos. Pero también han intentado irse directo al cuello de Maduro o de Adán Chávez, por ejemplo. Por diferencias -relativas o inexistentes-, entre ellos y los que imaginan, atacan a los demás; defendiendo “el nosotros” identificador y sectario. Queman a los otros, ritualizan con fuego la acción genocida de “controlar a los distintos”, en tanto amenazan a sus iguales.  “Todo racismo es reptiliano”, afirman los estudiosos del tema; todo fascismo es reptiliano agregamos nosotros.

Mosca, Adán, con esos bichos.





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