El elefante
bocarriba
PEDRO CARREÑO EN
NOMBRE DE LA VERDAD
Federico Ruiz Tirado
En la película, El nombre de la rosa, dirigida
por Jean-Jacques Annaud en 1986, se hace evidente esa voluntad de concebir
la narración poco usual de Umberto Eco
o, al menos, cuando concibió la arquitectura de la novela publicada en 1980.
Es prolija la información acerca de la erudición de Eco y de
algún modo excepcional cuando se trata de esta novela para cuya concreción, Eco
habría de emprender una investigación fantástica acerca de los diversos contextos
fundacionales de la obra.
En una oportunidad, el autor confesó –seducido por la crítica- que el amplio, vasto y rigoroso despliegue
narrativo y los trazos de ·realidad” que para un lector prevenido se muestran
evidente o subrepticiamente en la novela, no son en muchos de los casos
ambientaciones metafóricas sino, más bien, investigaciones que realizó durante
años para que la novela mostrara las características naturales de la novela gótica,
el relato medieval y los rasgos y símbolos clásicos de la novela policíaca.
Eco
fue anticipadamente al lugar de los hechos que narra. Conoció el olor, sintió
los climas, descifró los signos crípticos de la religiosidad y monumentalidad
medieval, se adentró en diversos claustros benedictinos, se hundió en la
oscuridad de bibliotecas inaccesibles ubicadas en las lejanas abadías de las
zonas montañosas de Italia, que relataban episodios cruentos de las
inquisiciones y las oscuras historias que se contaban de los grandes prelados y
monjes de la época. Eco palpó los lienzos, las telas, las sotanas y tuvo entre
sus manos los objetos de ese paisaje interior
donde se desarrolla la acción de Guillermo de Baskerville, quien, con
esa brújula metodológica aportada por Eco, se dedica a esclarecer los crímenes
ejecutados en una abadía benedictina en el año 1327.
Varios
años dedicó Eco a la prefiguración de esta novela paradigmática. Varios años
dedicados a prefigurar unos escenarios reconocidos en la historia: una especie reconstrucción
(en este caso a priori) de un tiempo particularmente conflictivo de la historia
y tradición Occidentales.
Tanto la novela como al menos
esa película de Annaud, constituyen un sumario de aquelarres, misterios,
laberintos, donde también están en primer plano los nombres de sus principales
protagonistas. Esta es una película de laberintos. “Un laberinto es un lugar
formado por pasajes y encrucijadas, intencionadamente enredadas para confundir
a quien se atreva a adentrarse”. señaló un crítico de Eco al referirse a la
película y compararla con la novela original.
El peso de la cultura teológica y medieval, van de la mano junto a los
más escabrosos trasfondos que sostenían la inquisición.
Esta evocación de El
Nombre de la Rosa nos surgió frente a la pantalla ayer 4 de julio, cuando
el diputado Pedro Carreño expuso ante el TSJ el proceso de antejuicio de mérito
contra Luisa Ortega. Su impecable exposición despejó cualquier duda albergada
por los confundidos de buena fe, respecto a la sinceridad de las “motivaciones
constitucionales” que la Fiscal esgrime para atacar al Poder Ejecutivo, al Poder
Ciudadano, al Poder Judicial y al Poder Constituyente.
Mientras Carreño
reconstruía ese episodio particular de la infamia que ha protagonizado Ortega
Díaz, ésta se lucía en chacotas y socarronas “interpretaciones” sobre su
proceder como Fiscal.
Con sólido
conocimiento de causa jurídica y causa política, Pedro Carreño, en cambio, no
recurrió a ninguno de los efectismos acostumbrados en estos actos –más aún
cuando éste era televisado- para impactar la audiencia. El diputado hizo gala,
sí, de su trayectoria en controversias
jurídicas dirimidas en el seno parlamentario. Convirtió su experiencia en una
ágil, precisa, y eficaz herramienta discursiva. La sobriedad argumental, y el
dominio de los trasfondos tácticos implícitos en la insurgencia sorpresiva de
la señora Ortega, le dieron a la actuación del ponente, un cierto sabor de pequeña
pieza oratoria de estos tiempos chavistas.
Para hablar más
claro: Pedro Carreño se lució.
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