lunes, 2 de mayo de 2016

Niños de primera, niños de segunda…

Se nace con el estigma de una categoría determinada por el prejuicio.
He visto muchas veces el gesto de desprecio ante un menor pobre, mal vestido, sucio y hambriento. No es un gesto de desprecio hacia quienes de una u otra forma lo ha condenado a una vida de miseria, sino hacia la víctima: ese niño o niña cuyo destino está en manos de adultos cuyo poder de decidir, de acuerdo con sus propios intereses y visión de las cosas, marcará el rumbo de su existencia.
En una avenida cualquiera cuando el semáforo marca el alto, se acercan, botellita de plástico en ristre, a lavarle el parabrisas del auto por lo que usted quiera darle. Quizá usted le siga el juego por una moneda de a veinticinco, pero por lo general lo que esos menores reciben es un gesto de rechazo y una mirada severa que se puede traducir como: “cuidado y me tocás el carro”, antes de reemprender la marcha con las ventanillas herméticamente cerradas por el temor a ser víctimas de un asalto.
En el semáforo siguiente, otros más audaces realizan modestos espectáculos de acrobacia con la esperanza de recibir algo de dinero. Son niñas y niños de edades que oscilan entre 4 y 9 años, cuyo magro estado físico apenas les permite ejecutar unas tímidas piruetas. Se sabe de la existencia de redes de explotación que utilizan a decenas de niños y niñas para mendigar durante largas y extenuantes jornadas, razón por la cual muchos les dan la espalda, convencidos de actuar correctamente para no alimentar esa forma de explotación.
Sin embargo, la realidad de la niñez en situación de calle rebasa esos marcos. La profundización de la pobreza en grandes sectores de la población, sumado a la falta de atención en salud reproductiva, la ausencia de políticas de población, el estigma religioso contra los anticonceptivos y los obstáculos para ofrecer educación de calidad han condenado a las familias a un régimen de sobrevivencia tan extremo, que en él no cabe el lujo de ofrecer un mejor pasar a sus propios hijos.
Esa niñez abandonada a su suerte no parece tener espacio en las prioridades de Gobierno como tampoco en las de una comunidad humana más centrada en mantener su estatus que en ocuparse de problemas ajenos. El caso es que esa niñez arrojada a las calles no es un tema ajeno, sino uno concerniente a toda la ciudadanía. ¿Cómo se podrá avanzar en el combate a la violencia con un contingente tan numeroso de candidatos a integrar pandillas? Porque en ellas reside una de las escasas salidas de estos niños a la situación de extrema necesidad en la cual transcurre su vida.
Desde una perspectiva tan estrecha como deshumanizante, la sociedad suele observar a la niñez en situación de calle como un problema ajeno en cuya solución no tiene responsabilidad alguna. A pesar de existir oenegés y algunas instituciones del Estado cuya labor para paliar la situación de estos menores resulta insuficiente ante la abrumadora realidad, cada día son más los niños desprotegidos, enfrentados a perder la vida entre drogas, violencia callejera y presiones de las organizaciones criminales para obligarlos a engrosar sus filas.
Estos son los niños “de segunda”: nacidos en circunstancias de miseria, víctimas de numerosas formas de violencia dentro y fuera de su hogar, sin capacidad para encauzar su vida por una ruta de progreso y mucho menos para desarrollar su potencial físico, intelectual y humano. Ellos representan la gran deuda de la sociedad. Una deuda que pesa como un inmenso lastre contra cualquier esfuerzo por alcanzar el desarrollo y salir de la espiral de retraso en que se encuentra el país.
@carvasar
FEATURED

Dueños del agua (dueños de la vida)

EL AGUA ES UN BIEN COMÚN ESENCIAL PARA LA VIDA EN TODAS SUS FORMAS.

No debería ser necesario describir cuán importante es el agua en la vida de las personas porque cualquier ser humano lo comprende, experimenta y es consciente de la catástrofe que supondría el agotamiento de este recurso. Sin embargo, solemos usarla de manera inadecuada, sin conciencia del enorme privilegio de tener acceso a este regalo de la naturaleza cada día a cualquier hora, mientras grandes conglomerados humanos carecen de ella.
Durante décadas recientes, el planeta ha experimentado la reducción progresiva de sus fuentes hídricas, provocada en buena medida por la deforestación de enormes extensiones de bosques, desvío de ríos para uso industrial, salinización de la napa freática, contaminación de pozos, lagos y otros cuerpos de agua de los cuales se surten los poblados. Esto ha generado la mirada codiciosa de grandes consorcios cuyo objetivo es el control de su distribución por ser un rico filón para explotar y beneficiarse económicamente de la necesidad de otros.
En esa misma línea está la concentración de riqueza en países desarrollados, cuyas excesivas demandas de agua y la escasa educación de sus habitantes con respecto a su uso ponen en peligro la disponibilidad para los habitantes de otras áreas más pobres y vulnerables. A eso se añade la resistencia de esas naciones a implementar políticas de sostenibilidad que podrían reducir a niveles racionales sus costosos estilos de vida, mientras exigen a las naciones menos desarrolladas implementar medidas de conservación de sus recursos.
La desigualdad entre naciones es un factor de enorme riesgo, como se demuestra en el poder ejercido sobre gobiernos débiles con el propósito de conseguir privilegios para las grandes compañías industriales, extractivas, agroindustriales y productoras de energía. En este juego de poderes, el agua es una protagonista esencial para complementar cualquier plan de explotación de recursos.
En estos momentos de la historia, muchos países sufren el impacto de la escasez de agua en grandes sectores de la población. Entre ellos, algunos de primer mundo cuyo lujoso estilo de vida está basado en un desequilibrio extremo entre sus demandas de materias primas, minerales, hidrocarburos, maderas finas y otros bienes, con la miseria de las naciones que se los proveen a costa de la depredación de sus territorios.
El calentamiento global, ese fenómeno cuya existencia rechazan los círculos industriales a quienes se debe, en gran medida, la pérdida de masa boscosa y la excesiva producción de gases invernadero, es ya una realidad expresada en un cambio climático cuyas víctimas se acumulan año tras año. En ese escenario, las fuentes hídricas se secan, los habitantes emigran debido a la pérdida de sus cultivos y a condiciones de vida imposibles para la supervivencia.
En estos días de calor excesivo, miles de hombres, mujeres y niños han marchado desde distintos puntos de Guatemala para llamar la atención sobre la importancia del agua en la vida de las personas y de su entorno. Estos ciudadanos vienen a exigir al gobierno políticas públicas coherentes con los derechos de la población, respetuosas de su derecho a gozar de este recurso, pero también medidas para detener el abuso de quienes contaminan y se roban impunemente las fuentes de agua de las cuales se surten las comunidades. El mandato constitucional es claro: El Estado de Guatemala se organiza para proteger a la persona y a la familia; su fin supremo es la realización del bien común. Que los habitantes tengan derecho al agua, por lo tanto, debe ser política de Estado.

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