sábado, 28 de mayo de 2016

Earle Herrera 720

Earle Herrera: Ni Carmona se atrevió

Después de la Carmonada se desató un tiempo de negación y delaciones chivoexpiatorias. Yo no fui. Todavía en la AN y la MUD, que conspiró en 2002 bajo el alias de “Coordinadora Democrática”, se sacuden con que “Carmona nos rayó” (Ramos Allup dixit). Yo no estaba allí. Pocas veces unos golpistas han denigrado tanto del coronado cabeza del golpe.
De esas negaciones habla el tantas veces negado Pedro en su obra Mi testimonio ante la historia. Pero un libro no basta. Tendrá que escribir un segundo tomo porque, a 14 años de aquellos hechos, cada día se suman nuevos negadores. “Ni lo conozco”, juraba uno antier en la Asamblea Nacional.Y ya que menciono la Asamblea, hoy controlada por la Cuarta República y sus nietos, la misma ha reivindicado a Carmona Estanga, no con sus palabras sino con sus obras. Con las primeras, lo niega; con las segundas, lo desagravia. Este parlamento ha hecho lo que ni el mismo Carmona se atrevió en su hora: pedir la aplicación de la Carta de la OEA a Venezuela, viejo planteamiento de Washington, como colchón diplomático para una intervención extranjera en la patria de Bolívar.
El lúcido y vehemente Jorge Olavarría lanzó una perorata contra Carmona Estanga por el daño que con su acción usurera -retornaría los créditos indexados y las cuotas balón- causaría al empresariado. Parafraseando su “yo acuso” de aquel día, ante el vergonzoso acuerdo del parlamento venezolano en el que solicita la intervención de su país, se podría decir: “La factura de ignominia que la Asamblea Nacional, su directiva y mayoría circunstancial han impuesto a las hijos e hijas de la República Bolivariana de Venezuela, no se saldará fácilmente”.
Desde que se inició la revolución bolivariana, bajo el liderazgo del comandante Hugo Chávez, hemos visto golpe de Estado, dictadorzuelos -estos sí- autojuramentándose, disolución de los poderes públicos, toma militar de plazas, sabotaje petrolero, firmas planas y cruentas guarimbas criminales. Pero todavía se podía descender más: hoy un poder del Estado, la Asamblea Nacional, pide con subterfugios la intervención extranjera en una hora aciaga para la República.

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