jueves, 28 de enero de 2016

Abya Yala, integración y resistencia.
Rafael Pompilio Santeliz
Aún recuerdo, por las lecturas de antiguos cronistas, la admiración alucinante que tenían los peninsulares por estas tierras de gracias. La mudez por lo extraordinario no obstaculizaba sus juicios de funestas intensiones. El vivo amor y respeto de nuestras hembras indígenas fue puesto en entredicho por los “olorosos a chivo”, el desprecio y la soberbia ibérica las catalogó de mujerzuelas y de ahí se inspiraron para bautizar a nuestro país. Nuestra vecina Colombia, el pueblo que más se nos parece, tiene nombre de vil rufián. Por allí empezaron pretendiendo aniquilarnos junto a la “nación sin nombre” que les secundó hasta hoy.
Bajo la política de eliminar a los pueblos libres nucleados en torno a las tierras comunales se arrasó con los Yaquis en México, buscando con ello no sólo la apropiación sino la eliminación de ese fundamento socializante que creaba filosofías de vida diferente a la cruzada de quienes nunca vinieron a descubrir. Argentina, bajo la égida del “orden y el progreso” cuadruplicó su población con inmigrantes, para “mejorar la raza” y borrar el rastro indígena de las Pampas. Uruguay, creación inglesa, fue puesto de espaldas a sus hermanos, disfrazándolo de “perfecta Suiza”. Del Perú poco se sabrá, por tanta masacre, oro y latifundio oligarca. Haití, castigado por su osadía libertaria con culturas del miedo. Chile siguió sumiso a la autoridad, inventando dictadores, siguiendo nazis, que son escuela, y Centro América sólo sembró bananos. Decir América, es ya coloniaje.
Esa política de odio con que vinieron, el odio del negro traído a rastras, el odio indígena, con su silencio encadenado, el odio por violaciones violentas del amo que preñaron mas odio mestizo. La deformación mestiza en plena orfandad e intemperie identitaria, ha privado el encuentro de los juntos. Desprendidos fuimos, como papagayo sin rumbo, de nuestro sino natural.
Luego, el vacío de autoridad dejado por España, fue llenado por la balcanización de los países nacientes y su manera de ser “argentinos”, “chilenos” o “paraguayos”. Para ello se creó un andamiaje de estructuras pétreas, un Estado Nacional hecho a prisa, con sus instituciones y códigos a imagen y semejanza del invasor y el apuro por acomodar los nuevos amos.
Los criterios de Nación fueron puestos por decretos, a espaldas de pueblos originarios, y los símbolos del alma quisieron llenarlos con “caballitos blancos de Bolívar” y el amarillo, azul y rojo, como bandera de los piojos, estuvo unida a monedas únicas y a himnos oligarcas que repetimos a cansancio sin interiorizar que oficializan la desigualdad.
Como pueblo nos han caricaturizado hasta el socialismo, que es nuestra génesis. Nuestros mismos paradigmas ya iban permeados por un fatalismo solapado. Por el camino que conllevaba la integración latinoamericana, bajo la égida liberal, enciclopedista, íbamos a ser unos Estados Unidos más, de haber triunfado en ese tiempo. Jugando al proceso presentimos una esperanza. Fe que no corta los nudos para hacernos posibles. Inacabado a quedado este continente con sus 40.000 años de existencia, más por dominación y dependencia que por falta de valores, saberes y filosofías de vida, mucho más ricas que las impuestas por la concepción “civilizatoria” occidental.
Más, nunca pensaron que con el tiempo podríamos descubrirnos nosotros mismos, en un abrazo franco, o una conversa que devele inconscientes colectivos. Afloran en tiempos de emergencias políticas genes memoriales asidos en el mutualismo del arrabal, bajo la magia de un río o en esa tristeza inesperada sin causa aparente, que busca el recuerdo de la despreocupación comunal. Cada vez que vibramos y nos atrevemos al vuelo, sólo recordamos a los juntos. Esa armonía intrínseca que nos ha negado el cultivo de la angustia como política infernal. Algunos se fueron acostumbrando a lo horroroso y ya les parece normal. Otros, seguimos levantando piedras para asombrarnos, a lágrima viva, con el trabajo de las hormigas.
La trampa, antes esclavista, luego neoliberal y ahora reformista desarrollista, nos acosa a cada paso. Más, saltamos sin la prepotencia de pensar que pisamos el último escalón. Mostramos una manera de ser, para quien le interese. Sin fracturas ni imposiciones. Valorizando la diversidad que nos nutre, sin pretender uniformar.
Los Ciudadanos del mundo, como antes nos decíamos, seguimos surcando síntesis emancipatorias. Abarcando variadas formas de resistencia, sembrando bombitas de tiempo, que no se sabe cuándo explotarán. Porque esta Nación de utópicos que alcanza desde la Patagonia hasta las puntas prohibidas, vive desde hace tiempo anónima, en nuestra privacidad colectiva. Revelar, desbordar y violentar ese orden ajeno es nuestra intención, en lo interno. Para afuera, resurgimos, carcomemos, invadimos y obramos sobre el mismo norte, penetrando auténticos a sus territorios. La creación latina, esa nación continente que los confunde y permea, será su perdición. Somos la antítesis en plena real maravilla. Los desarreglados que transforman, en un insólito real la antigua pesadilla. La antilógica que burla lo convencional. Salvajes encantadores de serpientes que buscan el sol de la justicia. Total, ¿qué más vamos hacer? Si nuestros padres nos hicieron de muy buenas ganas y con reales y claras intenciones libertarias.

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