miércoles, 24 de febrero de 2016

CAMILO TORRES:

MEDIO SIGLO DE 

ATROCIDADES
(Por Atilio A. Boron) Las urgencias de la coyuntura y una serie interminable de compromisos políticos y académicos me impidieron subir a mi blog y publicar en FB estas pocas líneas rememorando en tiempo y forma el cincuentenario de la caída en combate del padre Camilo Torres Restrepo, acaecida el 15 de Febrero de 1966 en Patiocemento, San Vicente de Chucurí, Santander. No fue el primero ni sería el último clérigo que tomaría las armas en su afán por hacer realidad los ideales del cristianismo en Nuestra América. Sin ir más lejos Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos son los padres de la independencia de México, y hubo muchísimos sacerdotes que, antes o después, sustituyeron las homilías en el púlpito para empuñar las armas y enfrentar a un orden que se proclamaba cristiano y que era exactamente lo opuesto.
Apremiado por las circunstancias no tengo tiempo de abundar en los detalles de la vida de Camilo, y por ello agrego a continuación la estupenda nota que Gilberto López y Rivas publicara en La Jornada días atrás. Quería, eso sí, detenerme para subrayar lo siguiente: la muerte de Camilo fue un crimen que sigue consumándose, día a día, minuto a minuto. Un crimen impune, porque sus victimarios se apropiaron de su cadáver que permanece desaparecido hasta el día de hoy. La desaparición de personas, como crimen de lesa humanidad, es imprescriptible y subsiste como crimen hasta que se produzca la aparición, viva o muerta, de la víctima. Por eso decimos que es un crimen continuo, una atrocidad ininterrumpida a lo largo de cincuenta años. Camilo no descansará en paz hasta que sus restos sean devueltos a sus familiares, a sus amigos, a sus camaradas, a quienes levantaron la bandera de la liberación nacional en Colombia y respondieron positivamente a su ferviente y constante llamado a la unidad de todas las fuerzas que luchan por construir un mundo mejor.
Camilo fue un sacerdote ejemplar y, a la vez, un brillante sociólogo. Comprendió como pocos que la clave de bóveda de todo el edificio de la dominación oligárquica en Colombia se encontraba, y todavía hoy se encuentra, en el agro. Por eso su insistencia en la impostergable necesidad de la Reforma Agraria, primer punto de su “Plataforma para un Movimiento de Unidad Popular”. Y sabía también que sólo la unidad del campo popular haría posible la fundación de una nueva sociabilidad no sólo en Colombia sino en toda América Latina. Fue uno de los fundadores de la Teología de la Liberación. Se declaró “revolucionario” como colombiano, porque no puede estar ajeno a las luchas de su pueblo; como sociólogo, porque gracias al conocimiento científico que tiene de la realidad ha llegado al convencimiento de que las soluciones técnicas y eficaces no se logran sin una revolución; como cristiano, porque la esencia del cristianismo es el amor al prójimo y solamente por la revolución puede lograrse el bien de la mayoría; y como sacerdote, porque la entrega al prójimo que exige la revolución es un requisito de unidad fraterna indispensable para lograr el cabal cumplimiento de su misión.
A cincuenta años de su muerte Camilo es como las estrellas, cuya luz llega a la Tierra pese a que se extinguieron hace millones de años. Camilo fue asesinado y su cuerpo robado, pero su luz sigue presente, hoy más que nunca, iluminando las luchas emancipatorias de Nuestra América.

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