domingo, 27 de febrero de 2011

REVOLUCIONES PACIFICAS



Jon Juanma
Durante estos agitados días no dejamos de oír en prensa, televisión e internet sobre las revoluciones en el Norte de África y Oriente Próximo. Y una de las características que la mayoría de los medios destacan sobre éstas es el componente pacífico de las mismas.
Además del pacifismo de las revueltas, una y otra vez, los medios de comunicación masivos nos transmiten otros aspectos de esa matriz de opinión en la que las revoluciones del siglo XXI aparecen impulsadas por medios como Facebook, Twitter u otras redes sociales mediante el valeroso empeño de líderes periféricos de clase media occidentalizados (léase modernos/buenos). Hombres y mujeres que luchan por lo que tenemos aquí (“democracias” por si no caía en la cuenta) contra malvados y “tercermundistas” déspotas.
 Además, en este relato posmodernista los obreros (léase sucios/molestos/feos) aparecen poco menos que como monos de comparsa, miembros de un conjunto protoarcaico, periférico, anecdótico, casi imposible y en todo caso obsoleto, llamado “clase trabajadora”. Un ingrediente caduco que se empeña en permanecer en la nevera de nuestros días para disgusto de la “progresía” posmodernista. Así que, en definitiva, tenemos revoluciones “limpias” con gente joven derrocando malvados dictadores (que anteayer no lo eran para el “mundo libre”) a través de métodos pacíficos. Visto así, ya casi podríamos visualizar el próximo anuncio de Coca-Cola donde esculturales jóvenes árabes occidentalizados cantarían en una manifestación tipo videoclip de Santana bañados por las burbujas del conocido refresco mientras la voz en off dice en perfecto y seductor árabe: “Rompe con el pasado y saborea tu libertad”. Pero desde una perspectiva crítica, deberíamos preguntarnos si estas revoluciones son verdaderamente pacíficas, y si lo son: ¿Para quién?
 Repasemos los datos que tenemos hasta el día en que escribo estas líneas: más de 345 muertos en Egipto1, 219 muertos en Túnez2, 5 muertos en Marruecos3, 300 muertos en Costa de Marfil4, 12 muertos en Yemén5, 7 muertos en Bahrein6, y de 46 a 62 muertos en Libia según otorguemos mayor credibilidad a Aministía Internacional o Human Right Watch7. Además en otros países como Arabia Saudí, Irán, Argelia, Djibouti o Kuwait, también se están dando fuertes protestas y manifestaciones pero aquí las cifras de víctimas no acaban de ser del todo fiables dado el oscurantismo informativo que existe en muchos de esos regímenes, si bien todo parece indicar, lamentablemente, que lo más probable es que se estén produciendo. Y por supuesto dentro de todo este “paraíso pacifista” hablamos “sólo” de víctimas mortales. Deberíamos añadir los miles de heridos, detenidos y/o torturados8. Entonces al final, ¿tenemos revoluciones pacíficas o violentas?9
 Allá por 1848 los jóvenes Marx y Engels ya lo tenían muy claro. En el Manifiesto escribían que las revoluciones serían violentas, sin ninguna duda. Y no porque los amigos comunistas fueran unos sanguinarios deseosos de colgar empresarios y aristócratas de la copa de un pino (el propio Engels era empresario), sino porque sencillamente entendían que la mayoría de los miembros de las clases dirigentes, los propietarios de los medios de producción, no se dispondrían pacíficamente a devolver con una sonrisa en sus rostros todo aquello que robaron al pueblo tras años de explotación y latrocinio. Robo forjado al amparo de sus leyes derivadas de la propiedad privada y el predominio en el control de las fuerzas coercitivas (Ejército, Polícia, etc). Y todo esto simplemente porque las élites de las clases poseedoras, a diferencia de la mayoría de los miembros del pueblo, sí tienen conciencia de clase todo el tiempo.
 No una vez cada muchos años como el pueblo. Se lo crea usted o no, realizan una lucha de clases todos y cada uno de los días de su existencia para garantizar y aun ampliar su poder en el sistema-mundo en que vivimos. Lo hacen desde las empresas, los juzgados, los parlamentos, las universidades, la televisión, la publicidad, los libros, el cine, etc. Y si en los tiempos de “paz” les da igual condenar a la muerte a millones de personas en el mundo por hambre10 o guerra, ¿de verdad cree que dudarían en pegarle un tiro en la cabeza si usted formara parte de una de esas “turbas” que pusieran en peligro sus intereses?
 Nosotros les importamos menos que nada, y sinceramente considero que ésta es una de las primeras lecciones políticas que deberíamos aprender si queremos actuar seriamente en pro de la emancipación del ser humano. Más allá del seductor contoneo de las sacrosantas banderas nacionales ondeadas bajo la partitura de la alienación colectiva y la danza de los payasos célebres (llamense Alonso, Messi, Shakira o Maldonado), ésta es la primera lección que deberíamos aprender: ellos no creen que usted sea parte de su grupo, ergo ellos no creen en las banderas que muchos de los de abajo besan y ondean reproduciendo una falsa aunque anhelada unidad. Estas telas pintadas ocultan las vergüenzas de una sociedad enfrentada entre los dueños del capital y los esclavos asalariados a duras penas propietarios de sus cuerpos. Humanidad escindida entre los que disfrutan de la mayor parte del producto del trabajo social y aquellos que, para poder si quiera aspirar a tener un techo sobre el que cobijarse o alimentos que echarse a la boca, deben vender la mayor parte del tiempo de su vidas a los expropiadores.
 Y esta infección del pensamiento burgués, del poder dominante, sobre las llamadas “revoluciones pacíficas” arriba con la resaca de la marea postcolonial hasta las fronteras de un país, donde se supone, hay un ejecutivo gobernado por socialistas, como se reconocen (así mismas) las propias autoridades venezolanas. Allí, sorprendentemente, se viene repitiendo una y otra vez que la revolución que acontece en esas tierras es “pacífica”, haciéndole el juego al pensamiento de derecha. ¿“Pacífica” de qué? ¿Pese a haber sido asesinados cientos de luchadores sociales como sindicalistas, abogados, líderes indígenas y populares?11
 Desde luego que la “revolución” ha sido pacífica para la oligarquía venezolana, para los De Abreu, Macedo, Mendoza, Cisneros y compañía. Prueba de ello es que muchos de los que organizaron el golpe de estado en 2002 contra el gobierno de Chávez fueron absueltos de muchos delitos con un Decreto de Amnistía que el mismo Chávez promulgó el 31 de diciembre de 2007 para esos “demócratas de derecha” a pesar del consiguiente escarnio entre las bases revolucionarias. Sin duda, hay que reconocer que la mayoría de esos oligarcas siguen en sus mansiones y con su dinero en los bancos, de un modo harto “pacífico”. Extraña revolución aquella que no es capaz de, por dejadez o falta de convicción, cuando no por cierta connivencia, impedir que a los miembros más combativos del pueblo se les asesine y en cambio, sí garantiza la seguridad jurídica a la élite explotadora. Extraño camino al socialismo, extraña “revolución” la caribeña...
 Extraño pacifismo en todo caso el de todas estas revoluciones. Parece que, al margen de los discursos y la ampulosa retórica, unas muertes cuentan más que otras. Así los 365 asesinados del pueblo egipcio no merecen que se le quite el epíteto de “pacífica” a su principio de revolución, quizás sea porque los violentos de siempre fueron “respetados” y sus amigos de allende los mares también (con sus multimillonarios contratos empresariales). Tengan por seguro que si las cosas se profundizan y el pueblo egipcio consigue forzar a sus gobernantes que renegocien o nacionalicen algún sector de la economía egipcia en manos de multinacionales foráneas, la prensa “libre” occidental comenzará a repetir como una papagaya que la revolución en Egipto se tornó “violenta”.
 No me malinterprete el lector, con este artículo no quiero que crean que abogo por cortarles el cuello a los explotadores o proclamar el culto a la violencia en las revoluciones. Si lo hiciéramos, nos convertiríamos en parte de ellos, ensuciaríamos nuestros sujetos humano-políticos desviándonos del objetivo emancipador y dificultaríamos el ánimo prosocialista de las masas. Más bien lo que sugiero es que las cárceles, abarrotadas de no pocas víctimas sistémicas, sean oxigenadas reduciendo la densidad de presos por m2 con unos pocos hijos de sus madres que actualmente siguen viviendo “pacíficamente” de la explotación y la violencia generalizada. Auténticos criminales que sortean la justicia a golpe de talonario, desde cámaras legislativas y tribunales. Además, por supuesto, tendríamos que reingresar toda su fortuna a las arcas públicas y declarar inoperativas todas sus cuentas extranjeras (en paraísos fiscales y bancos del norte). Porque ya está bien de que se les permita que “pacíficamente” nos vayan matando a todos, millones a millones, de miles a centenas, de centenas a decenas, uno a uno. De muerte lenta o súbita. Ya basta.
 Nosotros sí queremos la paz, ellos nunca la quisieron. Lo que para nosotros es nuestro más excelso sueño, para ellos sólo significa el final de su permanente orgía genocida de cuerpos asalariados sacrificados a cambio de plusvalía. La violencia es su medio y su único remedio; la paz nuestra meta, fuerza y fortaleza. Nuestra bandera siempre ha sido la blanca y debemos garantizar que lo siga siendo hasta el último momento, hasta que no exista otra posibilidad para nuestra supervivencia que teñirla de rojo. Pero la suya es la de la violencia, siempre lo ha sido y siempre lo será mientras existan los explotadores. Dos no bailan si uno no quiere.
 En tiempos de paz y en tiempos de guerra permanecerá la violencia mientras se produzca explotación (estructural, individual, colectiva, etc.), sólo que en las revoluciones, si verdaderamente lo son, la violencia también se vuelve como un boomerang contra los violentos sistémicos de siempre. Por eso no hay nada que les aterre más que una revolución, sinónimo de la posibilidad que tienen, muy de vez en cuando, de encontrar una horma a su zapato.
 Cuando sus medios de comunicación dicen “revoluciones pacíficas” los explotadores anhelan que el pueblo continúe poniendo los cuerpos para contar muertos, explotados, castrados y desempleados. Le prometen reformas, medallas y días “nacionales” en los calendarios de la derrota. Nos aseguran encenderán velas, cantarán himnos a “los mártires de la patria” y todos seguiremos juntos, enmomiados en telas multicolores pintadas por las manos de los esclavos, mientras no dejamos de bailar el vals de los condenados al ritmo que marcan las razones del Mercado.
 Ante las revoluciones, las élites de aquí y de allá nos pedirán por favor, asustados ante el poder inigualable del pueblo unido, que nos dejemos “razonablemente” persuadir para seguir siendo explotados y asesinados en el más pútrido de los silencios, entre la farsa de unas democracias que no lo son y las “razones de Estado”. Rompamos ese enmudecimiento de la dignidad. Hay demasiada sangre derramada, demasiados sacrificios, como para no hacerlo.
 Nosotros queremos la paz y ellos la guerra, no queda otra, no lo elegimos: libremos la última batalla en nombre de la paz.
 Empecemos llamando a las cosas por su nombre.
Es el principio del camino al Socialismo.

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