El Premio Nobel de la Paz
Apenas hablaré del pueblo cubano, que un día barrió de su Patria el dominio de Estados Unidos, cuando el sistema imperialista había alcanzado la cúpula de su poder.
Hombres y mujeres de las más diversas edades se han visto desfilar el 1º de Mayo por las plazas más simbólicas de todas las provincias del país.
Nuestra Revolución surgió en el lugar menos esperado por el imperio, en un hemisferio donde actuaba como dueño absoluto.
Cuba pasó a ser el último país en librarse del yugo colonial español y el primero en sacudirse de la odiosa tutela imperialista.
Pienso hoy fundamentalmente en la hermana República Bolivariana de Venezuela y su lucha heroica contra el saqueo despiadado de los recursos con que la naturaleza dotó a ese noble y abnegado pueblo, que un día llevó sus soldados a los rincones apartados de este continente para poner de rodillas al poderío militar español.
Cuba no necesita explicar por qué hemos sido solidarios, no solo con todos los países de este hemisferio, sino también con muchos de África y otras regiones del mundo.
La Revolución Bolivariana ha sido también solidaria con nuestra Patria, y su apoyo a nuestro país se convirtió en un hecho de gran importancia en los años del Período Especial. Esa cooperación sin embargo no fue fruto de solicitud alguna por parte de Cuba, como tampoco lo fue establecer ninguna condición a los pueblos que requirieron de nuestros servicios educacionales o médicos. A Venezuela le habríamos ofrecido en cualquier circunstancia la máxima ayuda.
Cooperar con otros pueblos explotados y pobres fue siempre para los revolucionarios cubanos un principio político y un deber con la humanidad.
Me satisface enormemente observar, como hice ayer a través de Venezolana de Televisión y TeleSur, el profundo impacto que produjo en el pueblo hermano de Venezuela la Ley Orgánica del Trabajo promulgada por el líder bolivariano y Presidente de la República, Hugo Chávez Frías. Jamás vi nada parecido en el escenario político de nuestro hemisferio.
Presté atención a la enorme multitud que se reunió en plazas y avenidas de Caracas y, en especial, las palabras espontáneas de los ciudadanos entrevistados. Pocas veces vi, y tal vez nunca, el nivel de emoción y esperanza que estos ponían en sus declaraciones. Se podía observar con claridad que la inmensa mayoría de la población está constituida por trabajadores humildes. Una verdadera batalla de ideas se está librando con fuerza.
Rafael Correa, presidente de Ecuador, declaró valientemente que más que una época de cambio estamos viviendo un cambio de época. Ambos, Rafael Correa y Hugo Chávez, son cristianos. Obama, en cambio, ¿qué es, en qué cree?
Al cumplirse el primer aniversario del asesinato de Bin Laden, Obama compite con su rival Mitt Romney en la justificación de aquel acto perpetrado en una instalación próxima a la Academia Militar de Pakistán, un país musulmán aliado de Estados Unidos.
Marx y Engels nunca hablaron de asesinar a los burgueses. En el viejo concepto burgués los jueces juzgaban, los verdugos ejecutaban.
No hay dudas de que Obama fue cristiano; en una de las vertientes de esa religión aprendió el oficio de transmitir sus ideas, un arte que le significó mucho en su ascenso acelerado dentro de la jerarquía de su partido.
En la declaración de principios de Filadelfia, en julio de 1776, se afirmaba que todos los hombres nacían libres e iguales y a todos les concedía su creador determinados derechos. Por lo que se conoce, tres cuartos de siglos después de la independencia, los esclavos negros seguían siendo vendidos en las plazas públicas con sus mujeres e hijos, y casi dos siglos después Martin Luther King, premio Nobel de la Paz, tuvo un sueño, pero fue asesinado.
A Obama el tribunal de Oslo le obsequió el suyo y se había convertido casi en una leyenda. Sin embargo millones de personas deben haber visto las escenas. El Premio Nobel Barack Obama, viajó aceleradamente a Afganistán como si el mundo ignorara los asesinatos masivos, la quema de libros que son sagrados para los musulmanes y los ultrajes de los cadáveres de las personas asesinadas.
Nadie que sea honesto estará jamás de acuerdo con los actos terroristas, pero ¿tiene acaso el Presidente de Estados Unidos el derecho a juzgar y el derecho a matar; a convertirse en tribunal y a la vez en verdugo y llevar a cabo tales crímenes, en un país y contra un pueblo situado en el lado opuesto del planeta?
Vimos al Presidente de Estados Unidos subiendo al trote los peldaños de una empinada escalera, en mangas de camisa, avanzar con pasos acelerados por un pasillo volante y detenerse a endilgarle un discurso a un nutrido contingente de militares que aplaudían con desgano las palabras del ilustre Presidente. Aquellos hombres no eran todos nacidos ciudadanos norteamericanos. Pensaba en los colosales gastos que eso implica y que el mundo paga, pues ¿quién carga con ese enorme gasto que ya rebasa los 15 millones de millones de dólares? Eso es lo que ofrece a la humanidad el ilustre Premio Nobel de la Paz.
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