jueves, 24 de mayo de 2012


LETRA INSURRECTA

Rueda libre


ROSA ELENA PÉREZ MENDOZA
rosaelenaperez@gmail.com
Llevábamos dos fines de semana queriendo romper la rutina comercial que nos secuestra sábados y domingos, porque entre el Día de la Madre, los cumpleaños y el mal tiempo no habíamos podido ser realmente libres. La ocasión llegó y no era asunto de desperdiciarla: dispusimos ropa y ánimos para la tarea postergada y nos fuimos con la ilusión bailoteando en los gestos.
Desayunamos barato, limpio y bien atendido en la nueva Panadería Venezuela, del IPSFA y, a pie, recorrimos un luminoso Paseo Los Ilustres hasta llegar a la redoma de Los Símbolos, donde encontramos pequeños pintores trazando líneas y jugando con los colores de una mañana plena de caballetes a su medida. Admiramos flores, caminerías y pajaritos mientras nos enterábamos de la dinámica para usar las bicicletas atómicas. Hicimos la cola que avanzaba con cierta rapidez a pesar de la cantidad de gente que allí estaba, nos tomaron la tensión para ver si estábamos en condiciones de ejercitarnos y comenzó la fiesta.
Recorrimos en grupo parte del Paseo La Nacionalidad durante media hora de aire fresco en todo el cuerpo y una felicidad archivada en la memoria de mis 17 años. No podía creer que hubiese transcurrido tanto tiempo sin sentir la libertad de dirigir mi mirada hacia cualquier punto de un paisaje desprovisto de un marco de latón y vinil que lo restringía y afeaba. Todo este tiempo sin sentir el desplazamiento suave y discreto de un artefacto amable con la gente y con el planeta me hizo consciente del vacío añejo que arrastraba desde edad aventurera.
Recordé el texto de Julio Cortázar –de su libro Último round- donde refería una evolución de la civilización al revés en materia de desplazamiento: del jet se pasaba al avión de hélice, de éste al barco de vapor y al ferrocarril, del ferrocarril a la diligencia y de esta última a la bicicleta; respecto a la cual decía: “La bicicleta, medio de transporte altamente científico, se sitúa históricamente entre la diligencia y el ferrocarril, sin que pueda definirse exactamente el momento de su aparición”. ¡Jaja! Razón tenía Cortázar al relatarnos la civilización a la inversa de como la ordenan los manualitos de historia, porque andar sobre dos silenciosas ruedas me parecía ese domingo el mayor hallazgo del mundo después de mi larga ausencia ciclística y de un suplicio extremadamente dilatado de sometimiento al carro.
Compartir ese grato instante con la ciudad y encontrarme con la felicidad de la gente me hizo ver que otro mundo es posible: el del encuentro con nosotros mismos, con los otros y con el ambiente de modo menos contaminante, más libre, más pacífico.

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