Latinoamérica ojal de sueños
Rafael Pompilio Santeliz
El tener que vérselas con su
propia historia ya no agobia a los intelectuales latinoamericanos. Para América
Latina ha comenzado el futuro. Los proyectos y escritos de ensayistas
políticos, sociales y culturales se multiplican de manera serena. Las
fluctuaciones entre el pesimismo sistemático y el optimismo lírico, apuran por
resolverse. Avanzamos con generosidad entre lo imposible de nuestras mismas
creaciones literarias. Nos desquitamos del error histórico con los éxitos de la
política.
Ave Fénix que renace de las
cenizas del pasado. Ante el mundo afloran en nuestros pueblos nuevas culturas
políticas, legadas precisamente de quienes fueron negados centenariamente. Abya
Yala, es literalmente, Tierra en florecimiento en lenguaje indígena kuna.
Nombre que al continente americano otorgan nuestras naciones, porque
pareciera que decir América, es ya coloniaje.
Durante muchos años se respiró la
tranquilidad de la carencia de responsabilidad; ya nuestros héroes nacionales
“habían hecho” y se podía “vivir tranquilo” por las glorias del pasado. Se
copiaban “guiones universales” trasplantando otras realidades, huyendo de nuestra
complejidad. Hoy se desempolvan con otro sentido nuestros protagonistas
independentistas.
Bolívar, Martí, San Martín,
Sandino representan buena parte del pasado nacional en la perspectiva de la Nación con pasado, que
cohesiona el presente con contenidos de futuro, asumiendo, al mismo tiempo, una
función orientadora, como pretendiendo alcanzar una especie de prefiguración de
las posibilidades latentes. Junto con la figura de los Libertadores, en algunos
países (México, Cuba, Nicaragua, Venezuela) se presentan revoluciones o
procesos como puntos históricos de referencia; aquí es comprobable un
componente que remite al futuro, puesto que la revolución se entiende como
proceso continuado y todavía por realizar.
El término Latinoamérica
comprende un proyecto utópico, un estado deseado que aún hay que construir. El
concepto América Latina se presenta, por lo tanto, como un constructo
ideológico. Briceño Guerrero afirma que “tal vez no se nombra así a un ente
real, sino a un ente posible, imaginable, deseado, presentido”.
Sería tarea construir la unidad
continental a través de un proceso de liberación y de esta manera, recién
entonces, dar al concepto de “América Latina” su auténtico contenido. En la
medida en que las causas de la pobreza y de las carencias de desarrollo social
sean localizadas en la dependencia externa y en la explotación, es posible una
propia determinación de la situación.
A América Latina la han visto
como víctima, como juguete de los poderosos. Nuestra historia ha tenido visos
de malograda; pero, ¿cuál es la otra cara del asunto?, ¿no será también un
logro el rehacernos constantemente ante la adversidad, borrándonos tenazmente
de la memoria el agravio para seguir, redescubriéndo día a día lo que asidua y
centenariamente nos han cubierto?.
Latinoamérica, al contrario de
Europa, valora su carácter múltiple y universal, no hay el sentido que una raza
sea superior a otra en dignidad, por el contrario, el mestizaje es visto
positivamente, se valoran los aportes negros, se redescubren lógicas de vida de
nuestros pueblos originarios, nuestro concepto de pueblo es amplio y variado.
Avanzamos en un proyecto histórico cuya expresión es la nación con contenidos
continentales.
La posibilidad que posee nuestra
América de asimilar, valorar, transformar y enriquecer los elementos culturales
de todos los rincones de la tierra, es innegable.
Mientras el cristianismo se nos
impuso como dogma, con espada y cruz, para adormecernos, nosotros insistimos en
verlo con sentido de redención humana y social; mientras las ideas democráticas
europeas nos llegaron con el sello de la propiedad en función del dique de
control social, nosotros las asimilamos en los términos de un igualitarismo
social que traspasa los umbrales genéricos de su creación de clase; al humanismo
pragmático y consumista lo asentamos con el Hombre Nuevo como trampolín
cualitativamente superior, más raigal y abarcador y en una fase todavía abierta
en el proceso de la modernidad latinoamericana.
No hay mayor caracterización
conceptual para Latinoamérica que las hechas por García Márquez, Galeano y
Carpentier, y que no son más que la síntesis estructural de las historias de
vida de nuestros pueblos. El sentido de lo real maravilloso da una imagen de
complejidad y belleza que sólo puede ser entendida por nosotros mismos y en la
cotidianidad de nuestras contradicciones, antilógicas, paradojas, contrastes y
antagonismos.
Caminamos en una visión artística
que impacta al forastero por su antítesis, sus movimientos y sus destiempos.
Nuestra obra burla los patrones convencionales con la irreverencia de la
autenticidad, con el asombro y la sorpresa de lo inesperado, con lo insólito
que a la vez es lo real. Al romper con todo esquema hacemos concordancia con
nuestra manera de pensar y podemos - por fin - acercarnos paulatinos a una
concepción política apoyada en principios éticos sistematizados de una masa,
concreta y no amorfa, que ha esperado milenios para el ejercicio de una
democracia en su sentido más alto: el de la justicia como sol del mundo moral.
Europa ha probado sus mejores
manjares y se encuentra indigesta. Estuvo quinientos años girando en la deidad
oscurantista, probó la ilustración del déspota, el enciclopedismo de las
élites, la sangre y la raza como salida. Buscó la igualdad con determinismo económico
y cosechó la más atroz burocracia cuyas mismas bases han degenerado en
crecimientos neofascistas. El Viejo Mundo ha sido derrotado por sus propias
creaciones.
Latinoamérica es el testigo mudo
que sólo ha amagado, resistido y asimilado las derrotas de otros. Somos “los
que se fijan mucho”, de ahí nuestro destiempo, la suspicacia ante el apuro por
un progreso ajeno. No ha habido más derrota después del llamado
descubrimiento. Y sin ánimo de entropía,
pese ha haber perdido nuestra evolución como pueblo y con la incógnita de lo
que pudo haber sido sin intervenciones, en silencio se ha reservado por siglos
una memoria intacta en sus mosaicos de vida. Rompecabezas que sólo hay que
armar y al cual nuestros intelectuales comprometidos ya no temen.
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