martes, 15 de mayo de 2012


Latinoamérica ojal de sueños
                                                                                        Rafael Pompilio Santeliz

El tener que vérselas con su propia historia ya no agobia a los intelectuales latinoamericanos. Para América Latina ha comenzado el futuro. Los proyectos y escritos de ensayistas políticos, sociales y culturales se multiplican de manera serena. Las fluctuaciones entre el pesimismo sistemático y el optimismo lírico, apuran por resolverse. Avanzamos con generosidad entre lo imposible de nuestras mismas creaciones literarias. Nos desquitamos del error histórico con los éxitos de la política.

Ave Fénix que renace de las cenizas del pasado. Ante el mundo afloran en nuestros pueblos nuevas culturas políticas, legadas precisamente de quienes fueron negados centenariamente. Abya Yala,  es literalmente, Tierra en florecimiento en lenguaje indígena kuna. Nombre que al continente americano  otorgan nuestras naciones, porque pareciera que decir América, es ya coloniaje.
Durante muchos años se respiró la tranquilidad de la carencia de responsabilidad; ya nuestros héroes nacionales “habían hecho” y se podía “vivir tranquilo” por las glorias del pasado. Se copiaban “guiones universales” trasplantando otras realidades, huyendo de nuestra complejidad. Hoy se desempolvan con otro sentido nuestros protagonistas independentistas.
Bolívar, Martí, San Martín, Sandino representan buena parte del pasado nacional en la perspectiva de la Nación con pasado, que cohesiona el presente con contenidos de futuro, asumiendo, al mismo tiempo, una función orientadora, como pretendiendo alcanzar una especie de prefiguración de las posibilidades latentes. Junto con la figura de los Libertadores, en algunos países (México, Cuba, Nicaragua, Venezuela) se presentan revoluciones o procesos como puntos históricos de referencia; aquí es comprobable un componente que remite al futuro, puesto que la revolución se entiende como proceso continuado y todavía por realizar.
El término Latinoamérica comprende un proyecto utópico, un estado deseado que aún hay que construir. El concepto América Latina se presenta, por lo tanto, como un constructo ideológico. Briceño Guerrero afirma que “tal vez no se nombra así a un ente real, sino a un ente posible, imaginable, deseado, presentido”.
Sería tarea construir la unidad continental a través de un proceso de liberación y de esta manera, recién entonces, dar al concepto de “América Latina” su auténtico contenido. En la medida en que las causas de la pobreza y de las carencias de desarrollo social sean localizadas en la dependencia externa y en la explotación, es posible una propia determinación de la situación.
A América Latina la han visto como víctima, como juguete de los poderosos. Nuestra historia ha tenido visos de malograda; pero, ¿cuál es la otra cara del asunto?, ¿no será también un logro el rehacernos constantemente ante la adversidad, borrándonos tenazmente de la memoria el agravio para seguir, redescubriéndo día a día lo que asidua y centenariamente nos han cubierto?.
Latinoamérica, al contrario de Europa, valora su carácter múltiple y universal, no hay el sentido que una raza sea superior a otra en dignidad, por el contrario, el mestizaje es visto positivamente, se valoran los aportes negros, se redescubren lógicas de vida de nuestros pueblos originarios, nuestro concepto de pueblo es amplio y variado. Avanzamos en un proyecto histórico cuya expresión es la nación con contenidos continentales.
La posibilidad que posee nuestra América de asimilar, valorar, transformar y enriquecer los elementos culturales de todos los rincones de la tierra, es innegable.
Mientras el cristianismo se nos impuso como dogma, con espada y cruz, para adormecernos, nosotros insistimos en verlo con sentido de redención humana y social; mientras las ideas democráticas europeas nos llegaron con el sello de la propiedad en función del dique de control social, nosotros las asimilamos en los términos de un igualitarismo social que traspasa los umbrales genéricos de su creación de clase; al humanismo pragmático y consumista lo asentamos con el Hombre Nuevo como trampolín cualitativamente superior, más raigal y abarcador y en una fase todavía abierta en el proceso de la modernidad latinoamericana.
No hay mayor caracterización conceptual para Latinoamérica que las hechas por García Márquez, Galeano y Carpentier, y que no son más que la síntesis estructural de las historias de vida de nuestros pueblos. El sentido de lo real maravilloso da una imagen de complejidad y belleza que sólo puede ser entendida por nosotros mismos y en la cotidianidad de nuestras contradicciones, antilógicas, paradojas, contrastes y antagonismos.
Caminamos en una visión artística que impacta al forastero por su antítesis, sus movimientos y sus destiempos. Nuestra obra burla los patrones convencionales con la irreverencia de la autenticidad, con el asombro y la sorpresa de lo inesperado, con lo insólito que a la vez es lo real. Al romper con todo esquema hacemos concordancia con nuestra manera de pensar y podemos - por fin - acercarnos paulatinos a una concepción política apoyada en principios éticos sistematizados de una masa, concreta y no amorfa, que ha esperado milenios para el ejercicio de una democracia en su sentido más alto: el de la justicia como sol del mundo moral.
Europa ha probado sus mejores manjares y se encuentra indigesta. Estuvo quinientos años girando en la deidad oscurantista, probó la ilustración del déspota, el enciclopedismo de las élites, la sangre y la raza como salida. Buscó la igualdad con determinismo económico y cosechó la más atroz burocracia cuyas mismas bases han degenerado en crecimientos neofascistas. El Viejo Mundo ha sido derrotado por sus propias creaciones.
Latinoamérica es el testigo mudo que sólo ha amagado, resistido y asimilado las derrotas de otros. Somos “los que se fijan mucho”, de ahí nuestro destiempo, la suspicacia ante el apuro por un progreso ajeno. No ha habido más derrota después del llamado descubrimiento.  Y sin ánimo de entropía, pese ha haber perdido nuestra evolución como pueblo y con la incógnita de lo que pudo haber sido sin intervenciones, en silencio se ha reservado por siglos una memoria intacta en sus mosaicos de vida. Rompecabezas que sólo hay que armar y al cual nuestros intelectuales comprometidos ya no temen.


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