miércoles, 20 de junio de 2012


Coca-Cola nos golea recordándonos lo españoles que somos.




Jon Juanma *

El lunes estuve viendo el partido de España contra Croacia en la Eurocopa. Corrijo: estuve viendo un partido repleto de jugadores millonarios que jugaron en nombre de un estado llamado España contra otros que lo hicieron en nombre de uno llamado Croacia. Confieso que lo vi porque me gusta el fútbol, pero sobre todo por inercia y como excusa para cenar con unos amigos. La aclaración al lector viene como antesala para hacerle otra de mayor calado: desde hace tiempo, al igual que procuro comer sano o hacer ejercicio, intento limpiarme el cuerpo de esa ideología cancerígena que nos separa y enfrenta a todos los que compartimos hogar en la Tierra: el nacionalismo.

¿Por qué digo todo esto? En el descanso del encuentro, mientras los jugadores relajaban sus músculos y los aficionados hacían lo mismo con sus nervios, en pleno prime time, Coca-Cola tuvo la poca amabilidad de obsequiarnos con un anuncio ciertamente obsceno1. El spot se dividía narrativamente en dos partes. En la primera, aparecían los medios de (des)información hablando de los desempleados, la prima de riesgo y la crisis, o sea, el pan de cada día para cualquier sufrido ciudadano que acostumbre a acompañar las noticias en los últimos tiempos. Mientras tanto, en la segunda parte (a partir del segundo 22), se narraba la historia de una cercana e ilusoria recuperación de la economía española en base al esfuerzo colectivo y la iniciativa empresarial de los españolitos, que con fuerza de voluntad y fe (en sí mismos), saldrían de este pozo negro en el que seguimos ahogándonos, llamado crisis. ¿Qué bonito no? El esfuerzo colectivo (acompañado de música de gladiadores in crescendo) estaba representado por imágenes de pruebas históricas de solidaridad auténticas entre los habitantes del Estado español, como fue el caso de los voluntarios que marcharon a Galicia a limpiar las playas tiznadas de negro por el Prestige o de aquellos que ayudaron a sus vecinos tras el terremoto de Lorca. Pero lo más hiriente de los numerosos ejemplos es que se atrevieron a mezclar en este pastiche de oportunismo y subsunción simbólica una recreación de activistas indignados del 15M. Con este anuncio, la empresa transnacional Coca-Cola, dispara hacia un espectro amplio de la población (de derecha a izquierda) y ayuda a propagar la hegemonía de las dos ideologías dominantes de nuestro sistema-mundo: el individualismo y el nacionalismo-estatal.

La primera les sirve, como capitalistas, para atomizar e imposibilitar la temida unión de los trabajadores (véase los mineros), en tanto Coca-Cola forma parte de los Aparatos Privados de Hegemonía burguesa radicados en la sociedad civil2. Mientras que con la otra ideología dominante, el nacionalismo-estatal, generan la energía socializadora que necesitan para que los trabajadores sigan produciendo (y no se suiciden en masa) en una sociedad disociada regida por la Ley del Valor, la explotación, el egoísmo y la neurosis colectiva. En un entramado social como el actual donde el ser humano es más dependiente que nunca del resto, pero en el que continuamente se le azuza para que compita a muerte contra los demás, el Estado y su parafernalia anexa de marketing (banderitas, toritos, deportistas “nacionales”, etc) viene a ocupar el lugar espiritual-colectivo que la élite eclesiástica no consigue generar con la figura de Dios en la sociedad neoliberal, pues el dinero como fetiche universal no hace sino socavar su antiguo Reinado en la Tierra3. La nación, por su parte, es la Madre que lleva el amor al Padre (el Estado), y de este modo consagra la pretendida familia de todas las familias (el Estado-nación), aquella que finge amparar a sus hijos mientras ayuda a machacarlos legislando en favor del Capital transnacional. Una vez muerto Dios, para muchos, y Marx, para otros tantos, el nacionalismo es el amor del Padre perdido pero todavía anhelado en su imposible regreso (Estado keneysiano) sanador-redentor de las masas expropiadas (los hijos asalariados perdidos en la jungla neoliberal). Para no volver completamente locos a los proletarios, y mantenerlos en unos niveles de sociabilización mínimos que les permita emplearlos como fuerza de trabajo, las élites capitalistas, por medio de sus mandarines, necesitan crear esa falsa unión entre individuo disociado y colectivo mistificado. Justo en el preciso momento en que los magnates no tienen problemas para trasladar su capital e invertirlo (o atesorarlo) en cualquier lugar del mundo, tienen la poca vergüenza de vendernos la ideología que afirma que a lo mejor que podemos aspirar como asalariados, en este planeta interconectado, es a vivir separados por aduanas, permisos de trabajo y residencia, mientras ellos se limpian el culo con las banderas que nosotros, o algunos de nosotros, adoramos. Nuestros ojos clavados con orgullo en sus telas pintadas, provocan no pocas risas y satisfacciones entre aquellos que transitan tragando billetes y escupiendo primas de riesgo.

El spot de Coca-Cola contiene un mensaje ideológico bicefálico muy poderoso que intenta convertir en sentido común lo que es una mentira fragante: “si todos colaboramos y trabajamos juntos codo con codo, podremos salir de esta crisis”. Para empezar la crisis es sólo “propiedad” de la gran mayoría, mientras una minoría pluripropietaria se está pegando un atracón de plusvalor viviendo una auténtica orgía de adquisiciones de activos a precio de saldo4. En este contexto, la empresa Coca-Cola nos anima a ser buenos españoles. Esto es: a creer que nadie “de los nuestros” nos explota y a abrazar la ideología nacionalista-estatal, para que si en algún momento las élites degeneradas que mueve la economía-mundo consideraran necesitan una guerra, igual que ahora nos animan a apoyar a “la roja” como “gladiadores” (bebiendo una cola fría, faltaría más), llegado el momento, nos animarían a luchar codo con codo, fusil contra fusil, contra los “malditos italianos”, “alemanes”, “chinos” o “los extranjeros” que sean dependiendo de la cobertura internacional. Pero la guerra sería entre los asalariados (como la I y la II GM)... ¡faltaría más! Nunca contra italianos o alemanes de cualquier tipo, ni mucho menos como ellos, porque recuerde: ellos no existen cuando hay problemas. Sólo existimos los tontos que todavía vivimos bajo la sombra de las banderas, la dureza de las aduanas y la carestía crónica de no tener suficientes papeles por ser “de fuera” de tal o cual tierra dividida por tal o cual jodida bandera. Recordemos a este respecto que en 1919 había solamente 23 estados en Europa, mientras que en 1994 ya eran 51, y en la actualidad son casi 200 en todo el mundo, mientras que en 1945 eran unos 60. ¿Por qué el capitalismo necesita crear más estados pese a todas las organizaciones supraestatales que se ha visto obligado a levantar por el desarrollo y la mundialización de los medios de producción y comunicación? Fácil: porque el sistema precisa de una libertad global para el capital y más barreras en las cuales encerrar/encapsular a los trabajadores para exprimirlos con más fuerza hasta que de ellos sólo quede la gelatina de la que hablaba Marx en “El Capital”. Simple división internacional del trabajo. El león corre libre (y mata más fácil) mientras los antílopes esperan su muerte en la charca vallada.

Coca-Cola junto a Rajoy, Rubalcaba y el Rey, al compás de Merkel, Obama y Barroso, nos recuerdan constantemente que somos españoles, pero todos ellos son títeres de apellidos que a penas logramos intuir y a los que el común de los mortales les damos absolutamente igual. Ante esto, por nuestra parte, no deberíamos olvidar que somos seres humanos, que el Capital no tiene patria y nosotros tampoco la tendremos hasta que la construyamos con nuestras propias manos. Esa patria se llamará socialismo mundial y no debiera alzar otra tela en su nombre que la coloreada por el internacionalismo, el mismo que late y bombea bajo las diferentes pieles que conforman la infinita belleza de nuestros millones de rostros. ¿Utópico hablar de socialismo mundial? Utópico es pensar que de este pozo nos van a sacar los mismos que día a día nos hunden más al fondo. Así que comencemos a hablar de socialismo sin miedo, porque después tocará construirlo. Ni patria ni banderas, o socialismo mundial o la muerte que nos acecha. Los tambores de guerra ya resuenan en el horizonte de un futuro cercano. No olvidemos que es una salida fácil para el sistema: bombas vendidas, bombas lanzadas, nuevas bombas, muchos muertos y reconstrucción. Resultado: eliminación del ejército de reserva excedente y creación de nuevos empleos. Se llama destrucción creativa made in Capitalismo “realmente existente”, no capitalismo vendido ni soñado.

Así que construir el socialismo mundial donde los trabajadores tengamos los mismos derechos y vivamos respetando la libertad de cada cual, es una premisa mínima que debemos cumplir si queremos vivir con la luz de la dignidad como especie4. Es la única alternativa para no continuar arrastrándonos como gusanos bajo las prolongadas sombras del terrorismo de los mercados, tras los que, como las grandes sociedades anónimas, se esconden los mayores explotadores del género humano: la élite capitalista más poderosa jamás parida gracias al peso de nuestra desidia hipotecariamente acumulada.

Jon Juanma es el seudónimo de Jon E. Illescas Martínez, activista, artista e investigador FCM en la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de Alicante. Recientemente ha publicado el libro “ Nepal, la revolución desconocida. Crisis permanente en la tierra de Buda” (Editorial: La Caída).

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