viernes, 3 de junio de 2011

Rojo por fuera, blanco por dentro
POMARROSA
RETRATO HABLADO DE UN RICO DE NUEVA OLA
Federico Ruiz Tirado
Cuando este espécimen interviene en la realidad de un modo directo, sin aspavientos o con un helicóptero privado, uno se pregunta qué es lo que está pasando en nuestra Tele como para que tal acontecimiento no sea registrado como una metáfora indeseable, infecciosa de la revolución. Esta sintomática expresión es un coñazo brutal a la cara de la pobreza que lucha contra “su destino”. Un nocaut a la conciencia del pueblo que recorre caminos movedizos a la hora de aprovisionarse de alimentos ricos en fibras. El rico de nueva ola decomisa el derecho humano de creer en esta revolución que madruga batallando contra la sociedad del despojo y de la ostentación del bolsillo lleno, del escamoteo social. Hasta el romanticismo se puede doblegar si la llamada bolioligarquía (que dijo Giordani) no es cachada con las manos en la masa y exhibida en honor a aquella vieja consigna callejera y redencional: “allí están, esos son, los que roban la nación”.
Aparecen en Ministerios como asesores, expertos o funcionarios: insignias que adornan una maquinaria trasnacional a veces de contratistas, saqueadores y lobistas. Su modalidad teatral “impecable” alcanza visos inmaculados cuando aparecen en Aló Presidente y Chávez les pregunta cómo se llaman. Se eternizan en élites sindicales, públicas y diplomáticas y en toda la gama oficial; nunca olvidan sus cesta tiques para hidratar la autoestima. Las gobernaciones, las alcaldías y Fundaciones son guaridas donde “amasan”. Salen y entran y de pronto desaparecen hasta nunca más volver. Un rico de nueva ola, tras una intensa reunión de trabajo en su despacho blindado de rostros de Bolívar y el Che Guevara, un afiche de Chávez y uno que otro souvenir de la Sierra Maestra, se despide del portero extendiéndole un billete de cien bolos.
“Toma, Varón, esos cardenalitos”. Típico hombre nuevo, pero rico y bellaco. Bolioligarca que no le tiembla nada.

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