El chantaje
Espantajos como las armas de destrucción masiva, la falsificación de la Plaza Verde de Trípoli, las mil campañas de descrédito, etc., nos dicen que no es posible creer nada al totalitarismo mediático mundial. ¿Para qué sirven entonces esos medios? Obviamente para manipular, que no es poca cosa. Pero hay algo peor.
La manipulación no solo descamina con informaciones que cuando no son falsas son trivializadas. Es decir, nos desbordan de datos sobre la realeza, las burguesías, las farándulas, los lujos, las cancioncitas, los chismes. Y aun tratándose de noticias importantes, protestas, guerras, la información es escamoteada, banalizada, abaratada y casi siempre distorsionada. Han ido cayendo uno a uno los medios que alguna vez tuvieron prestancia profesional y ética. El más reciente fue para mí luctuoso: The New Yorker, la mejor revista del mundo, acaba de publicar un reportaje intelectual y moralmente miserable sobre la Torre de David de Caracas, que hasta a Ismael García le daría vergüenza firmar. ¡Nada menos que The New Yorker!
La mentira es útil, naturalmente. Todos lo sabemos porque alguna vez, o muchas, hemos dicho mentiras de diversos calibres. La falsedad descamina, confunde, embauca, seduce, distrae y muchos efectos más. Es utilísima en la guerra, en la que, como es harto sabido, la primera víctima es la verdad. La mentira es, pues, servicial así en la paz como en la guerra.
Pero intentemos examinar otra repercusión tal vez peor, si cabe.
Cuando los medios mundiales se copian unos a otros la misma mentira, conforman lo que se ha llamado una matriz de opinión. Nótese cómo articulan los mismos epítetos sobre los mismos temas. Hablan de Cuba y siempre la asocian con algún hecho adverso, preferiblemente imaginario, lo que garantiza su enormidad. Casi nunca se la asocia con algún triunfo médico, algún desarrollo literario, pues según ellos nunca pasa nada bueno en Cuba.
Mucha gente de pensamiento, con razón, desea mantener su fundamental libertad de espíritu. Pues bien, ese albedrío es manipulado perversamente por los medios. Crean un campo de fuerza para extorsionar. Así, si osas acercarte a Cuba, Siria, Venezuela o a cualquier país satanizado, te obligan a marcar alguna mínima distancia para librarte de la acusación velada o abierta de docilidad ideológica, lo que descalificaría a cualquier intelectual.
Pero hay quienes van más allá de una mera declaración desvinculante de toda sospecha de comparsa. Llegan a desertar y retractarse de toda fidelidad a sus ideales originarios. Así, de crítica velada en crítica abierta, de desmarcaje en ruptura parcial acaban en ruptura total y definitiva, a menudo vocinglera.
Razones hubo para eso con el llamado socialismo real, desde los Juicios de Moscú hasta el genocidio del Jmer Rojo en Kampuchea Democrática, como el gobierno de Pol Pot llamó a Camboya. Esos antecedentes patibularios imponen un pasivo al socialismo que lo hace intransitable para mucha gente, sea que genuinamente quiera salvar su responsabilidad ante posibles desmanes, hasta quienes estaban impacientes por desertar y no encontraban la manera. Para ese chantaje también sirve el totalitarismo mediático.
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