Por Federico Ruiz Tirado Especial para HORA DE CAMBIOS
Por más cerca o lejos que uno esté de Dios, o él de uno (cualquiera sea su raíz geográfica o ideológica, o por los misterios que median entre ambos), más doméstico es Cristo: modesto y paternal, siempre nos acompaña: el de los gitanos, el de los pobres, el de la revolución, el que padeció; por lo que sea, digo, no quiero hablar del Dios invocado en el Cantar de Los Cantares, ni de Salomón, ni del vuelo hormonal que surgió de su lectura a escondidas de Ruiz-Guevara, mi padre indio cimarrón, comunista y ateo, pues estaría tentado a contar cosas sin incumbencia que me rebotarían a un CDI o al programa de Bianco.
Deseo hablar del amor y de la rebeldía para caerle con o sin adrenalina a lo que Chávez ha calificado como “la verdadera fuerza atómica” de la revolución: la juventud. Es verdad que tenemos una sola edad para el amor y para la guerra. Es una edad fundida la que tiene el joven que sueña, ama y lucha por la vida y la igualdad. Allá en Barinas, la naturaleza del tiempo transcurrido, no era sino un telón de fondo obligado a subir y a bajar mitos que se convertían en materia viva de nuestros sueños; allá uno si se quedaba sólo con sus metáforas o las equipaba de carne y hueso. El más aclimatado era el del héroe: es que no se puede vivir siendo joven sin ese arquetipo: su equivalencia, ahora que el tiempo se vuelve declinable, y que se adosa al hogar de la memoria, es la orfandad del padre. Por eso se ama tanto al padre, sobre todo si éste no está en casa, ausente para siempre y nos dejó sembrados, como decía Pavese, todos los elementos que nutren en la vida los sentidos del amor y de la lucha.
El Presidente Chávez convoca a la juventud a ser la conciencia crítica del presente, del futuro socialista. Este llamado es también una especie de auxilio: no porque los viejos ya no puedan mantener el estribo, que los hay muchos, recios e infatigables, sino porque algunos han sido derribados en la oscuridad por falta de ética y se han vuelto privilegiados, tristemente solitarios y finales cuando Chávez los interpela al aire libre. Muchos no contamos con ellos. Estorban y no se apartan, como dice Fidel. Hacen daño. Y callan y no se alejan: alejan a otros. Es sin duda la juventud una fuente pura y enérgica: pero aquella que sea capaz de convertirse en el alma colectiva de este proceso en construcción del socialismo humano y añejado en el ideal bolivariano; no hablemos de esos muchachos charlatanes que hacen cambalache de sus vidas.
Si alguien puede proclamar las tantas veces que amó, luchó y vivió por la libertad y sus sueños de joven, estará siempre enamorado y se mantendrá de pie, como dejó escrito en su Diario ese enigmático anarquista llamado Thoreau.
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