La resistencia como modo de vida
Rafael Pompilio Santeliz Especial para HORA DE CAMBIOS
La resistencia es la perseverancia en la lucha; una reinvención constante en un mundo cambiante, confuso y turbulento. Antropológicamente ella debe verse como una condición natural del ser humano en sociedad y tiene validez mucho más allá de la salvación del individuo; pretende la sobrevivencia de la mayoría a manera de grupo distinto e identificable. La presencia de la resistencia étnica demuestra que la sociedad que la tiene es un organismo vivo y en la medida en que la demuestra es a su vez, una ponderación de su importancia como fuerza social, y un probable pronóstico sobre su victoria final para mantener intacta la identidad grupal.
Habrán otros factores políticos, económicos y religiosos, quizás más importantes, que intervienen en el auge o no de la resistencia, pero sin la condición humana ninguna Nación puede sobrevivir. Existen otros componentes también importantes: la receptividad, la paciencia o el acomodo, para que la resistencia étnica sea triunfante. En el salto cualitativo, a veces resulta más efectivo el astuto que el valiente o más fuerte.
La resistencia en tanto categoría teórico práctica se implementa con la llamada subversión intracultural. Esta tiene que ver con la manera de comportarnos como saldo histórico acumulado. Todo proceso de cambio parte, en primer lugar, del individuo y su familia. Culturalmente se tienen valores y comportamientos ideológicos muy parecidos. Se leen casi los mismos autores y obras, se educa a los hijos con determinados patrones, se viste con rasgos distintivos particulares. Entrar a una casa de un miembro de esta “tribu”, es llegar a la propia, por los elementos comunes que la componen, tanto en el plano estético, y por “la buena vibra” que se respira en ella. Los valores compartidos, la indignación contra lo injusto, las utopías como retos simbólicos, actúan igual que signos que desafían los códigos hechos por las élites. Muchas de las personas que liderizan procesos actuales vienen de ese irreversible relevo familiar que se prolonga en una herencia firme que continuará la lucha cualquiera sea el sujeto y las circunstancias.
Esta tenacidad está muy ligada a la llamada “Corriente histórica social”. Bajo el imaginario de ser continuadores de la lucha de Guacaipuro, se ha creado una visión de largo aliento que, de manera sostenida y prolongada, da una sustentación para el perdural societal. Nuestra complejidad histórica espiritual, afincada en “lo popular”, fabrica imaginarios para resistir, donde el guerrero, o persona referencial de lucha tiene una especie de síndrome de la eternidad frente a la muerte. El que resiste nunca muere, caso Argimiro Gabaldón o Emiliano Zapata, quienes siguen vivos produciendo fantasías capaces de crear acción, de ahí su importancia pues se traducen en hechos prácticos transformadores.
Frente al político intermediario, quien resiste, más que un profesional de la política, es un guerrero. Un guerrero de la vida que siempre caminará por senderos paralelos. Las orillas serán su camino, por cuanto su fin no es el poder, sino… resistir. Al entender que toda sociedad nace con sus contradicciones, la condición del guerrero que resiste es la lucha perenne contra todas las formas de opresión.
Persiste en una especie de bolsones del tiempo la presencia de un sentimiento levantadizo y armado que se mantiene intacto para la rebelión: Esa terquedad es la misma que expresa un graffiti escrito con creyón en una vieja iglesia rural: “He esperado tanto tiempo arma mía”. Por eso nuestro reciente pasado cimarrón siempre tuvo hombres dispuestos a la rebelión-liberación. Esta resistencia renace de siglo en siglo y es asumida por el pueblo con sus propios esfuerzos y aportes. Al no desaparecer, en tiempos espaciales de crisis y enfrentamiento, la cultura originaria retoma de nuevo el camino.
Podría ser un gen memorial comunitario o eso que llaman proceso, por lo inconcluso y por hacer. Sino, ¿de dónde vendrá esa insistencia de persistir en lo imposible? Es una constante reinvención para adaptarse a los nuevos tiempos y complejidades. Una nueva praxis con mayores contenidos conceptuales pero que en el fondo no es más que algo presentido y por realizar. Lo no nacido impulsa más a la acción.
Dos contrarios están en el todo: la Cultura de la Dominación , y la Cultura de la Resistencia. Esas dos fuerzas continúan chocando, apareciendo una tercera la Cultura la de la Liberación. Ella tiene como principio el rescate de la autonomía y la formación integral del ser humano. Ve la cultura como sinónimo de vida. O como lo plantea Galeano, al implicar a la cultura con la creación de espacios de encuentro, de símbolos y memorias colectivas, a las profecías de la imaginación, incluyendo la lucha contra lo que nos impide ser.
Una de las formas de neocolonizarnos fue sembrar la idea del pasado como cosa atrasada. Es el tiempo de redescubrirnos. Desenterrar para comprender lo que fuimos. Lo autentico que queda, traerlo al ahora y ubicarnos en el presente sin que sea una repetición, pues ha salido de una subjetividad de lucha, alterna en las periferias insurgentes de nuestra complejidad social. El nuevo orden nunca nacerá del centro del poder.
Jan de Vos en “Paisajes rebeldes. Una larga noche de resistencia indígena”, define tres estrategias aplicadas a lo largo de cuatro siglos y medio de dominación colonial y neocolonial: la resistencia abierta, la resistencia velada y la resistencia negociada. La primera forma de resistencia consistió en levantamientos armados en momentos de opresión particularmente aguda, pero incluyó también los movimientos de retirada territorial efectuados por varios grupos o individuos hacia los despoblados, fuera del control gubernamental.
La segunda forma se refiere al conjunto de prácticas cotidianas, de alguna manera permitidas por las autoridades civiles y eclesiásticas por ser consideradas inofensivas o imposibles de erradicar. Entre ellas, cabe mencionar también a las que pudieran pasar por inadvertidas, ya que sus autores las llevaban a cabo a escondidas, en la intimidad del hogar o el aislamiento del monte. El silencio, que siempre tenemos, la suspicacia recelosa ante lo extraño, también nos ha permitido mantener nuestro perfil cultural, como forma de sobrevivencia.
La tercera categoría, finalmente, está constituida por aquel espacio intermediario en donde los indios –y entre ellos sobre todo los caciques y los demás principales de la comunidad- hicieron concesiones menores o mayores a sus dominadores con el fin de salvaguardar o conseguir privilegios, no sin correr el riesgo de perder parcial o totalmente su autonomía. Por eso en cualquier conglomerado aparentemente uniforme y hostil, cuadrado con el enemigo, siempre podría haber aliados. En el campo de lo social nada es monolítico.
Todas estas categorías están inmersas en las naciones fronterizas que se resisten a respetar como condición per se los cánones de un Estado nacional que ellos no gestaron por ser pueblos originarios.
Mario Briceño Iragorry, quien subestimó al componente indígena venezolano para reconstruir nuestro ser cultural, prefiere levantar perspectivas a través del rescate de lo local. Plantea buscar un mayor vigor penetrando en los intersticios del espacio, hurgando en las historias regionales, en lo local como referencia para la resistencia y a la realización de cambios parciales: “Un pueblo es por ello tanto más histórico cuando mayor vigor y penetración en el espacio y el tiempo han alcanzado los “cánones” que conforman y dan unidad al genio colectivo. Al no haber asimilación histórica como pueblo nuestra colectividad carece de resistencias que le permitan luchar contra los factores disvaliosos que se han opuesto, ora por los abusos de la fuerza, ora por los desafueros de los demagogos” (Briceño, Mensaje…p. 103). Afirma que vivimos de lo superficial y en reacomodo continuo, ello por “carecer el país de vivencias defensivas que resguarden uniformemente su peculiar fisonomía”
La dispersión social y regional ocurrida por lo que Briceño Iragorry llama “feudalismo anárquico” ha impedido la unidad nacional: “El feudalismo anárquico, que insurgió con la exaltación de los caudillos, llevó a la disgregación de los grupos que pudieron haber realizado en el campo cívico una obra perseverante de superación y que hubieran podido crear un tono reflexivo para nuestras tareas político–culturales”(Briceño, Dimensión…p.141) Aún con esta aparente falta de “homogeneidad histórica” la resistencia siguió perseverando en nuestra formación social.
Briceño Guerrero, ha dado a llamar “discurso salvaje” al comportamiento anárquico de muchos de nuestros afrodescendientes. Vivencialmente hay ejemplos de esta resistencia en nuestras regiones negras: fábricas de muñecas negras, comidas antiguas y elementales, sincretismos religiosos con muchísimas deidades para cada ocasión. Santos que hacen frente al dios castigador y monoteísta con el placer y diversidad. Los llamados “estudiados” que vuelven con su aquerencia a su región de origen con ansias transformadoras. Toda una protesta que incluye la suspicacia hacia un orden no les pertenece. “Nos trajeron obligados para acá, tu progreso no me interesa”, es la lógica de ese aparente salvajismo y desorden. De nada valdrá que se les fabrique en sus espacios la pasarela preventiva, el flechado de veredas, la cesta para la basura. Sencillamente no la utilizarán.
En el plano del mestizo, quien se ha quedado en orfandad e intemperie frente al indígena y el negro, también se dan múltiples formas de resistencia. La jerga, el mal hablado idioma, es una forma más de enfrentar algo que genéricamente le es ajeno, por ser una lengua de conquista.
Nuestro pueblo, excluido de lo más elemental para la vida tuvo que crear una cultura de sobrevivencia. Tomó sobras de la bonanza enriquecedora de otros para resistir. Agarrar aunque sea fallo fue la razón imperante. Pero la resistencia continuaba su sino; ante el atropello generalizado se realzó la reciprocidad y la solidaridad como herencia histórica, resemantizada y resignificada en las nuevas condiciones. Encerrados en laberintos urbanos impenetrables crearon una privacidad colectiva en su gran vida cotidiana pública, compartida solidariamente para sobrellevar las carencias y aupar juntos la esperanza revolucionaria.
En el plano mundial la resistencia tiene otras características. Al desaparecer el bloque socialista, el capitalismo global decide cuando ve sus intereses en peligro. Hasta ahora, ninguna experiencia ha podido superar el guión del mercado. Cualquier intento es permeado por la dinámica del capital. Frente a esta minusvalía, los pueblos que resisten, de variadas formas, crean bolsones de resistencia. Frente a la unipolaridad globalizadora del mercado se viene implementando la mundialización solidaria entre los pueblos, siendo una de sus expresiones la soberanía como precepto de respeto y autodeterminación.
En estas variadas formas se implementan sociedades más inclusivas; socializaciones de las ganancias del Estado en medio de una retórica que llama al socialismo por inventar. En ese sentido, algunos entienden el reformismo como una resistencia al capitalismo salvaje. Reforma para recomponer el tejido social maltrecho y avanzar. Superar un poco las necesidades mínimas para poder soñar más allá del economicismo y la sobrevivencia. Ahora, en este plano, todo reformismo tiene un techo. La pregunta existencial sería ¿Cómo hacer resistencia insurreccional al reformismo sin que se pegue la derecha y las fuerzas imperiales? Solos es casi imposible, por ello la necesidad de construir un nuevo Bloque Histórico entre Naciones.
Parte de otra respuesta se podría conseguir en la formación de Comunidades de vida. Conglomerados populares que han logrado elementos mínimos de autogestión y con independencia de clase vienen construyendo la subjetividad socialista, destacando valores, saberes tradicionales, logrando consensos de construcción mediante una cultura y una racionalidad diferente al cultivo de la angustia. Deconstruyendo viejas estructuras de dominación y pensando en la herramienta cultural en su visión integral y operativa, en una rebelión permanente contra todo lo que atente contra la vida. Prefigurando desde nuestras cotidianidades la sociedad del mañana, desbordando y violentando constantemente el poder constituido. Creando medicinas sociales para la curación, re-generación y renacimiento del buen vivir
Por eso es necesario desarrollar una nueva cultura política, otra concepción de la vida que permita generar en el hombre una conducta diferente ante a sí mismo y frente a la naturaleza. Empleando formas de lucha diferenciadas de las conocidas hasta hoy, en la perspectiva de una rebelión popular universal. Demoler el bunker de la ortodoxia y en definitiva inventar, resistiendo y haciendo.
Nuestro pueblo es sabio y conoce de consistencias. En su tenacidad lo dicen: “Aquí compae, aguantaito”. Entiende además, que “gallo que resiste, aunque no gane, ta’ gueno pa’ sacarle cría”. Con sus saberes, nuestra gente fabrica la continuidad infinita de la lucha.
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