sábado, 14 de julio de 2018

HAMBRE EN PRESENTE SINGULAR, DE PRIMERA PERSONA – 

KLORIAMEL YÉPEZ OLIVEROS


Es casi imposible reflexionar en voz alta, y quien escribe con intención de publicar; 
enuncia sus ideas en altavoz. Es difícil gritar a toda letra: ¡tengo hambre! sin soltarse 
a escupir  dicterios contra nombres y apellidos presuntamente culposos de oficio, una 
vez exhalado ese agónico e inaudible, SOS. De todos modos a lo hecho, pecho.
Continúo con ésta pública declaración de indigencia sobrevenida, carente de voluntad 
para  aprender a sobrellevarla con estoica resignación épica. No es así José Roberto, 
no Duque, no es así: cuando las tripas aúllan las consignas están de más, el gesto 
se queda corto, las puñaladas no salen cuando se las invoca, las puñaladas no suenan como las canciones de Alí, o la poesía de Roque Dalton, tampoco son bellas las puñaladas, aunque el puñal se clave justo en el corazón del hambreador de turno y lo parta en dos, como se parte una jugosa  manzana amarilla, una dulce naranja valenciana, una olorosa guanábana al caer en el patio de la casa materna.
No Perro, el hambre es otra cosa, la guerra inesperada sí mata soldados pacíficos, por muy cuidadosos que hayan sido, por muy estudiosos de las guerras pasadas que hayan sido, por mucha historia aprendida pero no vivenciada que hayan leído, por mucha teoría desplegada desde Irak, Palestina, Libia y Siria; la que más se parece en los últimos días es la de Nicaragua, en esa estamos adelantados, no nos cogen a lazo otra vez con terrorismo guarimbero porque estamos duchos en la teoría y la práctica.
En eso andamos, estamos, estoy: en primera persona del singular cuando el estómago reclama alimento luego de 4 días sin comer absolutamente nada. Nada de nada, excepto agua fría y caldo de esperanzas, ilusiones a la plancha, y mucha palabra hirviendo sobre aquellos 50 acordados productos de urgente necesidad. Sí, esos que uno a uno se han ido perdiendo en el olvido mientras el apetito, minuto a minuto más recordado, insatisfecho y feroz, le da un mordisco final a mis dos últimos mendrugos de paciencia y credulidad política, y me lanza a un túnel surrealista por el cual llego hasta aquellos terribles Olvidados de Luis Buñuel, idénticos a los recordados 50 productos de precios adecentados por la ANC, el diálogo, la Ley, y los empresarios de buena fe…, bla, bla, bla.
Ahora entiendo cabalmente el hambre de aquellos Olvidados de Buñuel. Cuando vi esa película por primera vez, mediados los años 70 del siglo pasado, la entendí  sociológicamente, cinematográficamente, semiológicamente, hasta podría decir que Freudianamente; pero en todo caso, simbólica y muy intelectualmente la entendí. Ahora la entiendo perfectamente, ahora entiendo cabalmente a Buñuel, al surrealismo español de Buñuel, que sigue siendo europeo como todo surrealismo, pero resulta que quien esparció el hambre por cada rincón de  Nuestramérica, fue España.
Por eso mi hambre tiene el mismo ceceo famélico de quienes la trajeron en unas carabelas infectas en viruela, gonorrea, pestes, indolencia, envidia, brujerías, inciensos. También el olvido lo trajeron, y el desamor, y la usura. Pero el hambre, esa que lleva Méjico en la piel, en los mariachis, en La Guadalupe, en La Malinche, en Los Olvidados de Buñuel, el hambre que hace de la muerte un sincrético pluralismo cultural, un día de celebración tanática, para comer hasta el hartazgo calaveritas y esqueletitos de mazapán, torticas moldeadas como féretros, algodones de azúcares negros, chupetas en forma de guadañas.
Esa hambre no imaginada, esa hambre que no te permite pensar sino en comer, que te resta las ganas de vivir, que te impele a preguntarte cada segundo si vale la pena continuar resistiendo ¿Para qué, Sólo para comer? ¿Cuál es el sentido?, eso no tiene ciencia. Mi destino y el de nadie, puede seguir trazado por “las leyes” del mercado, por “las leyes” de la usura, mucho menos por las leyes que nadie cumple como la de los 50 comestibles acordados, negociados, burlados.
Supe lo que era hambre y supe a lo que puede conducir. Conduce a la desesperación enceguecida: pensé obsesivamente en las madres jóvenes con sus pequeños hijos sin comida, pensé en sus noches de angustia, las vi caminar con sus niños en brazos, otros caminando a su lado, unos llorando, muy flaquitos todos, supe que tenían hambre como yo. Supe que nada puedo hacer por ellos, porque nada puedo hacer por mí. Me supe olvidada por un Partido al cual no le intereso, que no me necesita porque Chávez no está. Al contrario, el Partido sólo quiere que vote, no que participe, no que traiga a Chávez conmigo y continúe peleando junto a él, al Partido no le interesa cuando digo: Chávez vive, la lucha sigue. Ellos dicen La Patria sigue, porque para el Partido la Patria no es más que una consigna electorera, una marca, una corbata, unos zapatos, un patético collarcito de perlas blancas, viajes, viajes, viajes, mucho viajar por el Mundo con dólares y euros totalmente financiados por la Revolución.
En uno de esos días, cuando sólo tenía fuerzas para pelear conmigo misma, me descubrí miserablemente mezquina ante  una funcionaria rolliza y primorosamente ataviada que vi en televisión, lo primero que se me vino a la mente fue: ésta coño de su madre no sabe qué es pasar hambre, hasta se bañará en perfume. Me alarmó el resentimiento que destilé, me obligué un tate quieto, me dije esto no te lleva a nada, no te nutre, al contrario, te está enfermando, y me calmé luego de algunos ejercicios de imaginación y respiración, porque para ninguno más estaban mi ánimo, mi pellejo y mis huesos.
Supongo que ese resentimiento es la reacción del común, de la mayoría, de la gente que está pasando hambre mientras más se alarga la espera ¿qué es lo que esperamos y hasta cuándo?  Amigos del alma, que uno tenía entre los resteados de larga data, andan confundidos, indecisos, vacilantes, entonces se evidencia la soledad. También es hambre la soledad cuando el colectivo se dispersa, no atina el camino, se voltea a mirar y lo que ve es su propio ombligo al descubierto. Su hambre, su propia soledad y su desconcierto. A lo lejos se oye la Nana de las cebollas, a lo lejos la entona Miguel Hernández.
Comprendí además en sólo 4 días sin probar bocado, que el gusto se te va, te abandona el placer cuando dejas de saciar el apetito, ya no importa lo que comas, no interesan sabores, aromas ni texturas, y entendí algo inexplicable para mí que no me las he dado nunca de gourmet, que me exaspera esa manía clasemedia izquierdosa, con presunciones de exquisitez gastronómica; siempre me he preguntado ¿con qué culo se sientan esas cucarachas?, si yo que no he estado en Francia y ya no estaré jamás, en Quíbor he comido champiñones hasta el hartazgo. Además he devuelto chocolates francófilos traídos por amigos como una gran cosa; pendejos, les he dicho, el mejor chocolate del mundo es el venezolano, y no porque lo diga yo, también lo decía Fidel Castro. Si me traen un perfume lo acepto, ¿pero un chocolate francés? Qué pendejera cultural, cuánta ignorancia.
Decía que comprendí cómo se puede llegar a comer basura. Es muy sencillo: cuando no tienes nada para comer, comes basura y ya está. A eso nos quieren llevar, a comer basura, a hurgar entre detritus hasta lograr hacérnoslos comer y sentirnos abyectos para siempre, para no merecer nada, ni este país, ni esta Revolución, ni el bravo orgullo bolivariano que nos hincha el pecho libertario. Pero no van a poder carajo, porque yo no soy la más jodida vanguardia revolucionaria, no  soy ninguna dirigente proletaria, no soy siquiera una docta intelectual marxista, soy una simple y vulgar comunista sin Partido Comunista, sólo soy una Chavista más, un grano de arena de estas soleadas playas caribeñas, una combatiente de la alegría que no nos abandona nunca, ni en estas circunstancias tan adversas a la vida.
Podrán hacerme llorar hasta caer rendida por el llanto, pero no me van a doblegar, ni a mí, ni a millones de Chavistas, porque Chávez vive y la lucha sigue. Eso sí, una advertencia a quienes se proclaman Vanguardia de este país, a los burócratas de paltó y corbata, a las burócratas de oficina, aire acondicionado y cabellos alaciados: no se ofendan cuando les mentemos la madre, asuman y rectifiquen, que el que llena la barriga se olvida del que no come. Actúen, no siembren vientos por muy ligeros que sean. No cosechen tempestades para luego salir despavoridos, no nos convoquen sólo a votar, déjennos protagonizar participando, así sea muertos de hambre, por ahora.


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