HAMBRE EN PRESENTE SINGULAR, DE PRIMERA PERSONA –
KLORIAMEL YÉPEZ OLIVEROS
Es casi imposible reflexionar en voz alta, y quien escribe
con intención de publicar;
enuncia sus ideas en altavoz. Es difícil gritar a toda
letra: ¡tengo hambre! sin soltarse
a escupir dicterios contra nombres y apellidos
presuntamente culposos de oficio, una
vez exhalado ese agónico e inaudible, SOS. De todos
modos a lo hecho, pecho.
Continúo con ésta pública declaración de indigencia
sobrevenida, carente de voluntad
para aprender a sobrellevarla con estoica resignación
épica. No es así José Roberto,
no Duque, no es así: cuando las tripas aúllan las consignas
están de más, el gesto
se queda corto, las puñaladas no salen cuando se las invoca,
las puñaladas no suenan como las canciones de Alí, o la poesía de Roque Dalton,
tampoco son bellas las puñaladas, aunque el puñal se clave justo en el corazón
del hambreador de turno y lo parta en dos, como se parte una jugosa
manzana amarilla, una dulce naranja valenciana, una olorosa guanábana al caer
en el patio de la casa materna.
No Perro, el hambre es otra cosa, la guerra inesperada sí
mata soldados pacíficos, por muy cuidadosos que hayan sido, por muy estudiosos
de las guerras pasadas que hayan sido, por mucha historia aprendida pero no
vivenciada que hayan leído, por mucha teoría desplegada desde Irak, Palestina,
Libia y Siria; la que más se parece en los últimos días es la de Nicaragua, en
esa estamos adelantados, no nos cogen a lazo otra vez con terrorismo guarimbero
porque estamos duchos en la teoría y la práctica.
En eso andamos, estamos, estoy: en primera persona del
singular cuando el estómago reclama alimento luego de 4 días sin comer
absolutamente nada. Nada de nada, excepto agua fría y caldo de esperanzas,
ilusiones a la plancha, y mucha palabra hirviendo sobre aquellos 50 acordados
productos de urgente necesidad. Sí, esos que uno a uno se han ido perdiendo en
el olvido mientras el apetito, minuto a minuto más recordado, insatisfecho y
feroz, le da un mordisco final a mis dos últimos mendrugos de paciencia y
credulidad política, y me lanza a un túnel surrealista por el cual llego hasta
aquellos terribles Olvidados de Luis Buñuel, idénticos a los recordados 50
productos de precios adecentados por la ANC, el diálogo, la Ley, y los
empresarios de buena fe…, bla, bla, bla.
Ahora entiendo cabalmente el hambre de aquellos Olvidados de
Buñuel. Cuando vi esa película por primera vez, mediados los años 70 del siglo
pasado, la entendí sociológicamente, cinematográficamente, semiológicamente,
hasta podría decir que Freudianamente; pero en todo caso, simbólica y muy
intelectualmente la entendí. Ahora la entiendo perfectamente, ahora entiendo
cabalmente a Buñuel, al surrealismo español de Buñuel, que sigue siendo europeo
como todo surrealismo, pero resulta que quien esparció el hambre por cada
rincón de Nuestramérica, fue España.
Por eso mi hambre tiene el mismo ceceo famélico de quienes
la trajeron en unas carabelas infectas en viruela, gonorrea, pestes,
indolencia, envidia, brujerías, inciensos. También el olvido lo trajeron, y el
desamor, y la usura. Pero el hambre, esa que lleva Méjico en la piel, en los
mariachis, en La Guadalupe, en La Malinche, en Los Olvidados de Buñuel, el
hambre que hace de la muerte un sincrético pluralismo cultural, un día de
celebración tanática, para comer hasta el hartazgo calaveritas y esqueletitos
de mazapán, torticas moldeadas como féretros, algodones de azúcares negros,
chupetas en forma de guadañas.
Esa hambre no imaginada, esa hambre que no te permite pensar
sino en comer, que te resta las ganas de vivir, que te impele a preguntarte
cada segundo si vale la pena continuar resistiendo ¿Para qué, Sólo para comer?
¿Cuál es el sentido?, eso no tiene ciencia. Mi destino y el de nadie, puede
seguir trazado por “las leyes” del mercado, por “las leyes” de la usura, mucho
menos por las leyes que nadie cumple como la de los 50 comestibles acordados,
negociados, burlados.
Supe lo que era hambre y supe a lo que puede conducir.
Conduce a la desesperación enceguecida: pensé obsesivamente en las madres
jóvenes con sus pequeños hijos sin comida, pensé en sus noches de angustia, las
vi caminar con sus niños en brazos, otros caminando a su lado, unos llorando,
muy flaquitos todos, supe que tenían hambre como yo. Supe que nada puedo hacer
por ellos, porque nada puedo hacer por mí. Me supe olvidada por un Partido al
cual no le intereso, que no me necesita porque Chávez no está. Al contrario, el
Partido sólo quiere que vote, no que participe, no que traiga a Chávez conmigo
y continúe peleando junto a él, al Partido no le interesa cuando digo: Chávez
vive, la lucha sigue. Ellos dicen La Patria sigue, porque para el Partido la
Patria no es más que una consigna electorera, una marca, una corbata, unos
zapatos, un patético collarcito de perlas blancas, viajes, viajes, viajes,
mucho viajar por el Mundo con dólares y euros totalmente financiados por la
Revolución.
En uno de esos días, cuando sólo tenía fuerzas para pelear
conmigo misma, me descubrí miserablemente mezquina ante una funcionaria
rolliza y primorosamente ataviada que vi en televisión, lo primero que se me
vino a la mente fue: ésta coño de su madre no sabe qué es pasar hambre, hasta
se bañará en perfume. Me alarmó el resentimiento que destilé, me obligué un
tate quieto, me dije esto no te lleva a nada, no te nutre, al contrario, te
está enfermando, y me calmé luego de algunos ejercicios de imaginación y
respiración, porque para ninguno más estaban mi ánimo, mi pellejo y mis huesos.
Supongo que ese resentimiento es la reacción del común, de
la mayoría, de la gente que está pasando hambre mientras más se alarga la
espera ¿qué es lo que esperamos y hasta cuándo? Amigos del alma, que uno
tenía entre los resteados de larga data, andan confundidos, indecisos,
vacilantes, entonces se evidencia la soledad. También es hambre la soledad
cuando el colectivo se dispersa, no atina el camino, se voltea a mirar y lo que
ve es su propio ombligo al descubierto. Su hambre, su propia soledad y su
desconcierto. A lo lejos se oye la Nana de las cebollas, a lo lejos la entona
Miguel Hernández.
Comprendí además en sólo 4 días sin probar bocado, que el
gusto se te va, te abandona el placer cuando dejas de saciar el apetito, ya no
importa lo que comas, no interesan sabores, aromas ni texturas, y entendí algo
inexplicable para mí que no me las he dado nunca de gourmet, que me exaspera
esa manía clasemedia izquierdosa, con presunciones de exquisitez gastronómica;
siempre me he preguntado ¿con qué culo se sientan esas cucarachas?, si yo que
no he estado en Francia y ya no estaré jamás, en Quíbor he comido champiñones
hasta el hartazgo. Además he devuelto chocolates francófilos traídos por amigos
como una gran cosa; pendejos, les he dicho, el mejor chocolate del mundo es el
venezolano, y no porque lo diga yo, también lo decía Fidel Castro. Si me traen
un perfume lo acepto, ¿pero un chocolate francés? Qué pendejera cultural,
cuánta ignorancia.
Decía que comprendí cómo se puede llegar a comer basura. Es
muy sencillo: cuando no tienes nada para comer, comes basura y ya está. A eso
nos quieren llevar, a comer basura, a hurgar entre detritus hasta lograr
hacérnoslos comer y sentirnos abyectos para siempre, para no merecer nada, ni
este país, ni esta Revolución, ni el bravo orgullo bolivariano que nos hincha
el pecho libertario. Pero no van a poder carajo, porque yo no soy la más jodida
vanguardia revolucionaria, no soy ninguna dirigente proletaria, no soy
siquiera una docta intelectual marxista, soy una simple y vulgar comunista sin
Partido Comunista, sólo soy una Chavista más, un grano de arena de estas
soleadas playas caribeñas, una combatiente de la alegría que no nos abandona
nunca, ni en estas circunstancias tan adversas a la vida.
Podrán hacerme llorar hasta caer rendida por el llanto, pero
no me van a doblegar, ni a mí, ni a millones de Chavistas, porque Chávez vive y
la lucha sigue. Eso sí, una advertencia a quienes se proclaman Vanguardia de
este país, a los burócratas de paltó y corbata, a las burócratas de oficina,
aire acondicionado y cabellos alaciados: no se ofendan cuando les mentemos la
madre, asuman y rectifiquen, que el que llena la barriga se olvida del que no
come. Actúen, no siembren vientos por muy ligeros que sean. No cosechen
tempestades para luego salir despavoridos, no nos convoquen sólo a votar,
déjennos protagonizar participando, así sea muertos de hambre, por ahora.
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