miércoles, 20 de abril de 2011

Lo que va del banano a la palma africana


Libardo Gómez Sánchez/Colombia

El escuálido niño de pantalones cortos, girando la rueda de caucho, que con sus compinches de juego correteaba por las trochas cubiertas de banano en inmediaciones de Aracataca, que tropezaba con las rejas que aseguraban el sitio de residencia de los propietarios extranjeros, aislados de la pobreza caliente y húmeda de la plantación infestada de zancudos, el primordio de escritor, escuchó con atención los relatos del abuelo que vivió la masacre de los trabajadores del enclave, pagados con vales y finalmente con balas cuando el espíritu libertario reclamó condiciones dignas de trabajo. El escenario que dio cuerpo a la obra literaria más conocida de la literatura Colombiana ha ido cambiando de utilería, los campos ahora se ven más poblados de Palma Africana y con ella las Plantas de producción de aceite y de biodisel. Las fincas ya no las protegen las tropas del general Cortez Vargas, ahora son guarida de las huestes de los Castaño y de Jorge 40, ya no concentran a los trabajadores en una plaza para pasarlos por la ráfaga de ametralladora, ahora los atrapan en la oscuridad de la noche y luego de torturarlos, indistintamente pueden terminar con una colt en la nuca o picados con la motosierra, depende del humor del sicario. Antes trabajaban para la compañía, ahora desde que amanece atienden el cultivo, adelantan las tareas diarias hasta el anochecer, pero trabajan para una cooperativa de trabajo asociado que nada tiene que ver con los dueños de la plantación, es una nueva y moderna forma de birlar todas las garantías laborales.
Los Abadía Méndez de hoy, estuvieron en estos días rogando al amo de sus almas que apuren el saqueo, que suscriban el TLC que se negoció en la era Uribe haciendo todo tipo de genuflexiones y como si fuera poco, les pusieron otras condiciones que prueban el tipo de democracia que vivimos: que los trabajadores tengan garantías para ejercer su derecho a sindicalizarse, que la justicia opere y judicialice a los criminales de sindicalistas y a los perpetradores de masacres, que termine la burla de la contratación a través de la fachada de cooperativas, que se nombren inspectores de trabajo y más fiscales, en fin, un sin número de requisitos mínimos que son propios de cualquier nación civilizada. Eso si, ellos se reservan el derecho a penetrar nuestros mercados hasta los tuétanos y a quebrar la industria y la agricultura nacional, a emplear las restricciones fitosanitarias y bioterroristas que sean necesarias para seleccionar lo que podemos llevar, a mantener el manejo discriminatorio de visados en sus consulados para presionar a quien sea necesario, a traer y sacar capitales según la conveniencia de los especuladores de bolsa, así se quiebren los pequeños inversionistas nacionales y principalmente a extraer hasta el último gramo de carbón, oro, aluminio o cualquier otro mineral que requieran sus industrias y nuestro subsuelo provea, incluido el petróleo, sin importar como se explote: en minas a cielo abierto o cualquier otro método sin importar el impacto que ocasione en la naturaleza y los demás recursos naturales, como el agua y el suelo.
El niño de marras terminó seducido por la pompa de la Casa Blanca, lo que no merma su dimensión de escritor, pero lo empequeñece como patriota, nos toca a la mayoría recuperar el espíritu de Raúl Eduardo Mahecha y sus compañeros luchando por el respeto a los derechos de la Nación.

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