viernes, 8 de abril de 2011

DECLARACIÓN PERSONAL

Por Luis Sexto
Una conferencia  pronunciada recientemente en una universidad romana  intentaba demostrar  que a la música actual le falta corazón. Puede sobrar sonidos y técnicas para armonizarlos, pero se echa de menos el latido de la emoción. De ello, nos damos cuenta: lo que abunda en el éter o en espacios artísticos -gustos aparte- es la estridencia,  el ruido que  enardece la herencia primitiva de nuestra especie. Pero la referencia es solo un modo de entrar en el tema. Corazón le falta, sobre todo, a la política, a las relaciones entre países y al derecho internacional.
De tanta cordialidad carecen las potencias económicas y militares, que a la puerta del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas podría colgársele este cartel promocional: “Se legalizan  agresiones, siempre y cuando provengan del fuerte contra el débil.” Y contra el débil que no favorezca a los poderosos. Este, si aliado, podrá quedar impune de cualquier crimen, limpio de cualquier mancha. Lo acabamos de ver: ni Egipto, ni Túnez, ni Israel, que masacra a la población de Gaza,  ni otros en diversos momentos merecieron resoluciones que autorizan la agresión o la invasión, ni mucho menos zonas de exclusión aéreas, ni bombardeos con uranio empobrecido por masacrar a la población civil de sus respectivos países.
Con Libia ha sido distinto. Porque ya  El Ghadafi, que tanto ha oscilado en el columpio de la estrategias y las alianzas, pasó de aliado a enemigo, y de enemigo con un petróleo altamente calificado en su pureza. Tal vez luego venga Siria. Y por último, Irán… En fin, solo me limito a describir la situación actual del planeta. Y por tanto el Consejo de Seguridad, que también podría ser calificado de Conciliábulo de la Impunidad, autorizó -con los Estados Unidos  conduciendo la orquesta por control remoto, aunque a veces la batuta se ve maniobrar en el aire-  a las potencias europeas a impedir los vuelos sobre Libia. Pero al parecer el texto ha sido mal interpretado y los cazas bombarderos de la OTAN y de la USAF,   utilizan el espacio libio y  sueltan sus cohetes por casualidad, aunque perezcan los verdaderos civiles que ellos dicen preservar, poque los otros integran un ejército armado y en guerra civil contra el gobierno de El Ghadafi. Ante estos hechos, tan conocidos ¿de qué servirán palabras y papeles con el membrete de la ONU?  ?O las mías?
Ahora bien, yo no pretendo defender a El Ghadafi. La historia reciente ha dado tantas sorpresas. Y a algunos que hemos creído buenos, han resultado bochornosamente malos. La diplomacia no puede asumir como una verdad cerrada el apotegma de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo". De esos equívocos está empedrado el camino del fracaso y la vergüenza.
En fin, para definir mi posición, ya que he mantenido el tema Libio en este blog, repito la fórmula que, refriéndose al caso Dreyfus, empleó León Bloy, el polémico y colérico escritor francés, que vivió desesperado en la época que le correspondió nacer: No soy Gadhafista ni antiGadhafista; soy anticochino. Es decir, estoy contra todo lo que  implique prepotencia, abuso, injerencia en los asuntos internos de cualquier país; estoy contra la mentira, los subterfugios, la hipocresía de “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”. Simplemente, estoy contra toda acción humana sin corazón y que solo tenga en cuenta intereses geopolíticos y geoeconómicos. Es decir, contra el imperialismo, a cuyo andamiaje nunca le ha faltado la guerra.
Estoy, a fin de cuentas, en contra de hacer la guerra para hacer la paz. ¿Qué paz? Bueno, la historia ya la calificó con dos títulos muy antiguos y similares: la Pax romana o la Paz de los cementerios. Y a quien me lea, le recuerdo, modificada,  la frase evangélica de que el que tenga oídos para oír y ver, oiga y vea. Quod scripsi, scripsi.

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