jueves, 17 de marzo de 2011

AMENAZA NUCLEAR EN JAPÓN TAMBIÉN ENTRAÑA AMENAZA CLIMÁTICA


Esto por el riesgo de que se produzcan movimientos en contra del uso de energía nuclear.

Muchos expertos en el cambio climático consideran que el uso pacífico y seguro de la energía nuclear sería la única forma posible de avanzar, en el largo plazo, hacia una sociedad con menos carbono y, consecuentemente, la única forma posible de detener el calentamiento global.
La explosión de la central nuclear de Fukushima I, situada a 240 kilómetros de Tokio, que se produce como consecuencia no de una falla en la operación de la misma, sino de un terremoto de 8,9 grados en la escala de Richterentraña para la humanidad, acosada como está por el cambio climático global, dos tipos de amenazas.
La amenaza inmediata de una probable contaminación radiactiva, que al momento de redactar esta nota (jueves 16 de marzo) ya se cierne sobre Tokio. Y la amenaza, a mi parecer más compleja, del miedo nuclear indiscriminado, una versión posmoderna de aquello que en los años 70 se conoció como el movimiento antinuclear. A esta segunda amenaza me referiré.
Pues una cosa es el uso de la energía nuclear para matar masivamente seres humanos, y otra muy distinta, y quizás antagónica, la de producir electricidad para salvar a esa misma civilización de la evidente amenaza del cambio climático.
Pero en los años 70, cuando no era del todo evidente la crisis climática y, en cambio, sí la Guerra Fría, los ambientalistas y pacifistas del mundo no encontraron mayores argumentos para distinguir entre los dos usos de la potencia nuclear. Y nos opusimos -yo fui uno de ellos- a la guerra, sin percatarnos de que, con ello, enviábamos a la sociedad un mensaje ambiguo: para oponerse a la amenaza de una devastación había que prescindir también de los beneficios de la energía nuclear.
Fue un error haber metido las dos cosas en el mismo saco y utilizar idéntico rasero para medir la posibilidad de una destrucción total y de un salvamento global.
Es claro que entonces no sabíamos hasta dónde nos iría a llevar el cambio climático; quizás teníamos elementos para suponer que la civilización reaccionaría mediante el uso de otras estrategias, como la reducción masiva del consumo, el mejor uso de la energía fósil o el incremento gradual de la investigación y la producción a gran escala de otras energías limpias, como la solar, la mareomotriz, la geotérmica o la eólica.
Creímos posible, incluso, que la investigación científica podría orientarse hacia la energía de fusión, la cual es ciento por ciento limpia y ciento por ciento segura, pues no produce gases de efecto invernadero ni residuos radiactivos.
Pero ello no ocurrió así, pues la percepción de la sociedad que ayudamos a formar entonces, unida al accidente de Chernóbil (1986), contribuyeron a frenar los nuevos proyectos experimentales, no solo en energía de fusión, sino también -por algún tiempo- las nuevas plantas de energía de fisión.
Otra cosa es una reacción de fusión producida por un incendio en una planta de fisión, como lo que puede ocurrir en Fukushima I. Si ello sucede así, se produciría tal cantidad de energía que el del Japón sería el peor accidente nuclear de toda la historia humana.
En el momento de escribir esta nota, alrededor de 500.000 personas han sido evacuadas de los alrededores de la planta en problemas, y ante la imposibilidad de seguir evacuando, han dicho a la población que se encierre en sus casas; los expertos luchan por enfriar el reactor para conjurar el riesgo de una fusión en cadena.
Ojalá lo consigan pronto, y ojalá el mundo no perciba este accidente como un miedo inmanejable que obligue a los gobiernos a detener el uso pacífico de la energía nuclear. Muchos expertos en el cambio climático consideran que esta sería la única forma posible de avanzar, en el largo plazo, hacia una sociedad con menos carbono: única forma posible de detener el calentamiento global.
Las plantas atómicas que hoy funcionan en la Unión Europea producen alrededor de la tercera parte de la energía que ellos consumen. La Comisión de Energía Atómica llevó a cabo una reunión de urgencia para “tomar medidas preventivas en caso de necesidad”. Pero su presidente, Gunter Oittinger, usó la metáfora del apocalipsis para referirse al accidente.
Los ministros de Exteriores del G-8, encabezados por el francés Alain Juppé, ofrecieron a Tokio la experiencia, nada desdeñable por cierto, de su país en asuntos de seguridad nuclear. Francia cuenta hoy con 58 centrales que generan nada menos que el 75 por ciento de su energía eléctrica. El Reino Unido es la segunda potencia nuclear de la UE, y ambos países cuentan hoy con ambiciosos planes de expansión, que Zeus quiera que no se detengan.
Copio este dato de El País: “En la actualidad hay seis plantas nucleares en construcción en Europa (dos en Bulgaria y otras dos en Eslovaquia y una en Francia y en Finlandia). Italia, único país del G-8 que no produce energía nuclear, pretende sumarse a lo grande al club nuclear. Silvio Berlusconi quiere que la cuarta parte de la electricidad que consumen los italianos sea de origen nuclear en el futuro”.
En Alemania hay 17 reactores en funcionamiento, pero el sábado más de 60.000 personas formaron una cadena humana de 45 kilómetros entre la central nuclear de Neckarwestheim y el centro de la capital de Land, en Stuttgart. Muchos revivieron el miedo que les causó la nube radiactiva que alcanzó a Alemania hace 25 años, cuando estalló Chernóbil.
En el momento de escribir esta nota veo en la televisión europea marchar a miles de ciudadanos en varias ciudades, en contra de la política atómica de los gobiernos. El de centro-derecha de la señora Ángela Merkel es uno de los que mayores protestas han generado. Ella había aplazado, en el 2010, el cierre de las 17 centrales nucleares alemanas por 12 años. Pero, en el 2002, el entonces canciller socialdemócrata Gerhard Schröder aprobó la desconexión de todas las centrales atómicas en el 2021.
Es de prever que este debate se encenderá en todo el mundo, especialmente en aquellos países que le apostaron a la energía nuclear.
Pero, por qué se oponen tantos a la energía nuclear, se pregunta James Lovelock en la página 141 de su libro La venganza de la Tierra. ¿Cómo empezaron esos miedos infundados? Y responde: creo que se remontan a la Segunda Guerra Mundial, cuando el presidente Truman -el hombre que dijo que tomar decisiones difíciles era aquello en lo que consistía su cargo- tuvo que tomar la terrible decisión de lanzar la recién creada bomba atómica sobre una ciudad japonesa o limitarse a demostrar el asombroso poder de esa arma al ejército japonés. Que se usara para destruir Hiroshima y Nagasaki hizo nacer una percepción totalmente nueva de todo lo referente a lo nuclear.
Lovelock cita en su libro la explicación que sobre el miedo infundado a lo nuclear ofrece la revista Nuttall (Nuclear Renaissance). Es una sesuda reflexión que se puede bajar de Internet. La recomiendo.
eltiempo.com
Manuel Guzmán Hennessey

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