El elefante bocarriba
El lôgos Chávez
“Levantate y mírate las manos,
para crecer estréchale a tu hermano”
VICTOR JARA
Federico Ruiz Tirado
Me
pregunto si es posible convenir que nuestra revolución se agita cada vez que
antepone desafiantemente al poder mundial un signo de su radicalización. O al
revés: cada vez que el Poder Mundial ve en ella un atasco para su expansión
éste se ofusca. Leí una vez que Aristóteles dijo que el contenido de una
democracia crece mientras más deliberativa y participativa sea la voluntad de
los votantes, de los electores. Tal vez tenga razón en un sentido, pero poco
importante y cualitativo, al menos visto a años luces de distancia. Este es un
efecto, digamos, heredado culturalmente, sin genes, que forma parte de una historia
(de una, hay varias); que viene de la larga y sigilosamente cola de la
serpiente griega; o desde Platón, Sócrates o Damocles (con espada o sin ella),
hasta civilizaciones pre y postmodernas que, descreen totalmente en el valor de
la institucionalidad democrática (sus pilares, sus parlamentos, sus poderes
constituidos) llegando incluso postular, con los griegos, los adecos y
copeyanos del Opus Dei, que las democracias perfectas son aquellas soportadas en el lomo de los
esclavos o de la clase obrera generadora de la plusvalía, o de los asalariados
prisioneros que dormían sus pesadillas en los rastrojos de las tierras feudales de los señores
de pelos encrespados de entonces.
Mientras
en Europa los grandes magnates y tecnócratas que manejan el poder en medio de
la vasta crisis, o al menos esa que es de carácter estructural, que sacude sus cimientos culturales (véase el
bochornoso caso de la Realeza española, o el llanto paradigmático y de
inusitada densidad gestual de la catástrofe anunciada por la italiana Elsa
Fornero, inolvidable, por lo demás, sobre el llamado Estado de Bienestar en Italia,
año 2011), Hugo Chávez subió el telón de la desgracia que escondía la opulencia
petrolera de la Cuarta República y mostró al mundo lo que permanecía velado en
su estado natural: la miseria, la pobreza de aquella Venezuela vejada, que fue
bautizada alguna vez como “tierra de Gracia” o recibida por Caldera como un
regalo de la providencia por la inconmensurable riqueza petrolera que Dios nos
dejó en el subsuelo.
En
su simbología originaria, Venezuela era dueña del petróleo. Yo crecí con la
idea casi amniótica de que mis padres tenían petróleo en las ollas del peltre
de la casa. Y fue tan doméstica la noción de que era de todo el petróleo era
nuestro, mío, de mi Mamá, de mis amigos del barrio, de adecos, copeyanos,
comunistas (como fue El Nacional, que parecía un perro de casa, que andaba por
todas partes como uno más de la familia), que no puedo dejar de recordar
nuevamente a Alfredo Maneiro cuando dijo que desde 1958 no se veía en el país
una reconciliación tan bien teñida de unanimidad y plácemes clasistas, que opacó
el fervor del 23 de enero hasta torcerle el espíritu a punta de millones y
millones de dólares provenientes del sobre ingreso petrolero.
“Sembrar
el petróleo”, vaya ironía.
Ese
telón Kunderiano que levantó Hugo Chávez durante los últimos años antes de
partir, no podrá bajarse ni subirse al modo del teatro de pacotilla, o de
chistes de bares. Porque lo que queda al descubierto es una emergencia
histórica cuyo peligro nos acecha, pero por eso mismo nos subleva y
vamos a revertirla. Por eso es alarmante cuando desde distintos recovecos
(algunos insospechados) la Fuerza Armada es vista con apetito voraz para
deformarla y ofenderla, para ridiculizarla, para hacerla deambular como una
jauría faldera del Poder que Chávez hizo a su imagen y semejanza, para
caricaturizarla y “engorilarla”,
robotizarla.
Todo
drama alcanza a veces visos de tragicomicidad, como hoy, que un desodorante
de bolita lo exhiben a 6 mil Bsf en una
calle junto a una cerveza diarreica de Lorenzo Mendoza como si fueran baratijas
de la caída de la mesa limpia. El llamado “bachaquerismo” es un estructura
cultural con altoparlantes que desfila con impunidad, que ofende los valores de
solidaridad de los venezolanos, de los representantes de las nuevas
instituciones originadas en la Constituyente, como es el caso de Tibisay
Lucena, Padrino López y el propio Presidente Maduro. Y no podemos permitirlo.
No pueden desfigurarnos el rostro.
Sabemos
de un lado que existe una oposición mefítica, malograda espiritualmente,
apátrida, que intenta llevar al suicidio a sus seguidores haciéndoles creer que llegó el
fin de la película; y de otro, revoluciones como la nuestra son ferozmente
amenazadas por los tentáculos desplegados por la OTAN a escala mundial, por el
despeinado de Almagro, por el muñeco de cuerda de Ramos Allup, por mujeres
oxigenadas, desde el contrafuerte de los medios de comunicación y los gobiernos
de España, Colombia y EEUU. Lo sabemos. Y ellos lo saben que estamos
preparados, resistiendo, porque el logos de Chávez y la fuerza del pueblo no
son estampitas de hechicería.
Nos
estamos enfrentando a un capitalismo agonizante y por eso despiadado. Y no lo
dudamos. ¿Cómo dudarlo?
Hay
que sembrar el socialismo porque nada vendrá por añadidura. Sembrarlo es
adentrarnos al imaginario popular, buscarle el sitio a Hugo Chávez, que hable
con sus vocablos.
Saber
resistir y, saber, entre otros saberes, distinguir su voz entre la algarabía.
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