El fin de esa cosa llamada chavismo
Los sepultureros del chavismo como proceso y proyecto precipitaron sus funerales. Para ellos, el líder de la revolución bolivariana aró en el mar y predicó en el desierto. Con el fallecimiento del Comandante Supremo, Hugo Chávez, su obra y sus sueños desaparecen. No hizo camino al andar, no dejó huellas ni enseñanzas. En vano fueron sus 14 años de pedagogía dominical desde “Aló, Presidente”. Quien quiera saber algo de lo que se llamó “chavismo”, ha de ir al Cuartel de La Montaña o a un museo de arqueología, en busca de algún vestigio del “desaparecido fenómeno”.
Los “sesudos analistas”, como los llamó el mismo líder bolivariano, asaltan las esquinas para ver pasar el cortejo fúnebre, un acontecimiento anunciado desde hace década y media y largamente esperado. En el ínterin, suceden cosas y la providencia ejercita su ironía: un sociólogo que se burlaba cruelmente de la enfermedad del Comandante, cae abatido por un infarto masivo que le borró todo sarcasmo. El cáncer, sin ninguna ironía, invade la humanidad de algunos de los más regocijados enemigos del líder del 4 de febrero. Esto no complace a nadie y se trae a colación solo para ilustrar lo que por igual pasa en el plano político: quienes anuncian eufóricos la muerte del chavismo, quieren ignorar que lo hacen desde el subsuelo, con un epitafio encima.
Las paradojas fúnebres no cesan. Mientras pregonan por los caminos el fin del chavismo, el último candidato de la derecha se dedicó a imitar a Hugo Chávez durante su campaña electoral. Defendió las misiones y prometió mejorarlas. Se calzó la gorra y la chaqueta tricolor que el Comandante hizo cotidianas en sus recorridos por el país y actos políticos. No se atrevió a cantar “Fiesta en Elorza” ni “Linda Barinas”, pero pidió café (aunque no lo tomó) en algunos mítines e hizo chanzas mal pronunciadas con la “suapara” guayanesa. Casi que grita: ¡Los que quieran patria, vengan conmigo!
Uno de los analistas y teóricos (ayer de la izquierda, hoy de la otra acera) que con mayor énfasis y entusiasmo ejerce en esta hora el oficio de difuntos es Teodoro Petkoff. El fundador del MAS fue lapidario al escribir: “Cualquier cosa que pudiera considerarse chavismo ha desaparecido”. Cada palabra es un regocijo. La vieja izquierda no sólo enfrentó a Chávez políticamente, sino que lo envidió sin disimuló. Un joven teniente coronel hizo lo que ellos no pudieron por ninguna vía, ni armada ni desarmada. “El Catire”, como llaman a Petkoff sus fans de la farándula ideológica, nunca barnizó su insufrible reconcomio. Con la petulancia intelectual que lo distanció del pueblo llano, ayer apodó de “chiripero” a la izquierda radical y hoy apostrofa a los seguidores de Chávez llamándolos “cualquier cosa”. En el ocaso existencial no hay esperanza de enmienda.
¿Qué se le puede decir a Teodoro? Nada. En el semanario humorístico “El Especulador Precoz” escribieron que antes de decretar el fin del chavismo, lo único que Petkoff sí logró desaparecer de verdad fueron las prestaciones de los trabajadores y el BMW del grande liga Luis Sojo. Cosas de humoristas. La jodedera no es mi fuerte.
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