martes, 28 de mayo de 2013

Memoria Obrera. A 39 años de la Revolución de los Claveles

Escrito por: 
 Antonio García Sinde
Este mes se cumple el aniversario del inicio de la Revolución de los Claveles que sacudió Portugal en 1974-75. Las conmemoraciones oficiales de este año tendrán seguramente un carácter muy distinto al de las últimas tres décadas. Los discursos oficiales se verán contrarrestados por la enorme fuerza con la que resurge en Portugal la memoria del 25 de Abril, cuyo legado revolucionario están recuperando los trabajadores portugueses para hacer frente a la verdadera catástrofe social que supone la política de recortes impuesta por la derecha y la UE.
La gran peculiaridad de la revolución portuguesa fue que tuvo como punto de arranque un golpe gestado dentro del ejército contra el gobierno de la dictadura. Sin embargo, el Movimiento de la Fuerzas Armadas (MFA) que lo organizó y que agrupaba sobre todo a los mandos intermedios del ejército, no surge por casualidad, fue un reflejo del giro hacia la izquierda de un amplio sector de las capas medias al calor del ascenso de la lucha obrera, de la oposición generalizada a la dictadura y del impasse de la guerra colonial que Portugal mantenía en África.
Desde 1969 Portugal vivía un imparable ascenso de las luchas sociales, empezando por el movimiento huelguístico, que recibió un fuerte impulso con la constitución en 1970 de la Intersindical, una central sindical que el régimen no tenía más remedio que tolerar y que estaba fuertemente influida por el Partido Comunista Portugués. También la lucha contra la carestía de la vida y la escasez de vivienda, consecuencia directa de que los gastos militares devoraban nada menos que el 40% del presupuesto estatal, movilizaba a los vecinos de los barrios populares, que incluso se atrevían a ensayar las primeras ocupaciones de viviendas.
La guerra colonial que obligaba a cumplir un servicio militar de cuatro años, de los que dos se pasaban en África, ponía en pie de guerra a amplísimas capas de la juventud, que inevitablemente trasladaban a los cuarteles el ambiente de protesta y politización de los centros de estudio.
La desbordante iniciativa de las masas
Desde el primer instante se puso de manifiesto una de las principales características de la revolución portuguesa: la iniciativa de las masas populares desbordó ampliamente los límites que los dirigentes del proceso, ya fueran el MFA o los dirigentes de las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda. 
En las primeras horas del día 25 la liberación de presos políticos, los asaltos a las comisarías o la confraternización con los soldados en las calles indicaban que se había abierto la espita a las reivindicaciones populares. La lucha de clases pasó bruscamente a primer plano y desbordó todos los intentos de la burguesía por contenerla.
En los siguientes días el proceso se aceleró. Se extendieron las huelgas políticas —que, además de reivindicaciones laborales, exigían la readmisión de los sindicalistas despedidos y la depuración de los directivos con vínculos con el fascismo— y la supervisión por parte de los trabajadores de la actividad económica en bancos y grandes empresas, íntimamente vinculados a la dictadura. En las colonias la guerra finalizó espontáneamente, y soldados y guerrilleros confraternizaron.
Las grandes conquistas de la revolución fueron iniciativas directas de los trabajadores, que, a pesar de que la política de los dirigentes del PCP y el PS en modo alguno contemplaba la transición al socialismo, fueron capaces de construir sus propios órganos de poder (las Comisiones de Trabajadores, Campesinos, Soldados y Vecinos), impusieron el control obrero en las empresas, y finalmente, mediante una ola de ocupaciones, forzaron al gobierno a nacionalizar la banca, la tierra y la inmensa mayoría de las empresas privadas. Cada intentona de la burguesía por descarrilar la revolución era seguida por un enérgico salto adelante de los trabajadores, hasta el punto de que en marzo de 1975, tras un intento de golpe de Estado militar reaccionario, se nacionalizaron todos los sectores estratégicos de la economía, incluida la banca.
¿Por qué no triunfó el socialismo?
En estas condiciones ¿cómo se explica que la revolución no consiguiera consolidarse y que a partir de marzo entrara en una situación de parálisis hasta que una maniobra surgida en el interior del Ejército le puso fin ocho meses después?
Una razón fundamental reside en la supervivencia del Estado burgués. Porque, a pesar de los extraordinarios avances de los trabajadores, sus órganos de poder —las Comisiones— se mantuvieron a la sombra del aparato de Estado y no fueron capaces de sustituirlo.
La principal responsabilidad de esta situación recae en la perspectiva reformista de las dos grandes fuerzas de la izquierda. La visión etapista del PCP que planteaba la imposibilidad del socialismo y la necesidad de limitar la obra revolucionaria a la culminación de las tareas de la revolución democrática, evitó que el objetivo de construir un auténtico Estado obrero, basado en el poder directo de la clase, se plantease en el seno del movimiento revolucionario. La dirección del PS adoptó, en la práctica, una posición cada vez más conservadora, allanando el terreno de la reacción. 
Que la izquierda controlase la cúpula de las fuerzas armadas, como en algún momento ocurrió en Portugal, en modo alguno equivalía a haber tomado el poder del estado. Inevitablemente, su estructura y su funcionamiento chocaba con los Consejos de Soldados en los cuarteles y con los Consejos de Trabajadores en las numerosas empresas nacionalizadas cuyos nuevos directivos eran militares.
En la medida en que la clase obrera avanzaba, su presión llegaba al Ejército a través de los soldados revolucionarios organizados en Consejos, y reforzaba y radicalizaba al sector de izquierdas del MFA. Pero la parálisis de la economía después del fracaso del Plan Trienal de febrero de 1975, un Plan que pretendía impulsar la producción evitando medidas de planificación socialista, y que era para la clase obrera totalmente insuficiente y para la burguesía completamente inaceptable, minó poco a poco la fuerza de la izquierda militar y abrió el camino a que la burguesía recuperase el poder desde el interior del propio MFA.
Carente de una dirección revolucionaria capaz de formular con claridad las tareas que la situación demandaba, la energía de la clase trabajadora no se canalizó hacia la constitución de un Estado obrero. Hasta el último momento la clase obrera peleó duro por consolidar la revolución. Apenas unos días antes del golpe contrarrevolucionario del 25 de noviembre de 1975, mediante el cual los sectores más a la izquierda del ejército fueron destituidos de sus posiciones de mando, los trabajadores del sector de la construcción protagonizaron una durísima huelga, en el curso de la cual cercaron durante 36 horas a la Asamblea Constituyente, sin dejar a los diputados abandonar el edificio. El gobierno fue incapaz de ejercer la represión, ya que el sector más avanzado de los soldados había roto abiertamente la disciplina en los cuarteles y se preparaba para la defensa armada de la revolución.
El factor decisivo de la dirección
Pero a pesar de estos estallidos de entusiasmo, una parte significativa de la clase obrera y, especialmente, de los sectores medios estaban exhaustos. La falta de resultados visibles después de meses de intensa lucha, unida al efecto desmoralizador de los encarnizados y violentos enfrentamientos entre militantes del PS y del PCP, prepararon el terreno al reestablecimiento de la normalidad institucional burguesa. La ausencia de dirección revolucionaria jugó de nuevo un papel decisivo. La derecha no se impuso gracias a una fuerza de la que carecía. Se impuso porque la ausencia de una dirección revolucionaria paralizó completamente a los trabajadores. El golpe contrarrevolucionario se gestó a la vista de todos, coordinado por el gobierno presidido por el almirante Pinheiro de Azevedo, del que formó parte hasta el último momento el PCP, que, carente de una perspectiva y de una estrategia consecuentemente revolucionaria, fue incapaz de cumplir con su misión histórica.
Pero el final del proceso revolucionario adoptó la forma de una “contrarrevolución democrática”. Las grandes conquistas de la revolución, incluidas las nacionalizaciones, se mantuvieron durante largo tiempo. Las colectivizaciones agrarias, por ejemplo, se mantuvieron prácticamente intactas hasta 1986, cuando el ingreso de Portugal en la UE propició su progresivo desmantelamiento.
Si alguna lección se desprende de los acontecimientos portugueses, es la constatación de la necesidad de un partido revolucionario armado con las ideas del marxismo. A pesar de que la burguesía portuguesa carecía por sí misma de la fuerza necesaria para aplastar a los trabajadores, los errores, vacilaciones y carencias de las fuerzas de izquierda le sirvieron de punto de apoyo para llevar la revolución a una situación de parálisis desde la que pudo reconstruir progresivamente su poder. Por eso, el estudio de la revolución portuguesa es una tarea ineludible para todos los revolucionarios que enfrentamos hoy la peor crisis de la historia del capitalismo.

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