sábado, 17 de septiembre de 2011


Elecciones en Guatemala: más de lo mismo

Marcelo Colussi
Acaban de tener lugar las elecciones generales en Guatemala para presidente y vice, diputados y alcaldes. Mientras se va terminando el conteo de los votos va llegando la catarata de análisis. Estas líneas no son sino un aporte más en esa lluvia de interpretaciones, una lectura más de lo acontecido. Según desde dónde se lea, por supuesto, será el resultado que se obtenga. Por lo pronto quedan dos candidatos punteando los resultados, los que pasan a segunda vuelta para el 6 de noviembre próximo: el general retirado Otto Pérez Molina, del Partido Patriota, y el empresario Manuel Baldizón, del partido Libertad Democrática Renovada –LIDER–, ambos con propuestas claramente de derecha, conservadoras, sin alternativas reales para las reales necesidades de la población guatemalteca.
Sin entrar en los tecnicismos un tanto rebuscados del análisis de los porcentajes de votos, de cómo funcionaron las encuestas o de las estrategias que podrán aplicarse para la segunda vuelta, quizá lo fundamental a destacar es que, al menos para las grandes mayorías populares –desde ahí pretendo hacer este ejercicio de análisis– estamos ante un fabuloso “más de lo mismo”. Decir que “ganó el país” o que “ganó la democracia” a esta altura puede sonar ya casi como insulto a la inteligencia.
Algunos años atrás, en otro contexto pero siempre en un país latinoamericano que salía de dictaduras militares igual que sucedió aquí, el por ese entonces candidato a presidente decía en su campaña que “con la democracia también se come, se cura y se educa”. Viendo objetivamente la realidad de Guatemala, en verdad que cabe reformularse la pregunta. El país centroamericano hace ya 25 años que retomó la senda de elecciones periódicas. Con la del pasado domingo ya van seis justas electorales ininterrumpidas dentro del marco democrático; hasta la elección pasada se hablaba aún de “transición a la democracia”; para las presentes ya no se menciona eso, con lo que habría que entender que entramos de pleno en la democracia. Inmediatamente entonces nos asalta la pregunta: en el país hace un cuarto de siglo que existen presidentes electos en elecciones libres, pero no se come muy bien que digamos (51% de la población vive bajo el umbral de pobreza), la salud es un bien de lujo con un sistema sanitario público al borde del colapso, y la educación sigue siendo una de sus grandes asignaturas pendientes (25% de la población es analfabeta total, y sólo un 2% llega a la universidad). No pareciera que estas democracias post guerras internas hayan solucionado mucho.
De todos modos hay que ser prudentes en el análisis: no hay dudas que hoy ya no se vive en guerra, no hay una política sistemática de desaparición de personas, la lógica militar no es la que domina la vida cotidiana. Pero de ahí a decir que “con la democracia se come, se cura y se educa” pareciera, como mínimo, una exageración

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