domingo, 2 de diciembre de 2018


La Patria y la Nación. ¿Es la ciudadanía un suplemento de la lucha de clases?
Rafael Pompilio Santeliz
Las dos últimas décadas del siglo pasado, 1980-90, se habían caracterizado por la desactivación de las luchas populares, despidos masivos, economías informales, una clase obrera pulverizada, una exclusión social que batallaba por su sobrevivencia, una generación estudiantil boba cuya única perspectiva era el mercado y los estudios tecnocráticos. La extrema polarización y la estrechez del ámbito de participación ciudadana han hecho de América Latina terreno propicio para las luchas radicales y los levantamientos armados. Los conflictos de clase se reactivan solapados, el concepto de soberanía amenazada ofreció un nuevo escenario en el que reaparecieron con otro ropaje los ciudadanos en defensa de los valores patrios y de los recursos estratégicos de la nación y como respuesta directa a las nuevas condiciones de la integración capitalista mundial. La reivindicación de la ciudadanía es la base para participar en el diseño y las decisiones del proyecto de Nación, no como espacio exclusivo de las instituciones políticas reconocidas sino como un asunto colectivo de la competencia de la sociedad en su conjunto y no sólo de sus representantes convencionales.
La patria y la nación, son dos elementos movilizadores redimensionados. De ahí que el punto de partida para las refundaciones impulse el diseñar de nuevo la patria y construir colectivamente un proyecto de nación. Se hace necesario redefinir este concepto ante el proceso de globalización. Frente a la paradoja de que para sobrevivir las naciones tienen que globalizarse, es decir, dejar de ser naciones, lo que implica una pérdida de identidad cultural y un costo social muy grande, surge la idea de que no deje de existir y no se vuelva un fragmento en un montón de fragmentos enfrentados unos contra otros.
El concepto de nación, de patria, tiene una connotación estratégica. La nación como un nuevo escenario para articular las diferentes luchas, como bandera en un mundo de fragmentación, como un referente de pueblo y espacio de resistencia, o como asiendo de nuevo los conceptos roussonianos de soberanía y revolución democrática.
Surge un fervor popular; el pueblo quiere que la esperanza de esta propuesta de país también los incluya, no como seguidores sino como constructores. Es también parte de una lucha, abrirse a otras variantes inmersas en una mundialización solidaria. En esta tendencia los nuevos planteamientos retoman la bandera de la nación truncada e inconclusa que somos. Plantean cohesionarse con los héroes que gestaron la nacionalidad para, recompuestos, tener planes de futuro. Frente al desdibujo, cultural, social y político, que implica la globalización neoliberal se afirman como portadores y refundadores de la Nación. Ella se plantea como un nuevo escenario para articular las diferentes luchas; en un mundo donde los movimientos sociales no se pueden agrupar en torno al eje de la clase obrera, sino que incluyen variantes laborales de sobrevivencia, género, etnias y las mal llamadas minorías.
Mientras el Estado burgués busca la “normalización integradora” mediante el síndrome de la homogeneidad identitaria, los nuevos movimientos enarbolan el contenido: “Somos iguales aunque seamos diferentes”. La identidad no sólo es vista como una gran variedad de identidades sino que se homologa con la igualdad. Inclusión con igualdad republicana. Ser iguales a los demás implica una profundización de la Democracia social, donde no deben existir ciudadanos de primera sino el reconocimiento de la subjetividad de una gran variedad de prácticas que la formalidad del sistema no reconoce. “No somos ciudadanos diferentes, sino: Ciudadanos con sus diferencias”. Esto implica la lucha por el reconocimiento de un conjunto de subculturas y sentimientos colectivos de resistencia frente al uniforme individualista y formal que el capitalismo ha diseñado.
Una Nación donde se pueda definir en conjunto qué significa ser “del país”, desde la existencia de numerosos pueblos que conviven en un territorio, pero a la vez, un mundo donde quepan muchos mundos ante el imposible esquivo de la mundialización. En esta connotación existe una relación directa entre nación, lucha y soberanía. Si bien los conflictos abiertos de clase parecieran perder espacios de expresión, la soberanía amenazada (ya por tratados comerciales que destrozarían las economías, por privatizaciones sin escrúpulos, por recetas y presión de la deuda externa, por extradiciones, por tratados militares que legitiman la invasión, etc.), la soberanía ofrece un nuevo escenario en el que reaparecen con otro ropaje los ciudadanos en defensa de los valores patrios y de los recursos estratégicos de la nación.
En esta etapa que se abre han habido rápidos e importantes virajes. Hasta ahora los movimientos armados latinoamericanos se levantaban contra el imperialismo, por una sociedad sin clases, por el socialismo, pero nunca se proponían explícitamente luchas por la patria ni por la democracia. La democracia se veía, más que como un fin en sí mismo, como un medio para una “acumulación de fuerzas”. La evolución de la izquierda parte por recuperar la bandera perdida de la democracia; su rectificación es parte de la toma de conciencia por medio de la cual la izquierda se reinventa. De los dominantes es el Estado y el mercado; de los dominados la nación y la patria. En otrora, la modernidad que llegaba a nuestras tierras con el neoliberalismo tornaba obsoletos los conceptos de soberanía, idiosincrasia nacional o nación. Para ellos éramos Estados rezagados.
Se afirma la época de un renacer nacionalista latinoamericano: ahora Cuba es martiana, México zapatista, Nicaragua sandinista, Venezuela y Colombia bolivariana; y los nuevos movimientos emergentes se califican como herederos de los héroes patrios y llaman a suspender el saqueo de las riquezas naturales y se reivindican los ejércitos ciudadanos, al buen ciudadanos y sus derechos. A los pueblos originarios se les otorgan importantes espacios del país, vuelven a sonar los “vendepatrias” como el delito más atroz. En diferentes proyectos se propone la recuperación o la refundación de la nación en contra de las “oligarquías semiparalíticas” y se pregona la recuperación y validación social de una multitud capaz de interpelar a la Otra sociedad civil.
Las ideas esbozadas en la dinámica planteada tienen que ver con la nación como espacio de resistencia. El orgullo de ser nacional con aspiraciones de algo más. Donde la gente pueda repensar en colectivo, se encante en la construcción de un modelo de Nación, sepa que cabe en esa propuesta de país, con claros objetivos, no populistas ni mesiánicos, sino autogestionarios. Abiertos al país y a otras variantes no antagónicas. Por ello cualquier movimiento político actual debe ser un instrumento donde las comunidades planteen sus problemas de manera protagónica, tanto en lo local como en lo global.
Así cuando los intelectuales de las clases dominantes decretaron "el fin de la historia y de las ideologías", nuestro pueblo se lanza en proyectos alternativos cuyo centro del problema es: ¿Cómo retomar nuestra historia de lucha continental y nacional?, ¿Cómo no colocarse una vez más a la cola de los intereses burgueses cualquiera sea su fracción?. ¿Cómo no ir solos al encuentro-choque globalizante? ¿Cómo crear un proyecto que de verdad rompa con la lógica del mercado?
Desde 1999 el Estado constitucionalmente asume la forma de República Federal Descentralizada, Democrática y social de Derecho y de Justicia, con un ideal de Soberanía Popular en construcción, basada en potenciar un ente democrático, participativo y protagónico. Los cambios desde 1999 son producto del desplazamiento paulatino de la dirección del Estado de la fracción neoliberal por parte de otra tendencia sustentada en un imaginario constitucional popular. Esto en un lento proceso donde predominan elementos híbridos y contradictorios, algunos inspirados en un “Estado burgués humanista”.
En este proceso se desarrolla la contradicción entre el texto constitucional de la República Bolivariana de Venezuela y el Estado Constituido que aún pervive en la realidad. La forma de Estado diseñado retóricamente, busca construir el ideal de Bolívar, según la cual, se debe dar “la mayor suma de felicidad”. Sabemos que éste sólo será construido cuando el pueblo consciente y activo decida ejercer sus derechos soberanos por encima de cualquier intermediación. Mientras tanto, pervive una estructura administrativa insuficiente que reproduce la ideología de clase de los que diseñaron el rancio Estado. Los elementos del Nuevo Estado presentes en el texto constitucional tienen que ver con: Una economía popular y un desarrollo social equilibrado. Énfasis en el desarrollo integral del ser humano. Garantía de la propiedad privada y la libre competencia.
Sus principios rectores de justicia social, productividad y solidaridad en función de una existencia digna y provechosa para la colectividad son frenados por el precepto constitucional de la defensa de la propiedad privada. Véase propiedad que genere explotación, último y primordial causal de la desigualdad social. De ahí que el pueblo constituyente tenga la necesidad de resolver esta contradicción. Ningún pacto social es estático ni inmutable. En sucesivas etapas el pueblo debe insurgir frente a estos frenos que imposibilitan su protagonismo efectivo a favor de sí mismo.

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