miércoles, 5 de diciembre de 2018

Cuentos de guerrillas
Rafael Pompilio Santeliz
JUEGOS DE GUERRA IV
Eran unos chavalos y ya andaban enguerrillados. No supieron de fiestas ni de transiciones de adolescencia. De un brinco fueron todos unos hombres, siendo unos niños. Las travesuras de estos párvulos bien pudieran contarse hoy.
Cheo, alias El Zorro, era un rapazuelo goloso y mañoso que en la noche robaba las raciones de dulces de la despensa guerrillera. Se le había aleccionado varias veces y con autocríticas insinceras siempre prometía no volver hacerlo.
Una vez llegaron varias cajas de leche condensada y varios frascos de dulces caseros que mandaron familiares.
En la tardecita, entrada la noche, antes que el ratero reincidiera en sus incursiones a la cocina sagrada y colectiva, el Comandante llegó con una bandeja full, con todas las golosinas. Y le dijo:
-“Cheo, antes que las robe, los combatientes le regalan todos estos manjares para usted solo”.
Fue tan grande la pena del Zorro que al otro día desertó. Los glotones también tienen su dignidad.
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Emilio era un gordito que apodaban “Chiquitin”. En una expropiación, impostando la voz que a su edad no tenía, ronco y en tono de mando, gritó el ¡Quieto! en el atraco bancario.
El policía quizás por la edad del muchacho hizo caso omiso e intentó sacar el arma pese a estar apuntado. Entonces Emilio, que cargaba un Mauser más grande que él, le arrancó el brazo de un tiro al gendarme. Luego, sin inmutarse, cargó con el botín para el partido.

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