sábado, 29 de diciembre de 2018

Historias de vidas.
EL CORRIDO DE RAMON CASTILLO
Rafael Pompilio Santeliz
Corría la decada de los 70 en la zona roja morandina de El Tocuyo. Otrora corredor subversivo del Frente Guerrillero Simón Bolívar. La derrota no había menguado los recuerdos ni las ganas de seguir oliendo pólvora. En cada espacio, en cada casa seguían intactos los fusilamientos masivos de campesinos, el Campo de concentración Urica o TO3 como era conocido militarmente y hasta las troneras del bombardeo de napal en Humocaro alto, hacían pensar que nunca nada renacería.
La recomposicion fue dura. La muerte, el miedo, los desaparecidos, los asesinatos o muertos en combate eran la huella del terror milico en cada hogar. De la derrota pocos hablaban, y menos autocriticas de direcciones ñangaras. Colocaban tanques de guerra infuncionales y muy bien pintados, como estatuas de plazas, en las entradas de los pueblos para recordarles el nunca jamás de una insurrección. Era la cultura del miedo de un Estado cabrón que dio carta blanca a los adiestrados en la West point de Panamá para que asesinaran a toda una generación rebelde.
Pero el cuero seco por doquier se levanta. La nueva arma esgrimida, por una generación de cuadros medios, fue la actividad cultural. Ya Alí Primera, con su primer LP de vinil, "La Estrella roja", grabado por el Partido Comunista de Venezuela, PCV, empezaba a sonar clandestino, en tocadiscos plásticos de mano, que funcionaban con pilas. Él, junto a transitores "Trasatlantics" de muchisimas bandas, sintonizaban el faro de luz de Radio Habana Cuba, con sus himnos, noticias y canciones de Carlos Puebla, eran oídos en bajo volúmen o pegados en la oreja, para evadir a los esbirros civiles que espiaban por ventanas, prestos a recordar las planchas calientes que ponían en las nalgas en el temido TO3.
El turno por la resistencia le tocó al cantor, cronista y humorista, Ramón Castillo. Aglutinó compinches músicos en una caimanera callejera. Empezaron con golpes tocuyanos, pero no hay parranda sin cantar lo de Alí, junto a "la canción del tomate" el O bella ciao y otras sureñas que llegaban de perseguidos emigrantes. No tardó en llegar "la jaula". Una patrulla policial dirigida por un paisano humocareño que dicen que se la compró él mismo con su sueldo atrasado de policía, "para echarle bola solo". Así decía la joda.
Se bajó, requirió cédula en mano, el todos contra la pared, y la causa, motivo o circunstancia de estar reunidos en esa esquina con esa albolaria de canciones rojas.
Al primero que interrogó fue a Ramón Castillo. Mire Ramón, le dijo, yo conozco a su familia, pero me va a perdonar, aquí hay una denuncia y me los tengo que llevar presos a todos.
Y ahí se sucedió este diálogo:
- Pero Marcelino, si lo que estamos es cantando. A quién no le gusta la música.
- Si, pero canciones comunistas, na' guará, muy arrecho. Y además están bebiendo cocuy en plena vía pública.
- Pero es para afinar el güergüero, además el cocuy nos hace pensar.
- Son canciones de guerrillas, Ramón, yo oí cuando usted dijo que no basta rezar.
- Pero si son golpes...
- Golpes son los que les van a dar en la Comandancia si siguen con la vainita. Montense en la patrulla.
- Naaa, y como vamos a caber todos en esa patrullita? Tendrás que hacer varios viajes.
- Apreitaitos caben, Ramón, apretaitos caben.
- Vacié, y los instrumentos? Esos son caros, se pueden quebrar.
- Acomodaditos caben, Ramón. Eche pa'lante.
- Pero por qué no haces varios viajes, nosotros te esperamos aquí. Palabrita de honor.
- Se me van a ir. Yo no soy pendejo, Ramón.
- Dejanos cantar unas tres canciocitas más pueg, y te acompañamos.
A lo que el gendarme ya cansado, le contestó:
- Mire Ramón, yo lo que estoy viendo es que usted no quiere ir preso, Ramón. Dijo en medio de la chercha y las risotadas de los uña y carne del cantor.
Y así fue que empezó esta recomposición, otra "batalla" de la rebeldía tocuyana. Lo cultural siguió andando solo. El alma de los pueblos es indestructible. Bombitas de tiempo cantadas por los descamisados que reventaron años después.

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