sábado, 4 de mayo de 2013


Como la derecha peruana estaba convencida de haber comprado a Ollanta Humala, ahora le salta a la yugular por algunas muestras de autonomía.
Por ejemplo, está el asunto de Venezuela.
La derecha peruana, que no protestó por el caso de Lugo, en Paraguay, o el de Zelaya, en Honduras, está preocupadísima por el estado de la democracia venezolana.
El problema es que Henrique Capriles es gobernador reelecto del estado de Miranda gracias a una elección controlada por la misma Comisión Nacional Electoral hoy acusada de impresentable.
Y el problema es que ningún observador internacional, incluyendo en la lista al Centro Cárter, ha formulado tacha alguna en contra del proceso que llevó a Nicolás Maduro, con las justas, a la presidencia.
La derecha peruana es chusca, golpista y sucia y creía que UNASUR debía impedir el mandato de Maduro.
Pero UNASUR no podía darles ese gusto porque no está entre sus funciones vetar una elección que no ha sido cuestionada por los observadores internacionales. Lo que ha hecho UNASUR es recomendar a Maduro que se efectúe el recuento de votos prometido y que se abran las puertas del diálogo en esa Venezuela con presentimientos de guerra civil.
Hay que ser muy bruto para no entender eso.
Y hay que ser muy cínico para que la prensa peruana, escrita y televisada, que avaló la dictadura putrefacta de Fujimori y su concentración de poder sostenga que hoy en Venezuela hay un monopolio de los medios y una prácticadictadura castrista. Curioso castrismo este que casi a punto estuvo de tolerar el triunfo del ferozmente opositor Henrique Capriles y que hoy asiste a un proceso inexorable de decadencia del PSUV y de fraccionamiento de sus filas.
 La derecha no tiene patria ni doctrinas ni principios. Sólo la excita el dinero, sólo la entusiasma la codicia, sólo le teme a la libertad.
Para la derecha peruana el problema no es la democracia. Es quién corta el jamón. Si mañana fuera necesario dar un golpe de Estado sanguinario para reprimir a los opositores a la gran minería y a los que se niegan a obedecer el pensamiento único que todos los días expectoran los locutores de RPP, la derecha aplaudiría con el mismo fervor con que aplaudieron a Sánchez Cerro (creación heroica) y a Velasco (cuando creyeron que podían manejarlo).
La derecha no tiene patria ni doctrinas ni principios. Sólo la excita el dinero, sólo la entusiasma la codicia, sólo le teme a la libertad. Por eso quiere que todo sea inmóvil, fósil, eterno. Es una derecha eclesiástica que aspira a la inmortalidad de sus privilegios.
Y entre ellos está el de decretar qué cosa es buena o qué cosa es mala. Es como el evangelio según San Luis (el agua embotellada). Como el papel de los hechiceros en las tribus primordiales.
Nada que se salga de su monótono libreto es válido.
¿Maduro presidente aun después de muerto Chávez?
Inaceptable.
¿Argentina en manos de una mujer insumisa que se enfrentó con éxito al FMI y que pelea con una prensa mañosa plagada de in­tereses? Impresentable.
¿Bolivia reclamando lo que le fue arrebatado en una guerra procaz?
Deleznable.
¿Petroperú queriendo comprar 51% de las acciones de Repsol? Imperdonable.
¿Húmala hablando de un Esta­do medianamente presente? ¡Velasquismo trasnochado! ¿Y cuando el Estado de Obama imprime trillones de billetes para salvar a la banca grande que estafó a los chicos? Ejemplar.
¿Y cuando Europa ajusta a los ciudadanos después de salvar a los bancos desregulados?
Maravilloso.
¿Y cuando la empresa estatal Entel-Chile compra a Nextel en el Perú?
¡Gran noticia!
¿Y cuando la estatal noruega Cermaq compra a la privada peruana Copeinca? ¡Globalización!
Qué divina es la derecha peruana. Está convencida de que los peruanos somos débiles mentales que se aborregarán ante sus gritos, amenazas, editoriales y columnas escritas por quienes antes firma­ban contratos con las Cepris de Fujimori.
Y, en el caso de Repsol, sólo chillan ideológicamente porque Petroperú tiene la intención -ya confirmada- de comprar el 51% de sus acciones pero omiten señalar que buena parte del paquete accionario de esa empresa española ya está en manos de las AFP que operan en el Perú.
Omiten decir también que La Pampilla le costó a Repsol unos 185 millones de dólares (parte de los cuales fue pagado ignominiosamente con bonos soberanos peruanos comprados al 17% de su valor nominal) y que requiere de unos 800 millones de dólares para ser desulfurizada.
¿Alguna privada está dispuesta a invertir ese dinero?
Que lo digan Dionisio Romero júnior y sus socios chilenos, dueños ya de Primax y que, con la compra de la cadena de Repsol, serían los amos del mercado. ¿O no es eso lo que está en juego?
Repsol fue expropiada en Argentina por no hacer nuevas inversiones y por haber estado bom­beando utilidades extremas a su casa matriz madrileña.
Aquí, el último año, vendió combustible por un valor de 4.600 millones de dólares y apenas ha tenido unos 30 millones de utilidad. ¿O es que en el Perú ha repetido la faena bombeadora de Buenos Aires?
Petroperú debe tener cuidado con sus próximos pasos no por la prédica de la derecha sino porque Repsol no es ninguna pera en dulce.
Pero, claro, este tipo de información no le interesa a la gran prensa peruana (y a su hija retardada, la televisión). Lo único que importa es que nadie se salga del libreto. Ni con Repsol ni con Venezuela ni con ningún otro tema.
Que Húmala se entere de una vez: con la derecha peruana no hay tratos equitativos. Ella sólo reconoce iguales (entre los suyos) o subordinados. Y usted, señor pre­sidente, era hasta hace unas horas un obediente subordinado.
Ya no lo es tanto.
Y esa es una gran noticia. No se retracte. No se chupe. No se asus­te. La derecha es, al fin y al cabo, un tigre de papel periódico.
Que usted recupere algo de su identidad es sólo una mala noticia para quienes lo han visto como el mayordomo (siempre culpable) de una novela mala de Agatha Christie.

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