lunes, 9 de julio de 2018


LA BOMBA. LA CREACIÓN ALEGÓRICA, 
ANTIBELICISTA, DEL NO OLVIDO.

Con respecto a Hiroshima y Nagasaki, Camus decía en “Combat”, 1945, que el mundo era cosa pequeña cuando se verificaba que cualquier ciudad podía ser completamente arrasada por una bomba del tamaño de una pelota de fútbol.  En su opinión la civilización mecánica acababa de alcanzar con la explosión de la bomba atómica sobre Japón su máximo grado de salvajismo. Condenaba el hecho de que la ciencia se consagrara a la muerte organizada en un ímpetu de destrucción total.
Marguerite Duras, quien había nacido en Indochina (1914) un año después que Camus (Argelia, 1913), expresa lo mismo por medio de un guión cinematográfico para una película de 1960, de Alain Resnais, cuyo título es Hiroshima mon amour.
Si bien se trata de un guión para cine, el hecho de que su escritura presente elementos narrativos y ficcionales la reviste de cierta literariedad, y es así como se la concibe.
El guión leído como texto figurativo podría definirse desde el punto de vista de la palabra desviante como un discurso alegórico, según Jean Delorme. Esto corresponde a lo definido como pensamiento lateral, más inventivo que la argumentación.
El guión fílmico y su realización hacen sobresalir el papel de la imagen y el carácter de presente que ésta introduce, puesto que lo que se ve en pantalla es un simulacro de realidad en desarrollo. Sin embargo, para el lector del guión lo más importante consistirá en aprehender una ficción cuyo sentido es obtenido a partir de la articulación en ella de secuencias espacio-temporales en superposición, que generan las correspondencias esenciales de su significación.
En un lugar muy especial, Hiroshima (1958), se encuentran dos enfoques diferentes que dan relieve a esas correspondencias: el pasado vibrará en el presente y el presente recibirá la llamada del pasado. Presente y pasado se ligarán en torno a una constante temática, la del amor apasionado, absoluto, el único que Marguerite Duras acepta por ser esencial y que por consiguiente estará sujeto a la muerte.
En el transcurso de un día y medio, en Hiroshima, un japonés y una actriz francesa, tratan de revivir, en una habitación de hotel y por medio de la palabra lo sucedido: deflagración atómica y muerte de centenares de miles de seres indefensos.
Mientras la francesa, quien está rodando allí un filme sobre el horror de la tragedia, quiere rememorar el holocausto, el japonés insiste por medio de frases como: “No has visto nada en Hiroshima, Nada” en que nadie puede conocer y recordar algo tan espantoso; el japonés del amor con la francesa remacha la imposibilidad de poder plasmar con palabras lo sucedido en Hiroshima, porque hablar de ese suceso infernal restaría densidad y dramatismo a lo ocurrido. El recuerdo de Hiroshima atenuaría en intensidad la representación de lo teratológico. El diálogo amoroso entre la francesa y el japonés, lleno de escepticismo, hace surgir en el guión un elemento temático bien definido: la obsesiva presencia de la memoria mediante la cual se conoce el olvido.
Para la francesa es importante rememorar; para ella lo sucedido en Hiroshima se superpone a lo ocurrido, en 1944, a una muchacha que ha sido rapada por amar a un enemigo de Francia, a un alemán, en Nevers. El alemán había agonizado junto a ella, debajo de ella, quien había permanecido un día y su noche sobre el cadáver hasta no llegar a sentir ninguna diferencia entre los dos cuerpos: “solo encontraba semejanza entre ese cuerpo y el mío… fue mi primer amor”. La experiencia de la muerte, del amor, del castigo con encierro en sótano y rapado del cabello la llevan a la locura. A la salida de este periodo punitivo, la muchacha lo primero que oye es la palabra Hiroshima, y de esa palabra tiene el recuerdo la actriz de cine que rueda un filme en esa ciudad catorce años después.
Lo que sucede en Hiroshima, en 1958, entre la francesa y el japonés, entre esas dos figuras tan distantes en todos los órdenes, es la repetición del amor de Nevers y debe producirse por la voluntad obsesiva del no olvido. Así se establece la correspondencia entre dos temporalidades y espacios alegóricamente significantes.
Hiroshima mon amour se construye para terminar de una vez por todas con la descripción del horror por el horror, y, como lo afirma la misma autora, para hacer renacer del horror de sus cenizas un amor que será, por fuerza, particular y maravilloso. Marguerite Duras opinaba que cuestionar a la sociedad es admitir que ésta existe, de la misma manera que hay una cierta adoración  por la guerra en las películas de guerra.
Camus argumenta, Duras, al contrario, crea por alegoría una situación simbólica amorosa que construye un camino para marcar su posición antibelicista: dos amores absolutos se resumen en uno, dos extranjeros son amados, tolerancia del sentimiento, negación del olvido de la barbarie.

Danielle Triay Royo. 2018.

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