ELECCIONES, CRISIS Y SONAMBULISMO FEDERICO RUIZ TIRADO
(I)
Pocos días antes de las elecciones legislativas del 2015, voceros (calificados) del PSUV pronosticaban un triunfo demoledor, contundente, aleccionador e histórico para la revolución bolivariana. El país los vio en televisión con sonrisas complacientes, de vencedores (y seguramente no era para menos, pues daban por segura la victoria).
(II)
Pero el 8-D la realidad fue otra: la oposición, esa misma que actúa como actora de la aguda crisis que sufre la inmensa mayoría de los venezolanos y que todavía seguimos llamando “guerra económica”; esa que entra y sale cuando le da la gana de la institucionalidad, de la Constitución Bolivariana; que financia guarimbas, asesinatos atroces, incineración de humanos y ecocidios; la misma que hoy participa en el famoso “Diálogo” y ahora en las elecciones de gobernadores y dispara veneno puro contra el pueblo desde los canales televisivos comerciales, los medios radioeléctricos e impresos privados; en fin, esa oposición obtuvo, con un coñazo de votos, el poder legislativo. Ni más ni menos. A escasas cuadras del Palacio de Miraflores, desde el 8D del 2015, se apoltronó esa oposición trunca, cuyo gamonal de entonces se dio el lujo de cagarse en el alma del chavismo primitivo, cuando retiró con insolencia las imágenes de Chávez y el Libertador Simón Bolívar.
(III)
Al diputado Pedro Carreño le escuché de cerca, en una conversación que tuvimos sobre el tema, días después de esa catástrofe, una explicación para reflexionar: la oposición realizó su campaña justo cuando la guerra psicológica hacía estragos y, en parte, por eso, encontró su asiento en la profunda debilidad en que se encontraban las masas populares.
Por algunas rendijas del sistema nervioso central (y periférico) de una Venezuela sin Chávez -digo yo- la derecha nos agarró fuera de base, sobre todo a la dirigencia del PSUV, que de algún modo nos representa: ésta se confió. Se ilusionó. Y donde había que ver con los ojos pelaos, no se hizo: en su lugar se encandiló con cifras que suministraban los expertos, los sabelotodo, los encantadores de serpientes. Y así (y desde entonces) comenzó parte del desastre actual, del desespero y la incertidumbre que hoy laten en la calle.
(IV)
No podemos negar que fuimos abatidos por esa despiadada y cruenta avanzada de la contrarrevolución. A esa guerra psicológica no pudimos ni supimos enfrentarla, a pesar del andamiaje comunicacional, de la influencia de las redes sociales, de los discursos. Quizás, digo, yo, ese episodio agobiante de la Guerra de Cuarta Generación, sirvió de contrafuerte para que la MUD y Cía. alcanzaran y lograran el trofeo de la AN. Fue un logro gracias a los votos que, abrumadoramente, castigaron una forma de hacer política (o de no hacer).
(V)
Hoy pienso en las palabras de Pedro Carreño. Las recuerdo y las traigo a colación porque si en medio de esta crisis económica y social del país, que ya tiene visos de ciencia ficción, no reflexionamos sobre este modo de asumir el ejercicio político, en lo sucesivo iríamos todos al abismo. Esta crítica situación –aderezada e inducida por los enemigos- tampoco hemos podido enfrentarla. Por eso, hay desespero. Y éste le ha abierto de par en par las puertas a la angustia colectiva, al sonambulismo. El día a día es una tortura: la usura, la especulación, la ausencia de políticas para enfrentar esta desgracia, han sumergido a las mayorías (me incluyo, desde luego) en un vacío peligroso. La derecha puede estar fraccionada, pero tiene como único candidato a la crisis.
VI
Zarandeados por ella, salimos a las calles como sonámbulos, casi sin rumbo, arrastrados junto a la multitud en fila india sin preguntarnos qué tienen que ver los indios de cualquier parte del mundo, con las interminables colas en los bancos, en las paradas de buses, en las cajas tragaperras esperándonos para exprimirle a la tarjeta hasta la última moneda y el efectivo que hace rato hizo mutis por la derecha y por la izquierda. Justo ante la caja, al cancelar, desde el fondo de vaya usted a saber dónde, la conciencia se dispara y nos aplasta contra la somnolienta realidad: entre la multitud estamos solos, tan síquicamente solos que nadie advierte este delirante sonambulismo meridiano.
Bajo ese clima, llama la atención el triunfalismo, la bailadera, el discurso altisonante, el burro de La Vaca (que digo, de Lacava), las proclamas retrógradas sobre el rol de las universidades, los inusitados anuncios de protección al salario y el incumplimiento de las instrucciones presidenciales destinadas a frenar la rapacidad de los comerciantes y otras disonancias y torceduras que nos amenazan a diario.
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