viernes, 8 de febrero de 2013


Transición desde el capitalismo rentístico
Por: Por Víctor Álvarez R.
FotoFoto: AVN 

Momento: 2012 mostró un país en raudo crecimiento y sólido basamento político. Con la retomada del PIB, la afirmación del proyecto revolucionario y el ingreso al Mercosur, Venezuela está en óptimas condiciones para afrontar las medidas que permitan abandonar definitivamente la economía basada en la renta del petróleo y explorar el camino de una industrialización socialista, con base en el poder de los trabajadores y el conjunto de la población.

Al cierre de 2012 y en medio de la prolongada crisis de las economías de Estados Unidos, Grecia, España, Portugal, Italia y otros países de la Unión Europea, Venezuela presentó una aceleración en su ritmo de crecimiento económico, una reducción significativa del desempleo y una tasa de inflación por debajo del objetivo inicialmente planteado. En efecto, en 2012 la economía creció 5,5%; la inflación –aunque sigue siendo muy alta– descendió al 20,1% (la meta estimada era del 22%); y el desempleo quedó en menos del 8%.
Para 2013 se espera que la dinámica que desencadenan estos resultados mantenga el actual ritmo de expansión económica, que ofrece el clima de serenidad necesario para revisar la política económica, toda vez que –en adelante– no se trata sólo de reactivar y hacer crecer la economía capitalista que aún predomina en Venezuela, sino de transformarla.
La transformación productiva planteada en Venezuela tiene dos ejes claves. 1) La creación de nuevas relaciones de poder a través del desarrollo de innovadoras formas de propiedad social, popular y comunal. 2) La transformación del capitalismo rentístico e importador en una nueva economía socialista diversificada, capaz de producir los bienes destinados a satisfacer las necesidades esenciales de la población, sustituir importaciones y diversificar la oferta exportable para reducir la dependencia del ingreso petrolero.

El mito del desarrollo
La idea de lograr el desarrollo sigue siendo una gran aspiración en la mayoría de los países de la periferia que compiten por atraer inversiones extranjeras. Asocian el desarrollo al logro de objetivos de modernidad, bienestar y progreso, a partir de transformar la producción campesina y artesanal en una gran producción en serie, acelerando el crecimiento urbano como propulsor del mercado interno. Pero el balance indica que, generalmente, un impetuoso ritmo de crecimiento económico viene acompañado por la emanación de gases con efecto invernadero, efluentes líquidos que se vierten en ríos, lagos y mares, y la acumulación de desechos sólidos que terminan siendo una bomba de tiempo. Esto causa calentamiento global y un daño irreparable a la biodiversidad, con su secuela de millares de víctimas debido a las sequías, desertificación, tormentas e inundaciones, así como de la expulsión de millares de campesinos de sus tierras, ahora destinadas a fines más rentables como la producción de biocombustibles, lo cual explica el brutal encarecimiento de los alimentos básicos, su escasez, acaparamiento y especulación.
En los hechos, ese desarrollo se ha limitado al crecimiento del PIB y a la mejora de los indicadores sobre inversiones, consumo, exportaciones, reservas internacionales, etc., sin llegar a cumplir la promesa de mejorar la calidad de vida, el bienestar y la felicidad de todos los ciudadanos. Esta noción economicista del desarrollo debe ser cuestionada, toda vez que está ligada a una creciente explotación de los trabajadores y a la depredación de la naturaleza.
El desarrollo no puede ser un fin cuantitativo sino un proceso cada vez más cualitativo que trascienda la satisfacción de las necesidades materiales de la población e incluya la satisfacción de sus necesidades intelectuales, emocionales y espirituales. En Venezuela, ante el agotamiento del modelo capitalista-rentista-desarrollista, se impone diseñar nuevas alternativas que permitan armonizar el crecimiento económico con el desarrollo humano integral y la protección de la biodiversidad.

Superar el modelo extractivista-rentista
El extractivismo es un modelo de acumulación basado en la obtención de una renta por la explotación de recursos naturales y energéticos. Lleva a la dependencia de los países ricos en materias primas pero pobres en tecnología, los cuales se limitan a vender tales recursos en lugar de transformarlos industrialmente. Es un modelo depredador del ambiente toda vez que agota los yacimientos o los extrae a un ritmo superior a la tasa de reposición.
Se trata de un modelo de enclave con una actividad aislada del resto de la economía y poco impacto sobre el desarrollo endógeno. Coexisten sistemas de alta y baja productividad, baja densidad de empresas industriales por cada mil habitantes, poca diversificación e integración industrial.
Venezuela es un país con un fuerte arraigo extractivista y por eso depende de la captación de renta y no del esfuerzo productivo para satisfacer sus necesidades. La abundancia de divisas tiende a sobrevaluar la moneda nacional. Así resulta más rentable importar que producir. Los productores se transforman en importadores y desplazan a la producción nacional: importan porque no producen, y no producen porque importan. La mala asignación de los factores productivos distorsiona la dinámica económica. El comercio importador, al proveer los bienes que se requieren para satisfacer las necesidades de la población, tiende a cobrar más importancia que la agricultura y la industria, que son los sectores en los que descansa la soberanía productiva de cualquier país.
En este contexto, la reciente certificación de las reservas petroleras más grandes del mundo bajo el subsuelo venezolano, contribuyen a crear una ilusión de riqueza y prosperidad. Pero lo cierto es que se mantiene la vulnerabilidad productiva y fiscal por la alta dependencia del ingreso rentístico. La crisis estalla cada vez que los precios del petróleo se desploman, no ingresa la misma cantidad de divisas y se impone la obligación de devaluar, generando así inflación, desempleo, pobreza y exclusión.

¿Qué hacer con la renta petrolera?
Desde que apareció el petróleo en Venezuela ha sido mucho más fácil devorar la renta comprándole al resto del mundo lo que bien pudiera estar generándose internamente con el esfuerzo productivo propio. La alternativa al rentismo pasa por un profundo cambio cultural. Hay que sustituir la mentalidad rentista que procura captar la mayor renta posible para consumirla, por una nueva cultura de la inversión y del trabajo. Pero esta inversión no puede ser sólo en infraestructura, también es clave la inversión social y la inversión en ciencia y tecnología. Todas son imprescindibles para poder transformar los recursos naturales que ahora exporta Venezuela sin mayor valor agregado, en una creciente producción industrial que permita sustituir importaciones y diversificar la oferta exportable para generar nuevas fuentes de divisas que reduzcan la dependencia del ingreso petrolero.
Transformar el capitalismo rentístico en un nuevo modelo productivo socialista exige tener cada vez más claro los destinos que se le darán al torrencial ingreso rentístico que percibe Venezuela por concepto de la exportación petrolera. La “siembra del petróleo” no debe ser vista sólo como inversión en autopistas, ferrovías, metros, puentes, centrales termo o hidroeléctricas y demás obras de infraestructura. Este enfoque “desarrollista” fue el que predominó en el pasado reciente y por eso la inversión de la renta favoreció a las empresas contratistas a las que se les adjudicaban las obras, mientras el desempleo, la pobreza y la exclusión social causaban estragos en la mayoría empobrecida de la población. La inversión en infraestructura es necesaria más no suficiente. Si se quiere acabar con estos flagelos sociales, un porcentaje creciente de la renta petrolera debe ser invertido socialmente para garantizar el derecho de todos los venezolanos al trabajo, alimentación, educación, salud, vivienda, ciencia, tecnología, cultura, deporte, etc. Y, por supuesto, otro porcentaje significativo debe ser invertido en distintos fondos de compensación macroeconómica, desarrollo nacional y patrimonial que minimicen el impacto negativo del comportamiento errático que a lo largo de la historia han tenido los precios del petróleo.

Hacia la industrialización socialista
La manufactura tiene un gran efecto multiplicador sobre los demás sectores económicos. “Aguas arriba” demanda materias primas a la agricultura, pesca, forestación, minería, etc. “Aguas abajo” ofrece bienes intermedios e insumos industriales para el desarrollo de otros sectores. Además, demanda servicios de apoyo, agua, electricidad, telecomunicaciones, financiamiento, infraestructura, redes de distribución y comercialización. Cuando crece la industria crece toda la economía.
El gobierno venezolano puede combinar diferentes incentivos arancelarios, fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, asistencia técnica, etc. hasta elevar la actual densidad industrial de 0,25 a 1 establecimiento industrial por cada mil habitantes y lograr que el aporte de la manufactura al PIB suba del actual 14,3% a 20%, alcanzando así Venezuela la condición de país industrializado.
La industrialización socialista que está planteada en Venezuela se entiende como un proceso llamado a sustituir la industrialización basada en la explotación del trabajo ajeno, el uso intensivo de materias primas y energía, la depredación del ambiente y los desequilibrios territoriales, por un nuevo tipo de industrialización basado en diferentes formas de propiedad social, la aplicación de nuevos principios para la justa remuneración del trabajo y la inversión social de los excedentes, el uso de información y conocimientos científicos y tecnológicos, la preservación del ambiente y el desarrollo armónico de las regiones.
En este sentido, se impone un balance crítico del proceso de industrialización en las condiciones del capitalismo rentístico venezolano. Está en cuestión la sustitución ineficiente de importaciones que condenó a los trabajadores a adquirir productos de inferior calidad y precios superiores a los importados, pero también la apertura neoliberal que sometió a los productores locales a una feroz competencia con las importaciones procedentes de las principales potencias industrializadas. Como alternativa entre estas dos opciones extremas se plantea la necesidad de reivindicar las políticas industriales y tecnológicas para profundizar la reactivación, reconversión y reindustrialización del aparato productivo, como condición básica para alcanzar la plena soberanía económica.
Para impulsar la industrialización socialista es necesaria una eficiente intervención del Estado para orientar un proceso que no puede quedar a merced de las fuerzas ciegas del mercado. La industrialización socialista debe apoyarse en un Estado en manos de los trabajadores y de la comunidad, sin mediaciones burocráticas de ningún tipo. Sólo así será posible impulsar un nuevo tipo de desarrollo industrial, capaz de asegurar una creciente producción de los bienes requeridos para satisfacer las necesidades básicas de la sociedad, y generar una oferta exportable de calidad y buenos precios que nos permita la inserción soberana a la economía mundial.

Desafíos del ingreso al Mercosur
El ingreso de Venezuela al Mercosur plantea importantes desafíos que es necesario considerar para lograr una integración positiva, que potencie las capacidades y recursos que el país posee a partir de una relación ganar-ganar con los demás integrantes del acuerdo. Entre los desafíos más importantes se destacan:
• Inestabilidad financiera y monetaria por la crisis capitalista global mundial que inevitablemente repercute en los procesos de complementación económica debido a las manipulaciones de los tipos de cambio y los diferenciales de tasas de interés entre los países.
• Condiciones y posiciones distintas y hasta contradictorias entre los países socios que pueden mediatizar o anular iniciativas y esfuerzos integradores, limitándolos a declaraciones de buenos propósitos pero sin resultados concretos.
• Existencia de grandes asimetrías y disparidades debido a las diferencias en el tamaño de los países del Mercosur, desbalance en sus niveles de desarrollo económico, desigual dotación de recursos naturales, humanos, tecnológicos e infraestructura, todo lo cual no puede ser superado a través de la simple liberalización comercial.
• Grandes cambios geopolíticos a escala internacional capaces de alterar radicalmente las relaciones internacionales y regionales, desafío que impone la necesidad de construir posiciones comunes en otros foros internacionales que repercuten sobre los procesos de integración latinoamericana, tales como OMC, G-20, etc.
Esta compleja problemática no será resuelta por la dinámica del mercado, requiere la voluntad política de los gobernantes llamados a impulsar iniciativas solidarias que contribuyan a cerrar tales desequilibrios estructurales. Alcanzar con ellos una unidad de criterios que asegure coherencia en la acción es clave para que la integración de Venezuela al Mercosur sea un proceso beneficioso para todos. Venezuela es un país rico en recursos petrolíferos, gasíferos y minerales, pero pobre en capacidades tecnológicas e innovativas para transformarlos en productos de mayor valor agregado. Por eso, lo más importante del ingreso de Venezuela al Mercosur es la gran oportunidad que surge para complementar capacidades y recursos en función de impulsar un nuevo tipo de integración económica basado en la transferencia de tecnología, calificación del talento humano, asistencia técnica a la economía social e incorporación de un creciente valor agregado nacional en los proyectos de inversión. Es así como Venezuela podrá reconstruir su aparato productivo, generar trabajo digno, sustituir eficientemente importaciones, diversificar exportaciones y mejorar la calidad de vida y bienestar de su población.

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