El transporte público:
¿objeto de regulación o de nacionalización?
AMAURY GONZÁLEZ VILERA

Por otro lado, aunque sea maeria de otra reflexión, con los grandes cambios tecnológicos de las últimas décadas, muchos de esos trabajos que se realizan en el clásico “lugar de trabajo” pueden realizarse desde el hogar -o desde cualquier parte-, siempre que se disponga de los recursos necesarios. Ya se habla de teletrabajo y en el mundo de hoy ya son muchos quines se encuentran insertos en esta realidad. Es una realidad inobjetable evidente en su propia viabilidad, pero el conservadurismo y la falta de imaginación hacen lo suyo.
El ejemplo clásico de esta separación residencia-lugar de trabajo lo constituyen las llamadas ciudades satélite, cuyos habitantes por lo general laboran en la ciudad, en el centro, más allá o acullá. Gente que vive en los Altos mirandinos, en Santa Teresa, en Guarenas o Guatire, el junquito… que a diario tiene que luchar contra los azares y tribulaciones de las vías.
Pero no son solo las situaciones de la carretera las que tiene que soportar el usuario del transporte público-privado (empresas privadas que prestan un servicio público), sino muchas veces los comportamientos de los choferes que, como miembros de una empresa, y por tanto de una organización cuyo fin es la rentabilidad y la ganancia, anteponen –y cómo no- sus intereses económicos a la prestación de un servicio eficiente y de calidad. En el país petrolero de la gasolina barata siempre ha sido negocio el transporte. Desde el taxista, el camionetero, hasta las llamadas “Ejecutivas” -camionetas negras que –por ejemplo- desde Maiquetía pretenden cobrar 500 Bs hasta Caracas- se apuesta por el negocio cómodo y lucrativo.
Pongo como ejemplo lo que sucede con una línea que cubre la ruta Altos mirandinos-Caracas. Como lo importante no es llevar a la gente a sus trabajos u hogares sino los reales –y no deja de ser lamentable como estos comportamientos son muchas veces considerados “respetables” y “comprensibles” desde la “ética racional capitaista”- que , así quede un puesto y ese usuario no llegue nunca yo no arranco, y si puedo recoger más en la vía mejor pal negocio. Ah! Y si me paro, por ejemplo, en el Km cero de la panamericana a recoger pasajeros que luego asaltan a la gente -a veces con saldos lamentables- para luego quejarme de la inseguridad, eso no fue culpa mía, que sólo trato de prestar un mejor servicio. Yo cobro al subir, y cuando la camioneta por fin llega, luego de esperar una hora y a veces dos, uno pudiera pensar que sí, por fin me voy. Pero no. Comienza aquí el proceso de cobro, uno a uno. Uno se va como veinte o treinta minutos después de la llegada el ansiado transporte. Claro, a menos que este cayendo una tormenta, eventos que despiertan un ímpetu en los usuarios que hace pensar a los choferes sobre lo conveniente de cobrar después del embarque.
Los cuentos son innumerables, y como siempre se trata de un capitalismo desbocado que debe ser regulado seriamente por el Estado, y en el caso de las empresas privadas de transporte, un servicio que debe ser fiscalizado por la comunidad organizada, aunque a veces la comunidad se equivoque rechazando las alternativas que ofrece el ejecutivo.
Por lo general, cuando se habla del exceso de vehículos que hoy transitan y viven en la capital, que traen tráfico, estrés y contaminación, se alega que si el transporte público funcionara la gente no optaría por el transporte individual, cuando no se vocifera desarrollistamente sobre el segundo piso para Caracas. Otros, afirman que la raíz del mal está en el precio de la gasolina, que debería aumentarse. Pero ésta última opción se tiende a asociar a la rebelión social del Caracazo, por lo que es mejor dejarlo de ese tamaño, aunque la razón del aumento de aquella vez –una medida que formaba parte del paquetazo neoliberal- se encuentre a años luz de lo que aquí se plantea. No les falta verdad a ambas opiniones, aunque si consideramos el uso del vehículo individual como una parte constitutiva de los gustos y preferencias del venezolano promedio, tendríamos otra variable interesante que considerar.
Porque, recordemos, cuando se descubrió el acaparamiento aquel de las camionetas para “engordar” sus precios, el discurso se orientó a condenar una acción que perseguía expoliar a los venezolanos. Pero se partió claramente de la idea -ideología- según la cual todos quieren comprar la camioneta, elemento que está, al parecer, fuera de discusión.
Entre aumentar el precio de la gasolina, convencer a la gente de que cambie el vehículo propio por el vehículo común, y mejorar sensiblemente el transporte público, parece que hay que comenzar por esta última opción, aunque las otras estén relacionadas intrínsecamente. Son muchos cuentos, muchos detalles, es un tema complejo. En lo que sí creo que estaríamos todos de acuerdo es en la nacionalización de este sector estratégico que, por otro lado, no tendría que ser total. ¿O sí?
La otra solución sería, y lo ha sido para muchos, comprarse una moto; el peligroso vehículo de dos ruedas.
Por: Amaury González Vilera
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