jueves, 25 de enero de 2018

EN BUSCA DEL REMAKE PERDIDO DEL 23 DE ENERO
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Federico Ruiz Tirado
Hollywood se renueva a ritmo generacional, de ese modo hegemoniza su discurso cultural y globaliza su ideología anticomunista. La tecnocracia hace lo suyo con el  empaque fílmico, adecúa  y otorga contenido al rol que le es asignado jugar a la humanidad según USA se reparta caprichosamente el mundo. Es una verdad del tamaño de la peligrosa fortuna y ridiculez de Trump, con su ideologizada carga, su hegemonía inequívoca. Pero para muchos profesores, políticos,  intelectuales, novelistas y cineastas, en fin para todos aquellos celadores de la historia criolla,  pareciera que el mundo se detuvo el 23 de enero de 1958, cuando a fuerza de un surtido movilizado de factores y actores, el dictador Marcos Pérez Jiménez huyó –por cierto- a República Dominicana en un avión con las valijas llenas de billetes.
Cine, ficción y Gabo
¿Alguien recuerda a Juan Arcadio Rodríguez, un tocuyano enamorado del séptimo arte (por aquellos tiempos cuando las artes no tenían placebo), que elaboraba pescaditos dorados con los misterios develados por él en cada función de cineclub, y acostumbraba regalárnoslos como si fuera un Arcadio Buendía llevado de la mano por el Gabo? Nuestro querido Fruto Vivas debe recordar aquellas intensas tertulias en su casa barquisimetana, cuando hablábamos por igual de aquella tragedia urbana bautizada como “Zona de Compresión”, de Amábilis Cordero y de
la primera película de ficción, La Dama de las Cayenas de Enrique Zimmermann.

Pero el 23 de enero no tiene Gabo quien le escriba, y su filme permanece enlatado (o permaneció hasta ayer), mustio y lleno de hongos, a medias revelado, y no puede, aunque en el intento se hayan perdido muchas vidas, convertirse en fiesta patria o conmemoración democrática, porque en última instancia no fue más que la eclosión del liberalismo burgués, y la instauración de la dictadura electorera representativa en el territorio petrolero objeto de cualquier  apetencia del Tío Tom de los gringos.
Diosdado en la escena

Hasta ayer, ese 23 de enero del 58 parecía la juntura de los restos de una pieza de museo itinerante de la historia política venezolana. Un rodaje cuyo flash-back sacaba o incluía a actores principales y los cambiaba por otros de reparto; un film cuyo trazo discursivo a veces zigzagueaba sin llegar a la médula de la Junta Patriótica ni al sitial que ocupó Guillermo García Ponce, asó como Fabricio Ojeda y, quizás por eso y otras razones, no escarbaba en las entrañas del Pacto de Punto Fijo y otras tramas de la historia.


 Pero, sabemos, que cada quien es libre de formar el jolgorio que quiera, contimás si tiene un target cautivo: pero hay que atenerse; jolgorio dando y porrazos llevando, cuando el país además de apetito y necesidades acumuladas, tiene muchas inquietudes. Cuando el zamuraje acecha y se multiplica por las cuatro esquinas de la incertidumbre, de las medias verdades, del subterfugio semántico, de tanto diálogo interruptus, de tanto funcionario ad hoc socavando y socavando con ganas de que el escenario implote.
Chávez y su combustible
La historia tiene prohibidos los remakes, ni con primarias; ni con fintas electorales desde posición adelantada; ni adelantos ni atrasos para que el muchacho no se ahorque con el cordón umbilical; todo a su tiempo. Porque en Democracia Participativa y Protagónica es así. Todos y todas tiene derecho de postulación a presidir la República Bolivariana de Venezuela, pero todas y todos tienen la obligación  de cantar clarito como gallo cuando alborota la mañana. 
Y no hay remake del 23 de enero en el estricto sentido de su significado. Ayer dejó de ser la efeméride de siempre para convertirse, no el día de la democracia seca, sino en el de la Democracia Participativa propuesta por Chávez y afirmada responsable y conscientemente por millones de nosotros. Ya no será una película enlatada, tampoco una nueva versión de nada, es historia en transcurso, es vida diaria, es la cotidianidad de todos, empujando y jalando el carro político que, ayer, Diosdado Cabello condujo como lo habría hecho Chávez.  

Ahora nos toca a nosotros.  

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