EN BUSCA DEL REMAKE PERDIDO DEL 23 DE ENERO
Federico
Ruiz Tirado
Hollywood se
renueva a ritmo generacional, de ese modo hegemoniza su discurso cultural y
globaliza su ideología anticomunista. La tecnocracia hace lo suyo con el empaque fílmico, adecúa y otorga contenido al rol que le es asignado
jugar a la humanidad según USA se reparta caprichosamente el mundo. Es una
verdad del tamaño de la peligrosa fortuna y ridiculez de Trump, con su
ideologizada carga, su hegemonía inequívoca. Pero para muchos profesores,
políticos, intelectuales, novelistas y
cineastas, en fin para todos aquellos celadores de la historia criolla, pareciera que el mundo se detuvo el 23 de
enero de 1958, cuando a fuerza de un surtido movilizado de factores y actores,
el dictador Marcos Pérez Jiménez huyó –por cierto- a República Dominicana en un
avión con las valijas llenas de billetes.
Cine,
ficción y Gabo
¿Alguien
recuerda a Juan Arcadio Rodríguez, un tocuyano enamorado del séptimo arte (por
aquellos tiempos cuando las artes no tenían placebo), que elaboraba pescaditos
dorados con los misterios develados por él en cada función de cineclub, y
acostumbraba regalárnoslos como si fuera un Arcadio Buendía llevado de la mano
por el Gabo? Nuestro querido Fruto Vivas debe recordar aquellas intensas
tertulias en su casa barquisimetana, cuando hablábamos por igual de aquella
tragedia urbana bautizada como “Zona de Compresión”, de Amábilis Cordero y de
la primera película de ficción, La Dama de las Cayenas de Enrique Zimmermann.
la primera película de ficción, La Dama de las Cayenas de Enrique Zimmermann.
Pero el 23
de enero no tiene Gabo quien le escriba, y su filme permanece enlatado (o
permaneció hasta ayer), mustio y lleno de hongos, a medias revelado, y no
puede, aunque en el intento se hayan perdido muchas vidas, convertirse en
fiesta patria o conmemoración democrática, porque en última instancia no fue más
que la eclosión del liberalismo burgués, y la instauración de la dictadura
electorera representativa en el territorio petrolero objeto de cualquier apetencia del Tío Tom de los gringos.
Diosdado en la
escena
Hasta ayer, ese 23 de enero del 58 parecía la
juntura de los restos de una pieza de museo itinerante de la historia política
venezolana. Un rodaje cuyo flash-back sacaba o incluía a actores
principales y los cambiaba por otros de reparto; un film cuyo trazo discursivo
a veces zigzagueaba sin llegar a la médula de la Junta Patriótica ni al sitial
que ocupó Guillermo García Ponce, asó como Fabricio Ojeda y, quizás por eso y
otras razones, no escarbaba en las entrañas del Pacto de Punto Fijo y otras tramas
de la historia.
Pero,
sabemos, que cada quien es libre de formar el jolgorio que quiera, contimás si
tiene un target cautivo: pero hay que atenerse; jolgorio dando y porrazos
llevando, cuando el país además de apetito y necesidades acumuladas, tiene muchas
inquietudes. Cuando el zamuraje acecha y se multiplica por las cuatro esquinas
de la incertidumbre, de las medias verdades, del subterfugio semántico, de
tanto diálogo interruptus, de tanto funcionario ad hoc socavando y socavando
con ganas de que el escenario implote.
Chávez y su
combustible
La historia
tiene prohibidos los remakes, ni con primarias; ni con fintas electorales desde
posición adelantada; ni adelantos ni atrasos para que el muchacho no se ahorque
con el cordón umbilical; todo a su tiempo. Porque en Democracia Participativa y
Protagónica es así. Todos y todas tiene derecho de postulación a presidir la
República Bolivariana de Venezuela, pero todas y todos tienen la
obligación de cantar clarito como gallo
cuando alborota la mañana.
Y no hay remake
del 23 de enero en el estricto sentido de su significado. Ayer dejó de ser la
efeméride de siempre para convertirse, no el día de la democracia seca, sino en
el de la Democracia Participativa propuesta por Chávez y afirmada responsable y
conscientemente por millones de nosotros. Ya no será una película enlatada,
tampoco una nueva versión de nada, es historia en transcurso, es vida diaria,
es la cotidianidad de todos, empujando y jalando el carro político que, ayer,
Diosdado Cabello condujo como lo habría hecho Chávez.
Ahora nos toca a nosotros.
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