domingo, 1 de marzo de 2015

Clodovaldo Hernández: ¿Es mentir un derecho humano?

Clodovaldo Hernández 1Mentir sobre derechos humanos es un derecho humano? La pregunta viene a cuento porque acabamos de escuchar a personas muy cercanas al alcalde metropolitano Antonio Ledezma, denunciando que había sido golpeado brutalmente y vejado por los funcionarios que lo detuvieron, y luego vimos vídeos en los que queda demostrado fehacientemente que fue un procedimiento no solo ajustado a las normas de una policía democrática, sino incluso apegado al Manual de Carreño, aquel de las “reglas de urbanidad y buenas maneras para el uso de la juventud de ambos sexos”.
¿Tienen los medios de comunicación derecho a repetir una información falsa luego de que se ha comprobado su falsedad? La interrogante es pertinente porque esas versiones según las cuales, Ledezma fue llevado a puñetazos y patadas desde su oficina hasta el Sebin, siguen siendo difundidas por televisoras, radioemisoras, periódicos, revistas y páginas Web, a pesar de que ya ha quedado más que claro que el Alcalde estaba tan relajado que incluso le dio chance de hacer la V de la victoria, sonreír a los transeúntes y agitar los brazos al mejor estilo de su iniciador, Carlos Andrés Pérez. Uno mira las imágenes y tiene la sensación de que en vez de rumbo a la prisión iba camino a la romería blanca (¡Ujj, qué tiempos aquellos!).
¿Tienen derecho los defensores de derechos humanos a avalar con su autoridad (legítima o de utilería, ese es otro debate) denuncias mentirosas? Es válido preguntarlo porque no tan pronto los allegados a Ledezma y los medios poco rigurosos formularon la falaz incriminación, ya habían saltado dos o tres organizaciones rabiosamente no gubernamentales (ORNG) a emitir comunicados y dar ruedas de prensa.
El Latero Ilustrado -quien por cierto es carlosandresista del subgénero neoliberal- justifica la denuncia irresponsable, la consiguiente manipulación mediática y la ligereza de las ORNG (un verdadero tridente, en el sentido diabólico de la palabra) diciendo que acusar falsamente es un clásico en el juego sucio de la política, un recurso válido que se viene usando, casi con toda seguridad, desde tiempos prehistóricos. Sirve para victimizarse y para desprestigiar al adversario, una buena fórmula en la lucha por el poder.
Remontarse a tiempos de Trucutú es mucho pretender, pero podemos constatar que hace unos pocos años las denuncias sobre violaciones de los derechos humanos eran verdaderas y apuntaban casi siempre a la derecha política, incluyendo tanto dictaduras ramplonas como gobiernos con fachada democrática. Hablaban de desaparecidos, fusilados, torturados, presos en teatros de operaciones. El gran acusado siempre era Estados Unidos, pues en el contexto de la Guerra Fría hasta tenía una escuela de esbirros y verdugos. Con el correr del tiempo, el imperio se percató de que podía revertir la tendencia, apoderarse del tema de los derechos humanos (aunque los siga violando dentro y fuera de su territorio), constituirse en autoridad mundial en esa materia y utilizarla como un arma de destrucción masiva para golpear a los países rebeldes, o para torcerles el brazo, si queremos decirlo de manera obamiana.
Al convertirse en armas, las denuncias sobre derechos humanos ya no tienen por qué ser reales. Es más, resulta preferible que sean ficticias porque se les puede aderezar con toda clase de detalles pervertidos y viles.
La denuncia mentirosa sobre la forma cómo se llevó a cabo la detención de Ledezma es apenas un botón de muestra. Evidentemente no todos, pero una gran cantidad de los casos que se usan para inflar los informes de las ya referidas organizaciones rabiosamente no gubernamentales son tan mendaces como la golpiza al alcalde metropolitano. Incluso, muchos de esos casos son pseudoacontecimientos, puestas en escena mediáticas, eventos montados para propiciar respuestas reales o aparentes de los cuerpos de seguridad y así victimizarse más y desprestigiar mejor al adversario. Ya de esas películas tenemos varios rollos: doñitas que increpan a guardias nacionales, estudiantes arrodillados y con manos pintadas de blanco, muchachos encadenados que se sacan sangre cada 20 minutos… en fin, todo el ingenio del mercadeo dispuesto para golpear la imagen democrática de un gobierno y allanar el camino para que se le declare Estado fallido y sea lícito intervenir, bombardear humanitariamente, torcer brazos… ¡Oh, bama!
Para quienes hacen denuncias falsas no hay sanción. Para quienes les sirven de altavoces, menos (eso sería violar la libertad de prensa). Tampoco es válido pedirles a las ORNG que formulen una aclaratoria pública, una vez que se descubre el embuste. Todos los acusadores se quedan como si nada y hasta repiten la calumnia cada vez que pueden. Por eso es que cobra fuerza la tesis de que mentir sobre derechos humanos es un derecho humano. ¿Será?

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