Hipocresía y descaro
La burguesía es experta en materia de hipocresía. Se ha disertado sobre la «moral burguesa», empezando porque es burguesa pero no moral. Empezó antes del capitalismo, pues ya en la Antigüedad se originó el fariseísmo, consanguíneo de la hipocresía. Los filósofos nos han orientado hacia la ética, como si fuese una técnica. No me luce necesario seguir un manual de instrucciones para ser buena gente.
Por el lado funcional hay modelos erigidos como ejemplos de moral: Abraham Lincoln, llamado “honest Abe” por sus anécdotas de virtud: una vez caminó una gran distancia para devolver unos centavos cuando descubrió que había dado un vuelto incompleto. Puedes creerlo si quieres. Porque pasa que casi siempre esas anécdotas son ficticias, como las de Don Quijote, el ser humano más bueno de todos los tiempos. La mayoría de las veces son figuras religiosas que se erigen como patrones de conducta.
Lo malo del bien es el mal que se puede hacer en su nombre: cuando los pícaros lo descubren no tienen límites a su maldad, como el santo varón mexicano Marcial Maciel, quien figura entre los primeros en mi escalafón de depravación. Descubrió la maldad de niño: forzaba a los peones de la hacienda de su padre a usarlo sexualmente bajo amenaza de despedirlos. Por ejemplo. Buen comienzo. Fundó los Legionarios de Cristo, hizo voto de castidad, lo que no le impidió tener tres hijos con otras tantas mujeres. Los violó. Sí, a sus hijos. E hijas. Ten cuidado, en Venezuela hay un colegio de la Legión de Cristo. No implico nada, solo que tengas cuidado.
Por el costado contrario de esa fe, en la Unión Soviética había una vez un tombo llamado Lavrenti Beria, que recorría las calles e instruía a sus sigüís sobre las mujeres que quería que le llevaran esa noche a su cama. Ejecutó personalmente a Nicolái Bujarin de un tiro en la cabeza y luego se reía contando a su jefe Stalin cómo Bujarin le lloró suplicando clemencia. Otro para mi lista.
Pero esos dos guardaban las apariencias. Maciel chupaba hostias y san Juan Pablo II lo protegió en el Vaticano cuando estaba a punto de ir a la cárcel. Los santos tienen esas cosas. Y Beria siempre juró que hacía todo por el proletariado. Jamás dijeron cosas como «yo soy un terrorista», por ejemplo, o «sí pusimos la bomba ¿y qué?». Lo primero lo dijo el cabeza frita y agente doble, triple y hasta quíntuple, Lorent Saleh. Busca sus vídeos en YouTube. Lo segundo lo declaró el terrorista Orlando Bosch a la periodista Alicia Herrera, sobre la bomba en el avión cubano. O sea.
Se han deslizado hacia un nivel de descaro cada vez más impecable, como cuando Julio Borges dice que a medida que se acerque su victoria se irán poniendo peor las cosas. Cada vez pierden más los modales de la venerable moral burguesa. Viene la Orden Ejecutiva de Obama y se niegan a repudiarla, en cadena nacional. Desparpajo.
Están llegando al punto en que el Lobo se cansa de fingir y confiesa a Caperucita que sus grandes dientes son «para comerte» y, cuenta Perrault, lisamente, «se la comió».
Entre las hazañas de la Revolución Bolivariana está la de haber desempaquetado la moral burguesa de todos sus envoltorios de hipocresía
Por el lado funcional hay modelos erigidos como ejemplos de moral: Abraham Lincoln, llamado “honest Abe” por sus anécdotas de virtud: una vez caminó una gran distancia para devolver unos centavos cuando descubrió que había dado un vuelto incompleto. Puedes creerlo si quieres. Porque pasa que casi siempre esas anécdotas son ficticias, como las de Don Quijote, el ser humano más bueno de todos los tiempos. La mayoría de las veces son figuras religiosas que se erigen como patrones de conducta.
Lo malo del bien es el mal que se puede hacer en su nombre: cuando los pícaros lo descubren no tienen límites a su maldad, como el santo varón mexicano Marcial Maciel, quien figura entre los primeros en mi escalafón de depravación. Descubrió la maldad de niño: forzaba a los peones de la hacienda de su padre a usarlo sexualmente bajo amenaza de despedirlos. Por ejemplo. Buen comienzo. Fundó los Legionarios de Cristo, hizo voto de castidad, lo que no le impidió tener tres hijos con otras tantas mujeres. Los violó. Sí, a sus hijos. E hijas. Ten cuidado, en Venezuela hay un colegio de la Legión de Cristo. No implico nada, solo que tengas cuidado.
Por el costado contrario de esa fe, en la Unión Soviética había una vez un tombo llamado Lavrenti Beria, que recorría las calles e instruía a sus sigüís sobre las mujeres que quería que le llevaran esa noche a su cama. Ejecutó personalmente a Nicolái Bujarin de un tiro en la cabeza y luego se reía contando a su jefe Stalin cómo Bujarin le lloró suplicando clemencia. Otro para mi lista.
Pero esos dos guardaban las apariencias. Maciel chupaba hostias y san Juan Pablo II lo protegió en el Vaticano cuando estaba a punto de ir a la cárcel. Los santos tienen esas cosas. Y Beria siempre juró que hacía todo por el proletariado. Jamás dijeron cosas como «yo soy un terrorista», por ejemplo, o «sí pusimos la bomba ¿y qué?». Lo primero lo dijo el cabeza frita y agente doble, triple y hasta quíntuple, Lorent Saleh. Busca sus vídeos en YouTube. Lo segundo lo declaró el terrorista Orlando Bosch a la periodista Alicia Herrera, sobre la bomba en el avión cubano. O sea.
Se han deslizado hacia un nivel de descaro cada vez más impecable, como cuando Julio Borges dice que a medida que se acerque su victoria se irán poniendo peor las cosas. Cada vez pierden más los modales de la venerable moral burguesa. Viene la Orden Ejecutiva de Obama y se niegan a repudiarla, en cadena nacional. Desparpajo.
Están llegando al punto en que el Lobo se cansa de fingir y confiesa a Caperucita que sus grandes dientes son «para comerte» y, cuenta Perrault, lisamente, «se la comió».
Entre las hazañas de la Revolución Bolivariana está la de haber desempaquetado la moral burguesa de todos sus envoltorios de hipocresía
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