CAPRILES EN PETARE
Federico Ruiz Tirado
Lo que dice Capriles es difícil separarlo de la relación
que él ha establecido ( o tiene) con las entrañas del país, con el conocimiento
histórico, estadístico, geográfico; con lo humano y sus olores, sus señas de identidad.
Acababa de terminar la cadena en la que el Presidente
Chávez mostraba la reconstrucción facial del Padre de la Patria Simón Bolívar,
para lo cual se utilizó una técnica craneométrica y múltiples aplicaciones
científicas, y el candidato de la ultraderecha aparece en Globovisión debajo de
un toldo con un con bojote de gente sentada y atrás, bien lejos, los ranchos de
Petare.
Capriles lleva un manojo de papeles y lo agita diciendo:
"Aquí está la verdad", como queriendo decir, "esto si es verídico
y comprobable". Lo de Bolívar es un “disparate”. Lo cierto es que ese
monumento a la demagogia, esa estampa viva del descaro, acompañado de sus
asesores (esos tipos que aparecen a diario en los medios privados lanzando
cifras y vainas raras), grita a los cuatro vientos un diagnóstico
pretendidamente estadístico sobre las Misiones, "las madres
desamparadas", "los discapacitados", "los 3 millones de
personas que se acuestan sin comer", "los que no reciben asistencia
médica ni ayuda económica para comprar medicinas", etc. No habló de fraude
ni de inhabilitación presidencial y exhibió su programa de gobierno en un
rotafolio con el manojo de papeles debajo de sobaco.
Este sujeto no sabe lo que dice porque no sabe pensar, y
quienes lo acompañan, sentados, lo oyen y parecen advertirlo, pero no les
importa. Ya no hay nada qué hacer. Que el resto de la cagada la pongan él y
Globovisión, pensarán.
Como dice Kundera: el desprecio por la verdad y por el
pueblo, por la "vulgaridad" del pueblo, en él es un rasgo que no lo
irrita sino que, lo que es peor, lo ignora, porque cree que lo hace superior:
otra parentela fascista que ni la cultura ilustrada de Ramón Guillermo Aveledo
ni la feroz chabacanería de Petkoff o Henrry Ramos han podido evitar.
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