Miguel Pizarro: de sicópata a pedófilo
Kloriamel Yépez Oliveros
En esta globalidad cultural
desquiciada por las “redes sociales” y su imperial estupidez lingüística, todo
cuanto le dé la gana a éstas y sus operadores de significantes sociológicos, comunicacionales,
económicos, es repetido por millones de memes siquiátricamente enajenados; la
humanidad entera se ha convertido en víctima, y a la vez victimaria de sus
iguales, recreando la versión coetánea de la explotación del hombre por el
hombre.
Nadie escapa del más perverso de
los coloniajes y su eclosión mediática: basta poseer un teléfono “inteligente”,
más inteligente que su usuario, para convertirse irremisiblemente en imbécil tecno
dependiente al servicio incondicional de
Donald Trump; paradigma de ignorancia, atrocidad, y poderío autocrático
de punta.
La Torre de Babel erigida sobre
metalenguajes, sublenguajes, lenguajes subliminales, e ídems, enmarañan la inteligencia humana desde las primeras palabras
de un infante. Las palabras adultas se sepultan bajo el manto de la confusión esquizoide
que trastorna actualmente el discurso sociopolítico fundamentado en la realidad
económica, sobre todo en la República Bolivariana de Venezuela; pero ese tema
escabroso queda pospuesto para enero del
2018.
El asunto es que Miguel Pizarro le
anda regalando juguetes a los niños, y ese señor hasta ayer nomás, colectivizó
piras humanas como método violento, fácil y flagrante, en vivo y directo, de
asesinar venezolanos en complicidad con los medios que se prestaron a tales
crímenes por vía pública, notoria y comunicacional. Todavía esperamos la
respectiva actuación de la Fiscalía General de La República.
Seguramente a Pizarro lo aqueje un
episodio esquizoide y se crea San Nicolás tatuado por la muerte; Santa Claus
sediento de sangre hirviente; Papá Noel en noche de Halloween repartiendo
golosinas envenenadas con vidrio molido. Ese sospechoso gesto de pedofilia,
difundido y celebrado por Globovisión, representa una amenaza inusual y
extraordinaria para el espíritu de la navidad.
Volvamos
al principio, a aquello de la Babel: desde el destape de los curas pederastas,
sobre todo en Gringolandia, la iglesia católica se ha valido del subterfugio
“pedófilo” para suavizar el impacto que tal aberración ha causado sobre sus
fieles, al verse acorralados por el peligro que significa confiar la educación
de sus hijos varones a los colegios privados regidos por sacerdotes de dicha
religión. Valiéndose de las astutas “redes sociales”, han venido sustituyendo
taimadamente la palabra pederastia por la menos brutal, pedofilia. Y no es
cuestión de matices, la pedofilia se define como mera atracción sexual hacia
niños y niñas, mientras que pederastia es la violencia sexual cometida, el
ataque sexual tipificado como delito en todos los ordenamientos jurídicos del
mundo. No es lo mismo pedófilo que pederasta, así como Pizarro y sus tatuajes
no están acordes con el imaginario anglosajón de Santa Claus, San Nicolás, o
Papá Noel
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