domingo, 17 de diciembre de 2017

Miguel Pizarro: de sicópata a pedófilo
Kloriamel Yépez Oliveros
En esta globalidad cultural desquiciada por las “redes sociales” y su imperial estupidez lingüística, todo cuanto le dé la gana a éstas y sus operadores de significantes sociológicos, comunicacionales, económicos, es repetido por millones de memes siquiátricamente enajenados; la humanidad entera se ha convertido en víctima, y a la vez victimaria de sus iguales, recreando la versión coetánea de la explotación del hombre por el hombre.
Nadie escapa del más perverso de los coloniajes y su eclosión mediática: basta poseer un teléfono “inteligente”, más inteligente que su usuario, para convertirse irremisiblemente en imbécil tecno dependiente al servicio incondicional de  Donald Trump; paradigma de ignorancia, atrocidad, y poderío autocrático de punta.   
La Torre de Babel erigida sobre metalenguajes, sublenguajes, lenguajes subliminales, e ídems, enmarañan la inteligencia humana desde las primeras palabras de un infante. Las palabras adultas se sepultan bajo el manto de la confusión esquizoide que trastorna actualmente el discurso sociopolítico fundamentado en la realidad económica, sobre todo en la República Bolivariana de Venezuela; pero ese tema escabroso queda  pospuesto para enero del 2018.
El asunto es que Miguel Pizarro le anda regalando juguetes a los niños, y ese señor hasta ayer nomás, colectivizó piras humanas como método violento, fácil y flagrante, en vivo y directo, de asesinar venezolanos en complicidad con los medios que se prestaron a tales crímenes por vía pública, notoria y comunicacional. Todavía esperamos la respectiva actuación de la Fiscalía General de La República.
Seguramente a Pizarro lo aqueje un episodio esquizoide y se crea San Nicolás tatuado por la muerte; Santa Claus sediento de sangre hirviente; Papá Noel en noche de Halloween repartiendo golosinas envenenadas con vidrio molido. Ese sospechoso gesto de pedofilia, difundido y celebrado por Globovisión, representa una amenaza inusual y extraordinaria para el espíritu de la navidad.
Volvamos al principio, a aquello de la Babel: desde el destape de los curas pederastas, sobre todo en Gringolandia, la iglesia católica se ha valido del subterfugio “pedófilo” para suavizar el impacto que tal aberración ha causado sobre sus fieles, al verse acorralados por el peligro que significa confiar la educación de sus hijos varones a los colegios privados regidos por sacerdotes de dicha religión. Valiéndose de las astutas “redes sociales”, han venido sustituyendo taimadamente la palabra pederastia por la menos brutal, pedofilia. Y no es cuestión de matices, la pedofilia se define como mera atracción sexual hacia niños y niñas, mientras que pederastia es la violencia sexual cometida, el ataque sexual tipificado como delito en todos los ordenamientos jurídicos del mundo. No es lo mismo pedófilo que pederasta, así como Pizarro y sus tatuajes no están acordes con el imaginario anglosajón de Santa Claus, San Nicolás, o Papá Noel

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