A 187 años de su partida.
Parece que el demonio dirige las cosas de mi vida. (Carta a Santander, 4 de agosto de 1823)
Me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas fulgurantes sobre abismo ... y tomar a perderse en el vacío.
«Carajos», suspiró. «¡Cómo voy a salir de este laberinto!»
Examinó el aposento con la clarividencia de sus vísperas, y por primera vez vio la verdad: la última cama prestada, el tocador de lástima cuyo turbio espejo de paciencia no lo volvería a repetir, el aguamanil de porcelana descarchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos, la prisa sin corazón del reloj octogonal desbocado hacia la cita ineluctable del 17 de diciembre a la una y siete minutos de su tarde final. Entonces cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salve de las seis en los trapiches, y vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse.
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez
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