El
elefante bocarriba
Federico Ruiz Tirado
SALUD,
MEDICINA Y BARRIO ADENTRO
La historia natural de la
enfermedad, ese término y proceso agraviantes que nace con la vida y alude a la
inevitable consecuencia de un mal que se apodera de un huésped humano o de
cualquier ser viviente, es una de las matrices explicativas (junto a las
circunstancias que originan, por ejemplo, las pavorosas guerras y sus consecuencias con
sus profundas motivaciones que a vece se
anuncian o se expresan en la confrontación bélica real, da igual), que constituye
una de esas piezas argumentales, divinas y especulativas, de cualquier
aprendiz de estadísticas, o de ese sujeto “especialista” que experimenta
y cultiva sus códigos lingüísticos, sus léxicos y “sabidurías” entre sectas de
alumnos aburridos de ver cómo a lo largo de la humanidad existen pirámides que
se inflan y se desinflan; poblaciones que de representar millones de seres se
reducen a miles o a cientos de
habitantes, sobrevivientes, como en Hiroshima, Nagasaki o Palestina. O
comunidades barridas por la peste, el
cólera las cámaras de gas o sometidas a los hornos crematorios de los viejos y
nuevos imperios o Estados terroristas o policiales, como sucede en EEUU o
Francia en nombre precisamente de lo que dicen no ser, del terrorismo y los
actos forajidos. O, también, conglomerados humanos enteros barridos por
fenómenos naturales catastróficos, las migraciones, tan comunes en el mundo
actual.
Animales y humanos: dos historias
La historia natural de la
enfermedad, en fin, es lo que
“inevitablemente” ocurre en un ser vivo cuando un padecimiento lo afecta sin intervención asistencial de ningún tipo que
logre romper o detener la continuidad de la causa del “enfermo”, del sujeto
susceptible del daño ocasionado.
Con el léxico de la salud pública
de entonces, mi abuelo, especialista en
medicina tropical, Manuel Tirado Daguerre, aludía a este término cuando explicaba
con detalles cómo la fiebre amarilla, cada diez años, atacaba por oleaje la
población de monos y araguatos, cuya muerte súbita anunciaba que la plaga contagiaría
a los humanos y relataba cómo los yanomamis, conocedores de los estragos de la
epidemia, se apresuraban a los puestos de salud en búsqueda de vacunas para
curarse en salud.
No es un secreto que ciertos animales
presienten las lluvias, los cambios de clima, los temblores de tierra, las
inexplicables floraciones, los secretos de la naturaleza: y lo anuncian, a
veces en algarabía o en sigilosos pasos por los senderos de la selva. Los
animales pueden orientar a los humanos con sus instintos o inquietar el ser
racional, advertir lo misterioso, los enigmas porvenir.
Los yanomamis, decía mi abuelo,
podían hacer lo que no hacían los monos: acudir a un centro de salud a evitar
que el curso natural de la enfermedad acabara con sus vidas: iban por la vacuna.
La vacuna es un medicamento. La historia natural de una hipertensión no
tratada, de la diabetes no controlada, del dengue no medicado sistemáticamente,
es catastrófica en términos humanos, familiares y sociales. Lo sabemos. Miles
de casos ocurren en el mundo y son televisados como espectáculos, como si
formaran parte de una historia “extraída de la vida misma”, no real, sino como
“casos” que ocurren, generalmente en un mundo que no parece ser nuestro mundo
ni estar en el planeta.
Etica y política pública
La historia natural de una
enfermedad constituyó la fuente de alertas en la rama de la ética en las
prácticas en salud, escandalosamente vulnerada por los nazis cuando sometían a
experimentos a seres humanos, exponiéndolos a virus, bacterias, hongos,
medicamentos, radiaciones y “experimentos” para “aprender” de su padecimiento “natural”,
argumentando que ese sacrificio tendría el sentido de servir a la ciencia para
identificar los adecuados puntos de vulnerabilidad y por ende, su cura. En las
entrañas del fascismo subyacen relatos escalofriantes sobre este tema.
Así, también, la historia natural
de la enfermedad elimina “susceptibles”. Una epidemia ocasionada por una
virosis tiene un principio y un fin. Su principio es cuando afecta a la llamada
población susceptible, entonces, la duración de vida de ellos equivale al
tiempo de duración de la epidemia: es decir, aquellos quienes no tienen
protección del Estado, ni HCM, es decir, los pobres, los de abajo (o los de arriba, porque
hay quienes viven en cerros que alcanzan hasta las nubes), los más débiles, los
excluidos.
Los anticuerpos
Cómo se desarrollan anticuerpos contra una infección? Porque el
sistema inmunológico reacciona protegiendo al organismo contra ese agente,
reconociéndolo, o porque fue vacunado a tiempo. Pero, ¿y los que no tienen esa
posibilidad o tienen negado ese derecho? Sencillamente no sobreviven.
No es exagerado afirmar que la historia
natural de la enfermedad es la supervivencia de aquellos que logran
sobrellevar, sobreponerse, o superar el mal. Es sin duda un problema que toca
profundamente a la sociedad estructurada en intereses de clase, en ricos y en
pobres. Quien vivió comiendo grasas y expuesto al estrés, sin ejercitar su cuerpo y no desarrolló
hipertensión, supera al que hizo lo mismo o menos, pero si lo atrapó la obesidad, hipertensión,
diabetes, uñas encajadas o caries, la diferencia que marca la historia natural
de la enfermedad es una tragedia.
Garantizar el acceso a la salud,
a sus insumos, a los medicamentos, al conocimiento, a las terapias, no es un asunto
individual sino de Estado. Y Hugo Chávez
lo supo siempre. Por eso creó la comunidad médica cubana, a pesar del rechazo
de las corporaciones médicas privadas, de las clínicas especuladoras. Los
cubanos, desde la Misión Barrio Adentro, han garantizado a miles de venezolanos
atención a su salud oportunamente, medicamentos a la gente que lo requiere y de
la forma adecuada y durante el tiempo que lo necesite. No para después, no para
cuando se pueda, no después de una lista o de un familiar que lo traiga de
afuera o de la misericordia. La salud como un derecho es honrar a Chávez. El
acceso a la salud privilegiando a los que han sido excluidos es el significado
de Chávez, más allá de falsos golpes de pecho, o de almacenes robotizados que
no impresionan a nadie.
Ojo avizor, Presidente Maduro,
mire que ha sido de la vida de Barrio Adentro desde que Ud. Lo repotenció?
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