miércoles, 3 de agosto de 2016

El elefante bocarriba

Federico Ruiz Tirado



SALUD, MEDICINA Y BARRIO ADENTRO

La historia natural de la enfermedad, ese término y proceso agraviantes que nace con la vida y alude a la inevitable consecuencia de un mal que se apodera de un huésped humano o de cualquier ser viviente, es una de las matrices explicativas (junto a las circunstancias que originan, por ejemplo,  las pavorosas guerras y sus consecuencias con sus profundas motivaciones  que a vece se anuncian o se expresan en la confrontación bélica real, da igual), que constituye una de esas piezas argumentales, divinas y especulativas,  de cualquier  aprendiz de estadísticas, o de ese sujeto “especialista” que experimenta y cultiva sus códigos lingüísticos, sus léxicos y “sabidurías” entre sectas de alumnos aburridos de ver cómo a lo largo de la humanidad existen pirámides que se inflan y se desinflan; poblaciones que de representar millones de seres se reducen a miles o  a cientos de habitantes, sobrevivientes, como en Hiroshima, Nagasaki o Palestina. O comunidades barridas  por la peste, el cólera las cámaras de gas o sometidas a los hornos crematorios de los viejos y nuevos imperios o Estados terroristas o policiales, como sucede en EEUU o Francia en nombre precisamente de lo que dicen no ser, del terrorismo y los actos forajidos. O, también, conglomerados humanos enteros barridos por fenómenos naturales catastróficos, las migraciones, tan comunes en el mundo actual.
Animales y humanos: dos historias
La historia natural de la enfermedad, en fin,  es lo que “inevitablemente” ocurre en un ser vivo cuando un padecimiento lo afecta  sin intervención asistencial de ningún tipo que logre romper o detener la continuidad de la causa del “enfermo”, del sujeto susceptible del daño ocasionado. 
Con el léxico de la salud pública de entonces,  mi abuelo, especialista en medicina tropical, Manuel Tirado Daguerre, aludía a este término cuando explicaba con detalles cómo la fiebre amarilla, cada diez años, atacaba por oleaje la población de monos y araguatos, cuya muerte súbita anunciaba que la plaga contagiaría a los humanos y relataba cómo los yanomamis, conocedores de los estragos de la epidemia, se apresuraban a los puestos de salud en búsqueda de vacunas para curarse en salud.
 No es un secreto que ciertos animales presienten las lluvias, los cambios de clima, los temblores de tierra, las inexplicables floraciones, los secretos de la naturaleza: y lo anuncian, a veces en algarabía o en sigilosos pasos por los senderos de la selva. Los animales pueden orientar a los humanos con sus instintos o inquietar el ser racional, advertir lo misterioso, los enigmas porvenir.
Los yanomamis, decía mi abuelo, podían hacer lo que no hacían los monos: acudir a un centro de salud a evitar que el curso natural de la enfermedad acabara con sus vidas: iban por la vacuna. La vacuna es un medicamento. La historia natural de una hipertensión no tratada, de la diabetes no controlada, del dengue no medicado sistemáticamente, es catastrófica en términos humanos, familiares y sociales. Lo sabemos. Miles de casos ocurren en el mundo y son televisados como espectáculos, como si formaran parte de una historia “extraída de la vida misma”, no real, sino como “casos” que ocurren, generalmente en un mundo que no parece ser nuestro mundo ni estar en el planeta.

Etica y política pública
La historia natural de una enfermedad constituyó la fuente de alertas en la rama de la ética en las prácticas en salud, escandalosamente vulnerada por los nazis cuando sometían a experimentos a seres humanos, exponiéndolos a virus, bacterias, hongos, medicamentos, radiaciones y “experimentos”  para “aprender” de su padecimiento “natural”, argumentando que ese sacrificio tendría el sentido de servir a la ciencia para identificar los adecuados puntos de vulnerabilidad y por ende, su cura. En las entrañas del fascismo subyacen relatos escalofriantes sobre este tema.
Así, también, la historia natural de la enfermedad elimina “susceptibles”. Una epidemia ocasionada por una virosis tiene un principio y un fin. Su principio es cuando afecta a la llamada población susceptible, entonces, la duración de vida de ellos equivale al tiempo de duración de la epidemia: es decir, aquellos quienes no tienen protección del Estado, ni HCM, es decir,  los pobres, los de abajo (o los de arriba, porque hay quienes viven en cerros que alcanzan hasta las nubes), los más débiles, los excluidos.

Los anticuerpos
Cómo se desarrollan  anticuerpos contra una infección? Porque el sistema inmunológico reacciona protegiendo al organismo contra ese agente, reconociéndolo, o porque fue vacunado a tiempo. Pero, ¿y los que no tienen esa posibilidad o tienen negado ese derecho? Sencillamente no sobreviven.
 No es exagerado afirmar que la historia natural de la enfermedad es la supervivencia de aquellos que logran sobrellevar, sobreponerse, o superar el mal. Es sin duda un problema que toca profundamente a la sociedad estructurada en intereses de clase, en ricos y en pobres. Quien vivió comiendo grasas y expuesto al estrés,  sin ejercitar su cuerpo y no desarrolló hipertensión, supera al que hizo lo mismo o menos,  pero si lo atrapó la obesidad, hipertensión, diabetes, uñas encajadas o caries, la diferencia que marca la historia natural de la enfermedad es una tragedia.
Garantizar el acceso a la salud, a sus insumos, a los medicamentos, al conocimiento, a las terapias, no es un asunto individual sino de Estado.  Y Hugo Chávez lo supo siempre. Por eso creó la comunidad médica cubana, a pesar del rechazo de las corporaciones médicas privadas, de las clínicas especuladoras. Los cubanos, desde la Misión Barrio Adentro, han garantizado a miles de venezolanos atención a su salud oportunamente, medicamentos a la gente que lo requiere y de la forma adecuada y durante el tiempo que lo necesite. No para después, no para cuando se pueda, no después de una lista o de un familiar que lo traiga de afuera o de la misericordia. La salud como un derecho es honrar a Chávez. El acceso a la salud privilegiando a los que han sido excluidos es el significado de Chávez, más allá de falsos golpes de pecho, o de almacenes robotizados que no impresionan a nadie.

Ojo avizor, Presidente Maduro, mire que ha sido de la vida de Barrio Adentro desde que Ud. Lo repotenció?

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