sábado, 30 de mayo de 2015

Clodovaldo Hernández: ¿Usted cree en la guerra económica?

Clodovaldo Hernández 1Dado el estado general de la nación, es válido hacer una pregunta psiquiátrica: ¿usted cree que la idea de que estamos en medio de una guerra económica, mantra oficial del gobierno, ha ganado adeptos entre los opositores moderados y los ni-ni?
Dicho de otro modo -no menos psiquiátrico-, ¿usted cree que personas que antes estaban convencidas de que todo lo malo que estaba pasando en la economía era culpa exclusiva del rrrrégimen, ahora pudieran estar considerando la posibilidad de que también los factores privados (casados con la oposición o, al menos, vinculados a ella) tienen aunque sea una partecita de la responsabilidad?
Por supuesto que esta pregunta no se le puede formular (ni siquiera así de edulcorada) a personas del extremo derecho del espectro porque de inmediato van y te montan una guarimba emocional. Pero explorar la respuesta en zonas menos radicalizadas del espectro político es importante en momentos como el actual, para vislumbrar el comportamiento de la colectividad en los próximos meses, incluyendo las elecciones parlamentarias.
Prodigio Pérez, mi politóloga favorita, cree que hay cierto ligero cambio de actitud en el opositor silvestre. En conversaciones de calle, transporte público, oficina o panadería (focus group espontáneos, les dice ella) ha notado algunas sutilezas. Por supuesto que la tesis central sigue siendo que “el modelo fracasó” y que todo mejorará cuando seamos (¿de nuevo?) capitalistas y “modernos”, pero Prodigio tiene la impresión de que un número creciente de antichavistas está poco a poco tomando conciencia de que en el quebranto económico tiene un peso importante la mala fe, la conducta dolosa de los agentes económicos privados. “No es que anden pidiendo la cabeza de Mendoza, pero comienzan a darse cuenta de que aquí hay mucho señor encorbatadito jugando al caos y amasando fortunas fabulosas a costillas de los pobres y de la clase media”, dice la experta.
Argumenta que quizá en esta toma de conciencia esté influyendo la conducta ya desembozadamente delictiva de algunos comerciantes, quienes aprovechan el estado generalizado de inflación para ganarle el porcentaje que les venga en gana incluso a productos que no han sufrido incremento alguno, y, encima, les gusta reírse en la cara del que les paga. “Los dueños de abastos y mercados, mientras pasan las tarjetas por el punto de venta, hablan mal del gobierno, y por eso los clientes pagan sin chistar y hasta se van compadeciendo al ‘pobre portu que quiere ir para Madeira y no encuentra pasaje’. Pero alguna gente ha comenzado a darse cuenta de ese jueguito”, dice, guiñando un ojo.
Personalmente, tengo mis dudas acerca del progreso que ve Prodigio en el nivel de conciencia del escuaca vulgaris. En estricta lógica, hasta las personas bastante opuestas deberían reconocer que el gobierno bolivariano hace un esfuerzo titánico para garantizar el abastecimiento de productos regulados y a precios justos. Pero aquí no opera la lógica. Sospecho que la mayoría de esas personas tendrían que sentirse en mucha confianza -como con el psiquiatra, por ejemplo- o estar notablemente borrachas para admitir algo así. De hecho, buena parte de ellas terminan respaldando a sus verdugos. Todos los intentos del gobierno por mantener el abastecimiento, controlar los precios y evitar la reventa (propósitos sin duda favorables para la colectividad) han sido sistemáticamente saboteados por el sector privado y por la oposición política y mediática. Y esa parte de la población, en no pocas oportunidades, se ha opuesto a la medida gubernamental y ha aplaudido la contramedida, el sabotaje.
Un amigo mío, Douglas Bolívar, lo dijo de un modo insuperable: “En resumen esa es la apuesta de los empresarios antichavistas: volver leña (el texto original decía otra palabra) el poder adquisitivo de la gente para que esa misma gente después vote por ellos”.
Pero, claro, se supone que todo tiene su límite, hasta esto. Y bajo estas condiciones tan especiales, consentidos por sus propias víctimas, estos agentes económicos privados se han pasado de maraca y han terminado dándoles la razón a los voceros oficiales que los caracterizan como una burguesía parasitaria. El atildado Jorge Roig y los otros de su camada, hacen lo posible por atenuar la mala imagen. Pero los empresarios que la gente ve en la calle, los dueños de los negocios que han florecido gracias al acaparamiento y la especulación son como son: impunemente voraces, implacables, sin misericordia por nadie, marrulleros y corruptos, aunque esta última palabra haya quedado injustamente reservada a los funcionarios públicos.
La interrogante psiquiátrica puede tener entonces una nueva versión: ¿Después de estos años de guerra económica -dicho sea sin mantra-, luego de actuar como chupasangres despiadados durante estos tiempos difíciles, ¿con qué autoridad moral saldrán estos líderes del “capitalismo moderno” a venderse como alternativa?

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