4F: Un instante, una frase, un símbolo, una persona
Líder de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez.
(Foto: Archivo).
YVKE Mundial/ Clodovaldo Hernández
Los grandes episodios
históricos pueden resumirse en un instante, congelarse en una
escena, condensarse en una frase, eternizarse en un símbolo, encarnar en una
persona. El 4 de Febrero de 1992 es uno de esos
momentos. Basta decir 4F y quienes
tuvimos la suerte de vivirlo revisitamos la escena, reproducimos la frase,
vibramos con el símbolo y sentimos a la persona.
La escena. Es
un lugar indeterminado, desconocido, impreciso, aunque por lo reluciente de la
puerta que sirve de telón de fondo se entiende que es un sitio importante. Los
reflectores de la televisión se encienden, iluminan a un grupo de oficiales con
uniformes de combate. De los cuatro que se ven en primer plano, tres son hombres en edad madura. Se puede intuir que
pertenecen a los altos mandos, aunque —qué detalle— ninguno de esos tres lleva
gorra. El de mayor estatura se ve ligeramente más bajo que el hombre noticia,
el que está en el centro, el que los camarógrafos se esfuerzan en enfocar. El
oficial que aparece a la izquierda de la escena es de la Marina y, sin saberlo, funge de presentador de uno
de los personajes más importantes de la historia venezolana de finales del
siglo XX y comienzos del XXI. En la pantalla aparecen los logotipos de lo que
para ese tiempo era la televisión en pleno: Venevisión, Televen, RCTV y
Venezolana de Televisión. La escena no llega a durar dos minutos. Ni
falta que hizo. La vida del país había dado un vuelco.
La frase. Quienes han estudiado el discurso fundamental
del 4 de Febrero de 1992, incluyendo admiradores y
detractores de la figura que allí nació, coinciden en que es una pieza
magistral. En apenas un minuto y once segundos, en 179 palabras, se convirtió
una derrota militar en una victoria política; se pulverizó el modelo de reparto
del poder que había prevalecido en el país por más de tres décadas; cambió el
formato del liderazgo nacional. Escoger una frase entre esas 179 palabras no es
tan fácil como parece. Por supuesto que “lamentablemente, por
ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados”, es uno
de los fragmentos más memorables. Es la esencia de una rendición sin deshonra y
es la siembra de una esperanza para un pueblo demasiado acostumbrado al fracaso
de sus tentativas de emancipación. Pero no puede olvidarse este otro sintagma
cargado de significación: “Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía,
su desprendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad
de este movimiento militar bolivariano”. Aquello era, de verdad, único,
inédito, noticioso: un muchacho desconocido que asumía su barranco en un país
donde abundaban (y abundan) los “yo no fui” y
las madres solteras.
El símbolo. Una
prenda militar sobre la cabeza de aquel guerrero se convirtió, para decirlo
mediante una definición académica, en “la representación
inequívoca de una idea”. Desde ese día, la boina roja es sinónimo de
rebeldía popular, de liberación nacional, de cadenas rotas.
La persona. El análisis del episodio histórico
del 4 de Febrero, del “instante 4F”,
recala finalmente en el hombre al frente de su circunstancia. En este caso,
tenemos a un soldado vestido de camuflaje; el rostro magro propio de quienes
están en plena forma física; los rasgos indígenas y negros típicos de la tropa,
del pueblo todo; la voz firme y serena, sin el más mínimo titubeo. Era el comandante Hugo Rafael Chávez Frías y si
esos instantes tuvieran banda sonora, a este le hubiese venido bien Silvio
Rodríguez cantando: La era está pariendo un corazón / No puede más, se muere de
dolor / Y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir.

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