El dolor del cóndor y la Pachamama
Claudia VILLALOBOS
En el estreno de la creación, el espíritu del Cóndor volaba por el cielo azul, acariciaba las nubes con sus grandes alas que abanicaban el inmenso paraje. El aire era tan puro, que cada respiración se disfrutaba, se inspiraba durante seis o siete segundos, se retenía, se sentía, era imposible dejar esta acción al sistema autónomo, pues había necesidad de vivirlo en cada movimiento, se expiraba lentamente, desnudándolo, festejándolo, aprovechando todo lo que tenía para dar, su encanto quedaba en el cuerpo. Y eso hacía el Cóndor, lo disfrutaba, jugaba con él, era suyo, podía tocarlo al volar, podía recorrerlo sin límite, el aire le ayudaba a acercarse a Dios, lo hacía poderoso, le permitía ver todo, ser sabio, grande, real. Desde lo alto admiraba y disfrutaba la alfombra verde, deleitaba sus ojos con el resplandor de los colores, veía en ellos la razón de la vida, veía a la Pachamama llena de belleza, protegida y cuidada, la respetaban porque era suya, era de cada uno. Todos se sentían dentro de ella. La alfombra verde era su piel, su sangre era fértil, el agua repasaba sus curvas, rastreaba sus entrañas, sus senos erguidos eran el resguardo del Cóndor, le daban seguridad, lo cuidaban, lo mantenían en la cumbre del mundo, lo mimaban con suaves caricias que sólo una mujer puede dar. La creación era perfecta, aún los hijos del Cóndor eran perfección, cuidaban también y consentían a la Pachamama, y lo hacían en todo momento, lo hacían con amor, con tanta dedicación que la Pachamama agradecida los llenaba de regalos, les daba flores de diversos colores, aromas y tamaños, les daba frutos de todos los sabores, jugosos, exquisitos, como sólo ella los podía preparar, como sólo una madre lo sabe hacer. La vida era un éxtasis total, un diario conocimiento, un encuentro permanente con la belleza, con la grandeza, con el poder, era sentir la fuerza sobrenatural en cada movimiento, tranquilidad en cada suspiro, en cada imagen, un todo para todos, a favor de todo cuanto había sido creado.
Hasta que pasó lo inevitable, llegaron los extraños que nunca debieron llegar, con su afán de poseer y controlar, con su verdad única y excluyente, y su manera de mirar el mundo como si fuera una mercancía, un botín para repartirse; manipulando el mensaje del Dios colgado del madero, prostituyendo su anuncio, quemando y arrasando en su nombre.
Toda la carga histórica de agresión y desprecio produjo el aniquilamiento de muchas etnias, la drástica reducción de otras y la aculturación de las restantes.
El Cóndor resistía, pero sus hijos estaban anonadados ante tal brutalidad y sólo obedecían al que más duro hablara, se aterraban frente a lo desconocido, ante lo más sucio, ante la crueldad de los extraños y sus acciones. No actuaban, se dejaron ultrajar sin poner la menor resistencia; el Cóndor luchó pero luchar solo fue en vano, además no quería maltratar a sus hijos, los amaba y no podía hacerles daño alguno. La Pachamama lloraba, lloraba al ver lo que sucedía a su alrededor, los extraños rasgaban su piel, la hurgaban, la irrespetaban, fueron acabando con su belleza; aún sus hijos le hacían daño, se dejaron llevar por ese poder maligno sin darse cuenta que se destruían a si mismos, estaban inmersos en su inhumanidad.
Estaban tan llenos de mal, que el día de su partida no podían dejar de mirarlos, los vieron perder en el horizonte...
Cuando su asombro pasó, miraron atrás y vieron desidia, sintieron miedo, vacío, pero ya habían quedado invadidos por ese aire pesado, putrefacto; estaban enfermos, sentían dolor. Los más trastornados comenzaron a rellenar vacíos amontonando piedra, porque piedras era lo único que quedaba, las hacinaban una encima de otra, así hasta invadir el espacio del Cóndor. Lo privaron de su libertad, se traicionaron unos a otros, perdieron su identidad, fueron tan débiles, que nunca más pudieron salir de esa experiencia que los marcó para siempre... Es por eso que hoy son sólo imitadores de cualquier extraño, están sin espíritu aún sabiendo muy en el fondo que deben actuar, quedaron sordos al llamado del Cóndor que desde su cautiverio permanece en sus mentes de libertad, quedaron ciegos a la belleza de la Pachamama, hoy lo que menos importa es mantenerla viva, por eso la destruyen, pero ella saca fuerzas de sus entrañas por amor a sus hijos, sus restos parecen no ser suficientes para hacerlos cambiar. Ellos sienten vergüenza por lo suyo, por sus costumbres, por su hermosura, se quedaron en imitadores, ya no sólo de blancos, sino de azules, verdes, rojos, hasta preparan su llegada, los reciben con ansia, bailan, ríen, vociferan a una misma voz su nombre, los idolatran, se visten con sus desechos, comen sus desperdicios, ¿Hasta cuándo?...
La Pachamama aún tiene vida, todavía su fuerza está en la conciencia de muchos, aún quedan restos de savia en su cuerpo, la voz del Cóndor dice: cuidémosla, es patrimonio nuestro, es vida que produce vida, es amor, es perfección, es nuestra alma... COMUILLA UAI. Madre Tierra ¡Liberación!.
Claudia Villalobos
Bogotá, Colombia
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