Papa Francisco: «Los problemas de los pobres ya no pueden esperar»
Santidad, ¿el capitalismo tal y como lo hemos estado viviendo en las últimas décadas es, según su opinión, un sistema de alguna manera irreversible?
No sabría cómo responder a esta pregunta. Reconozco que la globalización ha ayudado a muchas personas a salir de la pobreza, pero ha condenado a muchas otras a morir de hambre. Es cierto que, en términos absolutos, ha aumentado la riqueza mundial, pero este sistema se mantiene con esa cultura del descarte de la que ya he hablado en varias ocasiones. (…) Me impresionó saber que, en los países desarrollados, hay muchos millones de jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo. Les dicen NiNis, porque ni estudian ni trabajan: no estudian porque no tienen posibilidad de hacerlo; no trabajan porque falta trabajo. Pero también quisiera recordar esa cultura del descarte que lleva a rechazar a los niños, también con el aborto. (…) Y la cultura del descarte también lleva a la eutanasia oculta de los ancianos, que son abandonados. (…) ¡Detengámonos, por favor! Entonces, para tratar de responder a la pregunta, diría que no debemos considerar estas cosas como irreversibles no debemos resignarnos. Tratemos de construir una sociedad y una economía en las que el hombre y su bien, y no el dinero, sean el centro.
¿Puede darse un cambio, una mayor atención por la justicia social, gracias a una economía que sea más ética, o se puede pensar en cambios estructurales en el sistema?
Antes que nada, hay que recordar que se necesita ética en la economía, y también se necesita ética en la política. Muchas veces, varios de los Jefes de Estado y líderes políticos que he podido conocer después de mi elección a obispo de Roma me han hablado de esto. Han dicho: «Ustedes, los líderes religiosos, tienen que ayudarnos, darnos indicaciones éticas». Sí, el pastor puede hacer llamadas, pero estoy convencido de que se necesitan, como recordaba Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate, hombres y mujeres con los brazos elevados hacia Dios para rezarle, conscientes de que el amor y el compartir, de los que deriva el auténtico desarrollo, no son un producto de nuestras manos, sino un don que hay que pedir. Y, al mismo tiempo, estoy convencido de que es necesario que estos hombres y estas mujeres se comprometan, a todos los niveles, en la sociedad, en la política, en las instituciones y en la economía, poniendo al centro el bien común. Ya no podemos esperar resolver las causas estructurales de la pobreza, para curar a nuestras sociedades de una enfermedad que sólo puede llevarnos hacia nuevas crisis. Los mercados y las especulaciones financieras no pueden gozar de una autonomía absoluta. Nunca resolveremos los problemas del mundo sin una solución de los problemas de los pobres. (…)
¿Le molesta que lo acusen de pauperismo?
Antes de que llegara Francisco de Asís ya existían los pauperistas; en la Edad Media hubo muchas corrientes pauperistas. El pauperismo es una caricatura del Evangelio y de la misma pobreza. En cambio, san Francisco nos ayudó a descubrir el vínculo profundo que hay entre la pobreza y el camino evangélico. Jesús afirma que no se puede servir a dos amos, a Dios y a las riquezas. ¿Es pauperismo? Jesús dice cuál es el protocolo en base al que seremos juzgados; es el que leemos en el capítulo 25 del evangelio de Mateo: Tuve hambre, y me disteis de comer (…). El del Evangelio es un mensaje que va dirigido a todos, el Evangelio no condena a los ricos, sino la idolatría de la riqueza, esa idolatría que nos hace insensibles al grito del pobre. Jesús dijo que, antes de ofrecer nuestro don ante el altar, debemos reconciliarnos con nuestro hermano, para estar en paz con él. Creo que podemos, por analogía, extender esta petición al estar en paz con nuestros hermanos pobres.
Usted ha subrayado la continuidad con la tradición de la Iglesia en esta atención por los pobres. ¿Puede dar algún ejemplo al respecto?
Un mes antes de inaugurar el Concilio Ecuménico Vaticano II, el Papa Juan XXIII dijo: «La Iglesia se muestra como es y como quiere ser: como la Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres». Años después, la elección preferencial por los pobres entró en los documentos del Magisterio. Alguien podría pensar en una novedad, en cambio se trata de una atención que tiene su origen en el Evangelio y se encuentra documentada ya en los primeros siglos del cristianismo. Si repitiera algunos pasajes de las homilías de los primeros Padres de la Iglesia, de los siglos II o III, sobre cómo habría que tratar a los pobres, algunos dirían que mi homilía es marxista. «No es parte de tus bienes –así dice san Ambrosio– lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos». Como se puede ver, esta atención por los pobres está en el Evangelio, y está en la tradición de la Iglesia, no es una invención del comunismo y no hay que ideologizarla, como a veces ha sucedido durante la Historia. La Iglesia está lejos de cualquier interés político y de cualquier ideología: movida únicamente por las palabras de Jesús, quiere ofrecer su aporte a la construcción de un mundo en donde se custodien los unos a los otros y en donde se cuiden los unos a los otros./ Semanario Alfa y Omega, Madrid /Colarebo
No sabría cómo responder a esta pregunta. Reconozco que la globalización ha ayudado a muchas personas a salir de la pobreza, pero ha condenado a muchas otras a morir de hambre. Es cierto que, en términos absolutos, ha aumentado la riqueza mundial, pero este sistema se mantiene con esa cultura del descarte de la que ya he hablado en varias ocasiones. (…) Me impresionó saber que, en los países desarrollados, hay muchos millones de jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo. Les dicen NiNis, porque ni estudian ni trabajan: no estudian porque no tienen posibilidad de hacerlo; no trabajan porque falta trabajo. Pero también quisiera recordar esa cultura del descarte que lleva a rechazar a los niños, también con el aborto. (…) Y la cultura del descarte también lleva a la eutanasia oculta de los ancianos, que son abandonados. (…) ¡Detengámonos, por favor! Entonces, para tratar de responder a la pregunta, diría que no debemos considerar estas cosas como irreversibles no debemos resignarnos. Tratemos de construir una sociedad y una economía en las que el hombre y su bien, y no el dinero, sean el centro.
¿Puede darse un cambio, una mayor atención por la justicia social, gracias a una economía que sea más ética, o se puede pensar en cambios estructurales en el sistema?
Antes que nada, hay que recordar que se necesita ética en la economía, y también se necesita ética en la política. Muchas veces, varios de los Jefes de Estado y líderes políticos que he podido conocer después de mi elección a obispo de Roma me han hablado de esto. Han dicho: «Ustedes, los líderes religiosos, tienen que ayudarnos, darnos indicaciones éticas». Sí, el pastor puede hacer llamadas, pero estoy convencido de que se necesitan, como recordaba Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate, hombres y mujeres con los brazos elevados hacia Dios para rezarle, conscientes de que el amor y el compartir, de los que deriva el auténtico desarrollo, no son un producto de nuestras manos, sino un don que hay que pedir. Y, al mismo tiempo, estoy convencido de que es necesario que estos hombres y estas mujeres se comprometan, a todos los niveles, en la sociedad, en la política, en las instituciones y en la economía, poniendo al centro el bien común. Ya no podemos esperar resolver las causas estructurales de la pobreza, para curar a nuestras sociedades de una enfermedad que sólo puede llevarnos hacia nuevas crisis. Los mercados y las especulaciones financieras no pueden gozar de una autonomía absoluta. Nunca resolveremos los problemas del mundo sin una solución de los problemas de los pobres. (…)
¿Le molesta que lo acusen de pauperismo?
Antes de que llegara Francisco de Asís ya existían los pauperistas; en la Edad Media hubo muchas corrientes pauperistas. El pauperismo es una caricatura del Evangelio y de la misma pobreza. En cambio, san Francisco nos ayudó a descubrir el vínculo profundo que hay entre la pobreza y el camino evangélico. Jesús afirma que no se puede servir a dos amos, a Dios y a las riquezas. ¿Es pauperismo? Jesús dice cuál es el protocolo en base al que seremos juzgados; es el que leemos en el capítulo 25 del evangelio de Mateo: Tuve hambre, y me disteis de comer (…). El del Evangelio es un mensaje que va dirigido a todos, el Evangelio no condena a los ricos, sino la idolatría de la riqueza, esa idolatría que nos hace insensibles al grito del pobre. Jesús dijo que, antes de ofrecer nuestro don ante el altar, debemos reconciliarnos con nuestro hermano, para estar en paz con él. Creo que podemos, por analogía, extender esta petición al estar en paz con nuestros hermanos pobres.
Usted ha subrayado la continuidad con la tradición de la Iglesia en esta atención por los pobres. ¿Puede dar algún ejemplo al respecto?
Un mes antes de inaugurar el Concilio Ecuménico Vaticano II, el Papa Juan XXIII dijo: «La Iglesia se muestra como es y como quiere ser: como la Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres». Años después, la elección preferencial por los pobres entró en los documentos del Magisterio. Alguien podría pensar en una novedad, en cambio se trata de una atención que tiene su origen en el Evangelio y se encuentra documentada ya en los primeros siglos del cristianismo. Si repitiera algunos pasajes de las homilías de los primeros Padres de la Iglesia, de los siglos II o III, sobre cómo habría que tratar a los pobres, algunos dirían que mi homilía es marxista. «No es parte de tus bienes –así dice san Ambrosio– lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos». Como se puede ver, esta atención por los pobres está en el Evangelio, y está en la tradición de la Iglesia, no es una invención del comunismo y no hay que ideologizarla, como a veces ha sucedido durante la Historia. La Iglesia está lejos de cualquier interés político y de cualquier ideología: movida únicamente por las palabras de Jesús, quiere ofrecer su aporte a la construcción de un mundo en donde se custodien los unos a los otros y en donde se cuiden los unos a los otros./ Semanario Alfa y Omega, Madrid /Colarebo
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