DIOS NO JUEGA A LOS DADOS
“Dios no juega a los dados…” es una famosa frase que con frecuencia leemos en la portada de revistas, libros, plegables y todo tipo de publicaciones de las distintas religiones existentes; principalmente aquellas de raíces católicas. Una frase que de manera casi invariable tiene como fondo la imagen desgreñada del gran genio de la física, y de su famosa fórmula E= mc2 resaltada en una gran viñeta.
Y cuando nos adentramos en las páginas de estas publicaciones, o tenemos la desgracia de toparnos con alguno de los apóstoles de la religión que pregonan, no es extraño que nos espeten con expresiones como esta: “Albert Einstein, el más grande científico de todos los tiempos fue creyente, ¿con qué derecho; entonces, tiene usted la soberbia de considerarse ateo?”.
Pero ocurre que la frase en cuestión -como suele suceder con todas aquellas que se aíslan de su contexto -puede ser utilizada al amaño de quien la cita, convirtiéndose en una tergiversación de la idea original o en una gran patraña. Cosa que parece no importarle a los “apóstoles”; y en general a los creyentes de cualquier secta o religión, quienes estiman que la mentira utilizada con fines proselitistas no sólo no es inmoral, sino lícita y virtuosa.
La razón por la cual los creyentes recurren a este engaño radica en el llamado Argumento o principio de Autoridad; un procedimiento que en epistemología se expresa mediante la locución latina magister dixit (el maestro lo dijo). Es decir, no se trata de una proposición científica sustentada por hechos y razones, sino aceptada por el solo hecho de estar o ser afirmada por un texto o un personaje de prestigio: Verbigracia la Biblia o Albert Einstein.
¿Y cuál es el contexto original de la frase Dios no juega a los dados?
En el Quinto Congreso Solvay (1927) se inicia la tal vez más bella e interesante polémica científica de la historia entre los físicos Niels Böhr y Albert Einstein; hasta la muerte de éste, ocurrida en 1955.
Einstein, partidario del determinismo laplaciano ("si se conocieran las posiciones y las velocidades de todas las partículas del universo, todo el futuro quedaría explicado"); se oponía al "Principio de Indeterminación" de Heisemberg, el cual afirma que es imposible determinar con precisión absoluta, y de manera simultánea algunas magnitudes físicas; tales como la velocidad y la posición, lo cual; obviamente, invalidaría el Determinismo de Laplace.
Einstein, amante del arte, la filosofía y la literatura recurrió a una suerte de metáfora o alegoría para referirse a las rigurosas leyes que subyacen tras los fenómenos físicos del universo, a las cuales los átomos se someten por un orden ya establecido y determinado que seguirá evolucionando siguiendo el proceso según la regla correspondiente: le dijo en una carta a Böhr: “Dios no juega a los dados…”, para mostrar su escepticismo con las teorías de la mecánica cuántica; pues según él las cosas no pueden ser al azar a través de probabilidades, sino que son específicas porque se ajustan a una realidad dada y sistemática. Se dice; aunque no hay prueba de ello, que Böhr le contestó "Einstein, deja de decirle a Dios lo que debe hacer con sus dados".
Fue así, entonces, como los partidarios del movimiento creacionista sacaron de contexto la famosa frase del gran físico; adhiriéndolo como uno más de sus miembros, y de paso justificando con ella el Diseño Inteligente del Universo, mediante el cual todo está planeado por el Dios omnisciente.
Pero, ¿en realidad creía o no creía Einstein en la existencia de Dios?
En “Mi Visión del Mundo” dice:
“No puedo concebir un Dios que premia y castiga a sus criaturas, o que tiene voluntad, tal como la tenemos nosotros. Tampoco quiero ni puedo concebir que un individuo sobreviva a su muerte física: Dejad a los espíritus débiles atesorar estos pensamientos, movidos por el miedo o absurdo egoísmo”.
En “Ideas y opiniones” dice:
“El deseo de ser guiado, amado, y apoyado, se expresa en los hombres en su concepción social y moral de Dios... el hombre que está convencido del funcionamiento universal de la ley de la causa no puede entretenerse en la idea de un ser que interfiere en el curso de los acontecimientos... un Dios que premia y castiga no es concebible para él”.
Y en De Dukas, H y Hoffman, B, Princenton University Press, "Albert Einstein: The Human Side", 1954:
"No creo en la inmortalidad del individuo, y considero que la ética es un asunto humano que no debe tener ninguna autoridad supra humana detrás.”
"Todo eso que usted lee acerca de mis convicciones religiosas es una mentira sistemáticamente repetida. No creo en un Dios personal, siempre lo he expresado claramente.”
En entrevista en New York Times, 19 de Abril de 1955:
"No puedo imaginarme un Dios que premia y castiga a los objetos de su creación, cuyos propósitos están modelados según los nuestros... un Dios, por decirlo brevemente, que no es sino el reflejo de la fragilidad humana. Tampoco puedo creer en un individuo cuya vida sobrevive a su cuerpo, a pesar de que almas débiles mantienen semejantes cosas por miedo o un egoísmo ridículo"
En Science, Philosophy, and Religion, A Symposium (Simposio de ciencia, filosofía y religión):
“Cuanto más imbuido esté un hombre en la ordenada regularidad de los eventos, más firme será su convicción de que no hay lugar —del lado de esta ordenada regularidad— para una causa de naturaleza distinta. Para ese hombre, ni las reglas humanas ni las \"reglas divinas\" existirán como causas independientes de los eventos naturales. De seguro, la ciencia nunca podrá refutar la doctrina de un Dios que interfiere en eventos naturales, porque esa doctrina puede siempre refugiarse en que el conocimiento científico no puede posar el pie en ese tema.
Pero estoy convencido de que tal comportamiento de parte de las personas religiosas no solamente es inadecuado sino también fatal. Una doctrina que se mantiene no en la luz clara sino en la oscuridad, que ya ha causado un daño incalculable al progreso humano, necesariamente perderá su efecto en la humanidad. En su lucha por el bien ético, las personas religiosas deberían renunciar a la doctrina de la existencia de Dios, esto es, renunciar a la fuente del miedo y la esperanza, que en el pasado puso un gran poder en manos de los sacerdotes. En su labor, deben apoyarse en aquellas fuerzas que son capaces de cultivar el bien, la verdad y la belleza en la misma humanidad. Esto es de seguro, una tarea más difícil pero incomparablemente más meritoria y admirable”.
Y para que quede clara de una vez por todas la posición frente a este tema, del eterno contestatario que fue Einstein: leamos esta cita, tomada de la carta que en enero de 1954 dirigiera al filósofo alemán Eric Gutkind; la misma que en 2008 fuera subastada en 400 mil dólares:
“La palabra Dios no es para mí más que la expresión y el producto de la debilidad humana, la Biblia una colección de honorables, pero aun así primitivas leyendas que son, no obstante, bastante infantiles. Ninguna interpretación, no importa cuán sutil sea, puede (para mí) cambiar esto”.
Por último, una carta de Einstein, enviada a Guy H. Raner Jr, el 2 de julio de 1945, en respuesta a un rumor de que un sacerdote jesuita lo había convertido desde el ateísmo:
“He recibido su carta del 10 de junio. Nunca he hablado con un sacerdote jesuita en mi vida y estoy asombrado por la audacia de tales mentiras sobre mí. Desde el punto de vista de un sacerdote jesuita, soy, por supuesto, y he sido siempre un ateo.”
Y; a manera de reivindicación, las siguientes reflexiones que aparecen en “Mi visión del mundo”:“El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos. Quien no la conoce, quien no puede asombrarse ni maravillarse, está muerto. Sus ojos se han extinguido.
Esta experiencia de lo misterioso -aunque mezclada de temor- ha generado también la religión. Pero la verdadera religiosidad es saber de esta Existencia impenetrable para nosotros, saber que hay manifestaciones de la Razón más profunda y de la Belleza más resplandeciente sólo asequibles en su forma más elemental para el intelecto.
En ese sentido, y solo en éste, pertenezco a los hombres profundamente religiosos”.
En síntesis:
“Dios no juega a los dados…” Y Einstein no juega a los dioses.
León Gil
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