EMANCIPACIÓN CULTURAL O NADA
Rafael Pompilio Santeliz.
Latinoamérica es y seguirá siendo la esperanza del mundo. Frente a las fracasadas experiencias eurocéntricas, y sin haber tenido mayores reveses como el del descubrimiento, la Abya Yala se reconstruye intacta ante la afrenta histórica y la imposición de modelos exógenos. Todo lo que nos llega lo transformamos.
Del mundo árabe y la Europa medieval nos vino el cristianismo con sus infinitos frenos de control social, a él le opusimos la teología de liberación, donde el hombre es su propio dios. Al enciclopedismo, la ilustración y el déspota ilustrado, afirmamos que los obreros pueden ser gobiernos, y con ironía contestamos que si no se resolvían las contradicciones inherentes al capitalismo, con la educación lo que tendríamos serían puros cadáveres cultos. Al humanismo burgués le opusimos al Hombre nuevo del querido Ché, en un proceso abierto a la utopía de exigir lo imposible. Al racismo nazi-fascista, le respondimos con el orgullo negro y la manera cariñosa con que llamamos al pueblo negro. Black is beutiful, afirmó el Poder negro. Frente al marxismo positivista, eurocéntrico con determinismo económico le desmontamos su propia bomba: la valoración de lo cultural sin lo cual cualquier uniforme que niegue las diversas identidades, es un volcán impredecible en su estallar. Así empezamos a descubrir lógicas de vida y enseñanzas socialistas de los pueblos originarios, con las cuales el zapatismo chiapaneco ha dado múltiples enseñanzas a esta contemporaneidad.
Si algo hay que puntualizar con énfasis es entender que si no cambiamos de mentalidad, en nuestras cabezas colonizadas, no habrá cambio revolucionario. Cualquier caracterización actual, en los continuos enrosques, debe partir que estamos en una gran crisis, en una guerra despiadada. Y bajo estas circunstancias no puede haber más circos distractores. Las grandes orquestas, las bellas artes, que esperen. Nos urge una visión operativa de la cultura sobre nuestra realidad actual. Resolver, proponer, mostrar otras perspectivas, lógicas y razones, diferentes al dominante mercado, es empezar a acercarnos a un cambio civilizatorio que empiece a borrar la caricatura que las clases dominantes, en la historia, han moldeado en rostros y sentires.
Podríamos perder algunas batallas electorales, en el arreciamiento de la guerra económica, pero tener más derrotas culturales por nuestro desperdicio comunicativo y por no entender la fuerza de la cultura, sería nefasto. La guerra mediática permanente sigue creando imaginarios colectivos totalmente irreales, abultando medias verdades y recurriendo a nuestros mismos símbolos. Su guerra psíquica la combina con la violencia, incluso con elementos artesanales, que les da la sensación de ser héroes. Esta combinación de formas de lucha la fortalecen en el plano simbólico, ideológico y cultural. Para enfrentarlos necesitamos otro tipo de armas. Muchas de nuestras herramientas ya están en desuso para llegar a los imaginarios colectivos. Nos afincamos en los convencidos sin tratar de llegar a los que dudan de nuestras causas, y en lugar de construir nuevas sociedades nos quedamos en una redistribución rentista a los sectores excluidos por los gobiernos de derecha, sin saber enamorar con la esperanza de la redención, donde todo es nuestro. Se exponen cifras macro de un país virtual donde la realidad supera el intento, sobre todo, a las nuevas generaciones que a la expectativa esperan infructuosos avizorar un horizonte de futuro. El dilema de fortalecer la república o dinamitarla sigue siendo un auto chantaje, y caemos en el juego burgués.
Comunicacionalmente somos muy reactivos y poco trascendemos el consignismo. Tendemos a la pura defensa, en el sentido de vernos como una fortaleza asediada en la que en su interior cualquier desavenencia es tildada de traición. El pensamiento crítico es para crecer, corregir errores y avanzar. Seguimos pensando que llegar al gobierno es tener el poder.
Estamos en la encrucijada de toda transición, donde dos contrarios están en el todo: la cultura de la dominación y la cultura de la resistencia, pero entre ellos es vital que surja una tercera: la cultura de la liberación. Empezar a tejer, con encantos diversos, las subjetividades nacientes en un enfrentamiento de valores, de tecnologías, de nuevos gustos y materiales, nuevos ritmos y sonidos, otras maneras de ver la vida. Ella tendrá como principio el rescate de la autonomía y la formación integral del ser humano. El salto sería ver la cultura como sinónimo de vida. Atacando todo lo que nos impide ser. Continuamos inmersos en una dominación neocolonial. El huésped alienante está instalado en nuestras habitaciones logrando que muchos admiren e imiten a los dominadores.
Necesario es, instrumentar una visión holística de la cultura donde naturaleza, producción, ética ecología y vida cotidiana sean un todo interdependiente. Multiplicar los espacios de encuentro donde incidan todos los símbolos que muestren identidades, rescatando la memoria colectiva, que recuerde cómo en otros tiempos resolvíamos necesidades propias, los testimonios de lo que somos, los inéditos viables de lo soñado y cómo nos han castrado con el tiempo tantos saberes. Una interculturalidad que acepte las diferencias, no antagónicas, y extraiga enseñanzas. Sólo así podríamos enfrenar, descubriendo, lo que nos impide ser, los enemigos de nuestra autenticidad como pueblo.
Ese testimonio de lo que somos debe considerarse como cultura instrumental. Un espejo para vernos, encontrarnos y reencontrarnos muchas veces. Saber de dónde venimos y por qué somos lo que somos. En ese rescate de las esencias va también el percibir las incapacidades y carencias. Se trata de desenterrar las autenticidades ocultas como pueblo. Por lo tanto caracteriza, crea teoría de cambio, y eso es revolucionario, pues sin teoría no hay revolución.
Decidirse a soñar imposibles, es hacer profecías con la imaginación. Ellas se proyectan al futuro, lo sueña. Eduardo Galeano decía: “Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. Por eso el trabajo cultural no puede ser conservador. O es revolucionario, o nos impide ser. Un activador cultural es lo que definía Gramsci: un intelectual orgánico, en el sentido de que no se parcializa por ninguna forma de acercarse a la realidad. Todos los métodos deben articularse en sus claves para auscultar la realidad objetiva. Mirando al bosque y mirando el árbol, a la vez.
La propuesta es unir, tener visión de conjunto y crear operatividad. Conectar la perspectiva planetaria de la realidad con la visión local, regional y comunitaria de la misma. A la vez, organizar y vincular la teoría con la práctica, investigando con el pueblo, fuente inagotable de conocimientos. Es finalmente, atreverse a hacerlo, y hacerlo bien.
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