jueves, 11 de julio de 2019

En Venezuela, el derecho a la vivienda lo

 hace 

posible la Revolución


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En la parroquia Antímano del distrito capital de Caracas se levanta un bloque de viviendas muy especial. Sus habitantes lo construyeron con sus propias manos, después de que en 2011, por iniciativa del presidente Hugo Chávez, se expropiase poco menos de una hectárea de terreno a la empresa Polar. La idea era rescatar un suelo urbano abandonado y que no cumplía ninguna función social, para beneficiar a familias en situación de “riesgo social, sin vivienda propia y a las parejas jóvenes que estén fundando familia”.

En enero de 2011 se aprobó la Ley de Emergencia Terrenos y Viviendas, cuyo decreto Área a Vivir (Áreas Vitales para Viviendas y Residencias) hacía posible la recuperación de los terrenos y el desarrollo de la vivienda social: “el Estado no permitirá la existencia de inmuebles no residenciales o terrenos abandonados, ociosos, subutilizados o de uso inadecuado que presenten condiciones y potencial para cumplir con el objeto de esta Ley” . Es bajo la proclama de Chávez, « el drama de la vivienda no tiene solución en el capitalismo, sólo en Socialismo», como se conforma el campamento de pioneros.
El campamento Amatina está situado en una zona industrial, pero también se pusieron en funcionamiento otros campamentos “en zonas de clase alta, medias y periurbanas, adaptándose a contextos urbanos con diferentes características” – explica el viceministro de vivienda Nelson Rodríguez. En Amatina son unas 140 familias las que se reúnen en asambleas semanales. Iraida Morocoima, una de sus portavoces, acoge a los visitantes para compartir esta experiencia: “muchas personas de entre estas familias no tenían ni idea de cómo pegar un ladrillo. Había ciertamente otros que eran albañiles, pero la mayoría éramos mujeres. El primer desafío fue asumir que había que construir un edificio de cinco o seis pisos; era difícil, no podíamos ni siquiera concebirlo”. Para llegar a buen puerto, los pioneros contaron con los materiales de construcción y el asesoramiento técnico suministrados por el Estado en el marco de la Gran Misión Vivienda Venezuela.




Iraida Morocoima. Foto : A. Anfruns


Los planos arquitectónicos fueron estudiados y finalizados bajo la supervisión de los futuros habitantes, basándose en las necesidades específicas de cada una de las familias. “Eso nos sirvió como herramienta para darle un enfoque diferente a este tipo de urbanismo. Si no hubiéramos politizado esta construcción, habríamos caído en el error de reproducir el modelo de familia que preconiza el capital: espacios habitacionales concebidos solo para un varón y una hembra, hasta cambiándoles el colorcito… Pero nosotros dijimos que no, porque aquí hay un prototipo de familia distinta. Nuestro objetivo era construir una comunidad”. ¿Un ejemplo? “En el edificio no hay ascensores, por eso las personas de tercera edad y discapacitadas viven en la planta de abajo. Antes de venir aquí, esa niña discapacitada no tenía donde compartir. Ahora aquí tenemos este espacio de encuentro, donde puede venir y participar a fiestas” – asevera Moracaimo.
Una vez que obtuvieron el apoyo del Estado mediante ayuda técnica, el campamento estableció un modelo de construcción autogestionario, sin empresas constructoras. De esa manera, “para el Estado el costo del proyecto se redujo a la mitad” – concede Nelson Rodríguez. Pero lo más relevante es la dinámica de participación que suscitó, con “cientos de horas de organización de las familias y los otros 11 movimientos de pobladores que acudieron en su ayuda: se prestaron material, recursos, funciona como una red, un sistema en el que los trabajadores se intercambian, se hace un compra conjunta de la maquinaria, etc.”.
Una vez planteada la vivienda como un derecho, devolviéndole el uso a un terreno abandonado, la herramienta para que la comunidad afianzase su objetivo fue asumir el autogobierno. Es una de las nociones básicas de este campamento. “Este es el primer proyecto que se realizó, y seguro que hay muchos errores que cometimos, con fisuras en el muro, pero estamos aprendiendo. Y lo más importante es lo que hemos aprendido con este diseño participativo, porque tenemos mucha conciencia de que vivir aquí tiene que ser distinto”. Esta es una idea bien asentada entre las familias, incluyendo a los más jóvenes. Mientras subo las escaleras del bloque de viviendas, comento a un niño que me acompaña lo agradecida que debe estar la comunidad al gobierno bolivariano. Su espontánea respuesta rompe en mil pedazos el concepto de “asistencialismo” que ha venido siendo aplicado recurrentemente como el sello característico de los procesos latinoamericanos del socialismo del siglo XXI: “Esta Revolución la hacemos nosotros, no nos la da nadie”.
Nelson Rodríguez insiste en la idea de que el campamento Amatina no es solo una vivienda: “no solo son casas, sino espacios comunitarios, productivos como cooperativas, huertas comunales, y servicios comunales como un banca, una panadería, una fábrica… Lo que se busca es la construcción de una comunidad de vida y medios de producción basados en la autogestión. Se trata de un proyecto integral de producción y abastecimiento”. Hay quienes relativizan este tipo de lucha por el derecho a la vivienda, dando lecciones desde su torre de marfil, pero para otros es intolerable y se debe acabar con ella como sea: “muchos sectores económicos no aceptaron esa intervención estatal. La derecha dice que hay procesos de confiscación de los terrenos. Tienen intención de devolverlos, según ellos fueron confiscados por la Revolución. Es una batalla, la empresa quiere iniciar un proceso para recuperarlos”. Lejos de ser concebida como una experiencia aislada, sus protagonistas buscan extenderla a lo largo y ancho de la geografía venezolana para afianzar la construcción del “Estado comunal”, destinado a socavar las bases de la institucionalidad y sustituir así progresivamente las viejas estructuras de estado, hechas a medida de la clase dominante a lo largo de décadas de gobierno puntofijista. Se trata pues de profundizar la democracia participativa en detrimento de la “democracia restringida”.
Sin duda son experiencias comunales como la de Amatina las que mejor explican el ánimo don quijotesco y el apego insobornable de este pueblo a su gobierno; también porqué Nicolás Maduro fue reelegido presidente en mayo de 2018 desafiando la crisis económica, las amenazas de la derecha golpista, el anuncio del no reconocimiento por la UE y las sanciones del imperio Obama y luego Trump. Morocoima lo resume así: “Nosotros no nos planteamos vivir aquí para después volvernos otra clase social. Vivimos aquí para defender la Revolución, para mantener este proceso revolucionario. Este es un pueblo digno y luchador: vino Chávez, nos revivió a Bolívar y ahora somos Guaicaipuro, Bolívar y Chávez juntos!”. Lo indígena, lo criollo y lo mestizo son símbolos de la soberanía de Venezuela y de su generosa identidad en aras de la integración; su encarnación en esas tres figuras históricas es la muestra de que este pueblo hizo realidad lo que parecía imposible: llevar las riendas de su destino contra viento y marea.


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