miércoles, 22 de octubre de 2014

El dramático adiós de un líder de la generación de Oro


85602741be994f048b0c34f1f5697b5d
María Hogdalis Herrera Sequera, asistente parlamentaria de Robert Serra, era licenciada en Educación.
YVKE Mundial/Clodovaldo Hernández
En la política, como en el deporte, la Revolución Bolivariana ha sembrado y comenzado a cosechar su generación de oro. Robert Serra era un destacado miembro de esa camada de dirigentes de alta competencia, un integrante por derecho propio de la élite de los atletas de una de las disciplinas más antiguas de la humanidad: la lucha por el poder.
Velocista del verbo y de la argumentación jurídica, este muchacho nacido en Maracaibo y criado en Caracas se hizo estrella en el complejo escenario de la política tal como lo hacen las grandes figuras del deporte: en forma meteórica, en un abrir y cerrar de ojos. Al momento de morir, vilmente asesinado, el pasado 1° de octubre, pocos dudaban de que era una de las “esperanzas olímpicas” del Partido Socialista Unido de Venezuela y un ídolo de las masas revolucionarias.
Es difícil encontrar una mayor contradicción entre una manera de vivir y una forma de morir. Serra era joven, alegre, vivaz, transparente, preocupado por el prójimo. Su final —infortunio en el que lo acompañó su asistente, María Herrera— fue triste, siniestro, oscuro, despiadado. El diputado y periodista Earle Herrera, quien era su vecino de curul, lo dijo así: “Robert Serra era vitalidad y alegría, lo más alejado de la ‘no vida’ que es la muerte”.
Para colmo de ironías, Serra había tomado el camino académico de la ciencia criminalística y terminó siendo una de las víctimas en un doble homicidio que, de seguro, será analizado en el futuro por los especialistas en ese campo, debido a la saña de los asesinos y a las implicaciones políticas del hecho.
La breve historia de Serra, quien apenas tenía 27 años, es una nueva alegoría del proceso político que hemos vivido en las últimas décadas. Se repite la trama: la oposición inventa unas figuras mediáticas e intenta victimizarlas, todo ello mediante técnicas de mercadeo y publicidad. El pueblo responde pariendo líderes auténticos y, desdichadamente, a veces le toca verlos partir como genuinos mártires. En 2007, una oposición en ruinas (venía de una aplastante derrota en las presidenciales de diciembre de 2006) intentó recomponerse lanzando a las calles a unos jóvenes que supuestamente encarnaban los anhelos y expectativas de las nuevas generaciones. Los chicos fueron patrocinados intensivamente por el formidable aparato mediático de la derecha local y mundial. Un perspicaz político de la misma oposición los llamó la “generación Yoka”, porque se parecían al yogur: fermentaron y crecieron en pocos días, pero unas semanas más tarde “ya se habían puesto piches”. En contrapartida, el pueblo bolivariano vio nacer y consolidarse en esos mismos días a una camada de muchachas y muchachos salidos de sus propias entrañas y dotados de grandes atributos como líderes, que les han permitido ser algo más que flor de un día. Serra fue uno de los más destacados de ese grupo que hizo vibrar a la Asamblea Nacional la misma tarde que la derecha había montado uno de sus típicos reality shows. Locuaz, irrefrenable, pico de plata, Serra se metió en el corazón de los chavistas (comenzando por el propio comandante Chávez, quien lo comparó con una metralleta por su forma de disparar ideas) y, como suele suceder, comenzó a ganarse las antipatías (luego transformadas en el peor de los odios) de quienes juran que todos los jóvenes estudiosos, inteligentes y serios del país son contrarrevolucionarios y quieren “irse demasiado”.
Serra, para más rabia de los disociados, les latía en la cueva, pues su alma mater era la Universidad Católica Andrés Bello, es decir, el laboratorio mismo de la “generación Yoka”, obra y gracia del sacerdote jesuita Luis Ugalde, el mismo que bendijo las andanzas golpistas de Pedro Carmona y Carlos Ortega en 2002. Allí, en la UCAB, este muchacho fue objeto de la intolerancia sifrina. Los mismos que decían estar luchando por la libertad de expresión y de pensamiento no le perdonaban que fuera revolucionario y se lo hacían sentir constantemente mediante el manido recurso del cacerolazo. ¿Qué era eso para Robert? Un estímulo para argumentar más alto, más fuerte, más rápido, como buen atleta de la dialéctica. Se fajó en todos los foros y programas de opinión, y pronto los asesores de imagen de los líderes prefabricados les recomendaron no casar peleas con semejante gallito.
Solo unos pocos de los niños-bien metidos a políticos lograron que los viejos dirigentes de los partidos opositores les dieran algunos cargos, candidaturas y responsabilidades. Otros aprovecharon sus 15 minutos de fama para resolverse la vida en un plano estrictamente individual. En cambio, Serra y los demás líderes juveniles revolucionarios han recibido excelentes oportunidades y la mayoría de ellos ha respondido con creces, afianzando profundamente sus raíces en el tejido social. Varios de los jóvenes que dieron la cara en 2007 en el acre debate sobre el cese de la concesión a la televisora RCTV han ocupado cargos de relevancia en el Poder Ejecutivo. Serra, por su lado, se concentró en la esfera legislativa. Electo en 2010 a la edad de 23 años, llegó a ser una de las principales figuras del PSUV en la actual legislatura. Cada vez que había un debate sobre un tema polémico y candente, el chamo Robert prendía su metralleta de ideas y defendía la posición de la fracción revolucionaria con una fluidez que causaba la admiración de muchos y la envidia de unos cuantos.
Hasta hace unos días, la metralla de su verbo solo se había aplacado el 5 de marzo de 2013, cuando la noticia de la muerte del comandante Chávez cayó como un misil en medio del hemiciclo. Nuevamente es su vecino y “profe”, Earle Herrera, quien lo recuerda con sentida poesía: “Esa tarde, el guerrero Robert Serra estalló en llanto como un niño. Rodeado de todos sus camaradas diputados, parecía solo y desamparado en el planeta. O no lo parecía, en ese momento lo estaba. El joven diputado, derrumbado en su curul, era el luchador abatido por algo superior. Ángel caído, como azotado por una súbita orfandad planetaria. Su mentor político, su padre, su guía, su líder… ya no estaba, físicamente… Robert tomó sus libros, sus carpetas y se marchó en silencio por ahí, como buscando el camino de su Comandante, que no es otro que el camino del pueblo, al que se entregó en pensamiento, palabras y obras”.
En este triste octubre, la metralla de Robert ha cesado. Ya no oiremos nuevos discursos suyos en alta velocidad. La fatalidad se lo ha llevado también, como al Comandante; como a su maestro en el campo del Derecho, Carlos Escarrá; como a Lina Ron y otros líderes del barrio.
Tal vez sea una coincidencia forzada, de esas que nos empeñamos en encontrar cuando alguien querido muere, pero el jovencito Serra, igual que el comandante Chávez, nos dejó una última proclama. Así como el máximo líder bolivariano se despidió el 8 de diciembre de 2012 con aquel “hoy tenemos patria”, este muchacho, en la plenitud de su vida y de su salud ,soltó una frase que ahora se ha hecho postrera y que es toda una lección de vida: “Nuestra prioridad no es un cargo, sino hacer irreversible la Revolución”.
El domingo 5 de octubre, con el país aún conmocionado por la muerte de Serra y de Herrera, mientras los zamuros de la canalla mediática y las redes sociales intentaban hacer un festín con su cadáver, el corredor de fondo Marvin Blanco ganó la carrera de 10 kilómetros Caracas Rock. Al acercarse a la meta, este atleta del 23 de Enero enarboló una foto del diputado. Fue un hermoso gesto: la generación de oro del deporte rindiéndole honor a la generación de oro de la política.

María Hogdalis Herrera Sequera, asistente parlamentaria de Robert Serra, era licenciada en Educación.
POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ

No hay comentarios:

  EL MUNDO CAMBIARÁ, EL CORONAVIRUS LO LOGRARÁ. Desde que el mundo es mundo, los imperios con sus monarquías y con apoyo de las religiones, ...