miércoles, 17 de abril de 2019

Rafael Pompilio Santeliz
CRONICAS  SOBRE EL EJERCITO EMBRIONARIO...
Recordando abriles, me encontré esta foto de este ejército popular embrionario que es nuestra milicia bolivariana y un escrito de un cronista, de quien no he podido conseguir su nombre. Por este abril se conmemora la batalla de San Félix, muy bien tratada en estos textos que invito a leer, bajo la memoria de Manuel Piar y de un pueblo en armas qye supo vencer al colonialismo extranjero.
Este 11 de abril de 2019, se conmemoró 202 años de uno de los hechos de armas más hermosos de nuestra historia: La batalla de San Félix. Debo explicar que, aunque la serie se llame Héroes muertos, esta vez quise relatar un poco lo que fue la batalla más allá de un personaje en particular. Dedicado a aquellos valientes héroes que cayeron en tan gloriosa faena. Que nunca ningún venezolano olvide de donde venimos. Disfrútenla y compartan.
Héroes Muertos El Clamor de San Félix
—¡Anzoátegui, venga para acá! —Ordenó el General Manuel Piar.
—¡Ordene mi General! —Respondió Anzoátegui.
—¿Usted ve aquellas columnas de españoles que vienen de la vía de San Miguel? Pues, se me lleva a un escuadrón de carabineros, es necesario hostigar al enemigo. Necesito a los españoles en ese campo de enfrente. —Ordenó. —Ordené a Mariano Montilla ubicar otro escuadrón escondido en aquel monte alto, es necesario caer en retaguardia del enemigo. —Concluyó, Anzoátegui se retiró a cumplir las órdenes mientras llegaba el coronel Pedro León Torres.
—Mi General, el parte de las tropas. —Dijo mientras sacaba un pequeño papel.
—Le escucho coronel. —Respondió Piar con una sonrisa y un brillo relampagueante en sus ojos azules.
—En la infantería tenemos 524 hombres, 421 jinetes; 153 dragones y el resto lanceros, 200 hombres lanceros de a pie en la reserva. En el parque había 700 fusiles, sin embargo, solo sirven unos 300, el resto está descompuesto. —Dijo el coronel con cierto pesar.
—¿Y los indios? —Preguntó Piar.
—Conté 210 indios con flechas y lanzas. —Respondió.
—Pues servirán Pedro, te aseguro que servirán. Es necesario que vayas de inmediato y formes a la tropa, Anzoátegui se encargará de darnos tiempos para nosotros poder maniobrar en el campo y posicionar nuestras fuerzas. —Dijo mientras empezó a descender del cerro que adornaba parte del campo de batalla.
El ejército patriota marchaba para tomar posiciones en el campo de batalla, Piar había ordenado a los batallones Honor, Barlovento y Conquista de Guayana formarse de a ocho hombres en fondo, colocando a los fusileros al frente, los indios flecheros en medio y los lanceros de a pie en fondo para salir al contraataque entre líneas, mientras un escuadrón de caballería atacaba el flanco izquierdo del ejército realista, para obligarlo a maniobrar sobre el campo escogido por Piar, y la otra parte, escondida entre la maleza. Manuel Piar había dispuesto una formación semicircular, el objetivo era envolver al enemigo ejerciendo presión sobre sus flancos, mientras la retaguardia debía aguantar a la caballería patriota.
El respirar de la imperial Guayana soplaba sobre los rostros de aquellos patriotas. La mesa de Chiríca, en San Félix, será el sitio de la gran batalla por Guayana, la imponente Madre Naturaleza será la juez y el imperial Orinoco fungirá como testigo de aquella acción temeraria y a la vez bien planificada. El General Piar se encontraba frente a sus tropas; una guerrera negra, pantalón blanco, botas negras, en su mano derecha llevaba su sable y en su izquierda, aquel pabellón tricolor desgastado y descolorado. Pasaba revista de aquel ejército de mil colores; Indios con sus arcos y flechas, negros rebeldes que entendieron el llamado de la patria, los haitianos restantes de la expedición de los seiscientos, un grupo de aventureros franceses, llaneros venidos de Barinas enviados por José Antonio Páez, muchos de ellos pertenecieron a aquella Legión Infernal del asturiano, fusileros neogranadinos, criollos caraqueños, artilleros andinos, mercenarios de las islas del Caribe mandados por el General Montilla e indios de las misiones, en guayucos y con sus rostros pintados para la guerra… Un ejército de mil colores, un ejército que se creía imposible de forjar, aquel ejército que contra todo pronóstico formó con la voluntad de sus manos… Al frente se encuentra el temido ejército español al mando del experimentado Mariscal Miguel De la Torre, ahora comienza la verdadera prueba de fuego, aquella que por su resultado juzgará el tribunal de los siglos y con su veredicto, bañe de osadía, de glorias y epopeyas a los triunfadores.
Piar caminaba entre sus hombres mientras algunos le saludaban, quería ver el resultado de todo su trabajo, de toda su lucha, de todos sus estudios hechos en el arte de la guerra.
—¡Soldados! —exclamaba Piar con fuerza y carácter. —¡Hoy daremos punto final a la opresión de los españoles sobre la Guayana, ellos, que tienen la mejor infantería del mundo, serán testigos de lo temibles que podemos ser los hijos de la patria venezolana, ustedes, que tantas glorias han traído a esta noble empresa, serán los que escriban las nuevas páginas de nuestra historia, aquí en San Félix, será donde podremos comenzar una vez más! ¡Ellos luchan por órdenes de tiranos, nosotros luchamos por la más bella de las virtudes, nuestro amor a la patria! —Los soldados empezaron a lanzar hurras y vivas al General. —¡Soldados, hoy, 11 de abril de 1817, coronaremos las glorias de la imperial Guayana, aquí y ahora, volverá a nacer Venezuela! ¡Viva la patria! —Gritó alzando el pabellón tricolor.
—¡Que viva la patria, que viva el General Piar! —Gritaban más de 1200 voces unidas en un solo clamor, aquel clamor en San Félix.
II
—¡Dragones de Venezuela, carguen contra los enemigos de la patria, a la carga! —Gritó Anzoátegui con valentía y brío mientras su escuadrón San Mateoemprendía la carga contra el flanco derecho del ejército español, quienes se formaron rápidamente para resistir la embestida. Anzoátegui esperaba ser recibido por la caballería realista, pero su sorpresa fue que estos poca caballería tenían.
—Su Excelencia, los insurgentes nos han pillao por el flanco—Informaba el coronel Nicolás Ceruti con especial preocupación.
—coronel, ordene a los tambores tocar, dirigid al ejército hasta aquel campo ubicado frente al cerro aquel, formación de columna con bayonetas listas, en este camino no podemos ordenar formación de cuadros. —Ordenó el Mariscal Miguel De la Torre con total serenidad.
El ejército español, al verse atacado por su flanco, dirigió marcha hasta el campo de San Félix, encontrándose con los patriotas. Ambos ejércitos podían verse, sin embargo, ninguno atacaba primero, el escuadrón San Mateo había cumplido con la misión encomendada por Piar. Un tenso silencio se apoderó de aquel sitio, eran las 3 de la tarde y el sol aún quemaba los rostros de aquellos hombres que estaban dispuestos a matarse.
«¿Por qué no atacan?» Pensaba La Torre mientras trataba de buscar indicios de lucha.
—Recordad soldados del rey, hoy lucháis por mantener a la gran España unida —Gritaba el Capitán Ramiro Mesa, oriundo de Gijón, quien comandaba una línea. De repente, se escuchó un silbido y luego, el capitán llevó sus manos a su pecho, cayendo de su caballo, una flecha había atravesado su pecho.
—¡Avanzad soldados, avanzad! —Gritaba el coronel Ceruti mientras los soldados españoles avanzaban, algunos veían al cielo y solo pudieron observar una nube oscura que se avecinaba hacia ellos; cientos de flechas que buscaban desesperadamente los cuerpos españoles. Muchos nobles soldados españoles cayeron heridos o muertos. La primera línea realista se encontraba a tiro y empezó a disparar contra los batallones patriotas.
—¡Fuego! —Ordenaba el coronel Pedro León Torres a todos los batallones, quienes empezaron la avanzada. Piar, se había reunido con los escuadrones de caballería, junto al aguerrido Anzoátegui.
—¿Qué no traen caballería? ¿De la Torre está loco? —Preguntaba Piar sonriente ante el informe que le diera Anzoátegui.
—Muy poca mi General, cuando mucho llegarán a 100 y eso es la escolta del Mariscal. —Agregó.
—¡Mira Anzoátegui! Los españoles mordieron el anzuelo, La Torre se está moviendo a donde queríamos, este morichal nos protege el flanco, y él lo sabe. —Dijo Piar—. Capitán Melean y Capitán Mina, cabalguen a mata caballo y díganle al coronel Torres que ordene una carga. ¡Rápido! —Ambos capitanes, edecanes de Piar, emprendieron la afanada cabalgata.
Mientras tanto los españoles resistían la lluvia de flechas y disparos contrarios, no podían concentrar su puntería, pues, de frente debían cubrirse de los tiros patriotas y también estar atentos a las flechas que del cielo caían con interés asesino. Poco a poco, formaron una masa compacta, pues, intentaban maniobrar en aquel campo, el objetivo de La Torre era atacar el centro del ejército patriota, media hora de fuego cruzado no habían hecho mucho daño en los patriotas, por el contrario, las flechas causaban estragos en las fuerzas del Rey.
—¡Resistid soldados, resistid! —Gritaba el coronel Ceruti mientras se cuidaba de las flechas, ya algunos soldados españoles yacían en aquel campo. Los tambores patriotas empezaron a redoblar, se preparaban para una carga general.
—¡Venezolanos! —Gritaba Pedro León Torres alzando su sable al frente. —¡Carguemos con todo contra los enemigos de la patria! ¡A bayoneta, a bayoneta! —Ordenaba una y otra vez mientras los patriotas habían emprendido la carrera entre gritos y disparos.
—¡Soldados del Rey, armad bayonetas, a la carga! —Gritó Ceruti mientras los españoles empezaban la carrera para responder al desafío de los patriotas, dos masas se dirigían a un choque que prometía hacer temblar los mismos cimientos del rio Orinoco.
III
Los tiros y flechas iban y venían de un lado al otro, ambos ejércitos chocarían entre si mientras algunos caían. Una gran colisión hizo temblar aquel sitio, el ruido de miles de crujidos de lanzas partiéndose, choques de metales y gritos de dolor se habían propagado por todo San Félix, la batalla estaba en su más alto clímax mientras las primeras líneas luchaban sin cuartel, los españoles tenían la experiencia de la pelea con bayonetas.
—¡Lanceros ahora! —Ordenó Pedro León Torres mientras desde la retaguardia, los lanceros de a mano entraban al combate, saltando algunos por encima de las líneas enemigas y debilitándolos desde adentro, los españoles empezaban a ser diezmados, a pesar de ello, la batalla aún no se definía.
—¡Coronel! —gritó un oficial español en medio de la batalla— Se nos vienen por la retaguardia. Dijo al ver a los lanceros patriotas venirse por sus espaldas. La Torre vio la carga avecinarse y juntó a su escolta personal ordenando defender la retaguardia.
—¡Por el Rey! —Gritaron los españoles, viéndose en menor proporción, pero determinados a confrontar a Piar y los suyos. El choque entre ambas cargas fue atroz y sanguinario. Piar, que comandaba personalmente la carga lanza en mano, arrollo sin piedad a varios jinetes españoles, viéndose rápidamente derrotados, pocos huyeron del campo, la carga patriota continuó hasta llegar por la retaguardia de la masa española, quienes intentaron en vano disparar contra sus verdugos. Los silbidos de las balas rozaban a Piar, sin embargo, su caballo arroyó a unos cuantos y desenfundando su sable, empezó a repartir espadazos por doquier.
—¡Retirada, retirada! —Gritaba el coronel Ceruti quien logró salvar su pellejo junto a otros pobres desgraciados, en total, solo 250 hombres lograron escapar, 250 españoles de casi mil seiscientos, los patriotas apenas contaban con 31 bajas en sus filas y unos 65 heridos. La batalla por Guayana había terminado, los patriotas habían triunfado.
Eran las 5:45 de la tarde y el sol empezaba a bostezar, lanzando esos últimos rayos sobre los hombres de San Félix, algunos soldados escoltaban a más de 500 prisioneros, recogiendo más de 800 fusiles y casi 25 mil cartuchos de fusil. Piar caminaba entre los cadáveres del campo de batalla, su ejército le observaba a cada paso, alzó el pabellón tricolor de las manos de un patriota muerto, le cerró los ojos haciendo un gesto de respeto a tan valiente soldado, vio a su alrededor a sus hombres, quienes estaban cansados y con sus caras sucias y cubiertas de sangre. Alzó el pabellón y gritó como jamás en su vida lo había hecho.
—¡Victoria, victoria, victoria! —Decía una y otra vez mientras sus hombres alzaban sus armas gritando hurras y vítores. Una brisa vespertina movía sus rubios cabellos, los débiles y nostálgicos rayos del sol hacían brillar sus ojos azules como si de dos zafiros se tratasen, aquella brisa ondeaba el pabellón tricolor con especial alegría. Guayana pertenecía a las fuerzas patriotas, y en adelante, sería la base con las que se lograrían las grandes batallas de América: Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho. Aquel atardecer del 11 de abril de 1817 daba nacimiento a la leyenda inmortal del General Manuel Piar, el libertador de Guayana.

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