lunes, 22 de abril de 2019

LAS GÁRGOLAS FRACASARON 
Por: Roberto Hernández Montoya.
- Ante a Notre Dame fue quemado vivo Jacques de Molay, gran maestre de la Orden de los Templarios, el 18 de marzo de 1314. O sea, no todo ha sido bello allí. Un grupo impío bailó regocijado al otro lado del Sena mientras la catedral ardía. Claro, claro, hubo llanto y no lloré sólo porque soy un macho vernáculo. Fue duro ver caer la aguja, como ver caer las Torres Gemelas y tampoco lloré esa vez por mi disciplina machista.
Es que esos monumentos tienen una carga simbólica, emocional, conceptual, esencial, que hacen que conmueva verlos caer. O casi. En el emplazamiento de Notre Dame siempre hubo religión, porque antes de que se fundara allí la primera iglesia, románica ella, la comunidad pagana erigió allí un ara para adorar a sus deidades, entre ellas nadie menos que Júpiter. Es costumbre erigir templos profanando los de las religiones derrotadas. La idea es que se reemplace la «idolatría» por la Fe Verdadera.
No lo hizo Jacques de Molay, quien al momento de ser chamuscado pronunció una célebre maldición contra el Papa, el Rey y el inquisidor que lo condenó. No creo en maldiciones, pero esa se cumplió, porque los tres murieron y tal vez estén llevando candela en el Infierno junto a Jacques.
He admirado siempre ese lugar y siempre he conjeturado la reacción de la gente que se plantaba por primera vez ante su majestuosa altura, en épocas en que no abundaban edificios tan tamañosos. Me impresionó un amigo a quien conduje ante Notre Dame y cayó de rodillas, no siendo especialmente creyente. Digo como Manuel Caballero: «No creo en Dios pero sí en la Divina Pastora», o algo así. No soy devoto de nada pero Notre Dame siempre me impresionó, por su arte, por su ingenio, por su historia. Es que el gótico está hecho para sobrecoger.
Cuántas cosas importantes pasaron allí. Cualquier hecho se vuelve trascendental entre sus muros, por tanto ungimiento, tanta coronación, tanta gente importante que ha deambulado por allí porque es imposible visitar París sin pasar por sus naves, aunque sea por curiosidad. Y ahora no se podrá, dice Macron que por cinco años y otros que más. Ojalá que menos. Espero que las gárgolas no vuelvan a fracasar en la protección del templo. No creo en dioses, pero sí en gárgolas.

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