martes, 22 de enero de 2013


A 55 años del 23 de enero, un balance histórico necesario.

                                                                                                  Rafael Pompilio Santeliz

Los procesos y algunos hitos de nuestra historia son necesarios de evaluar para no caer en los mismos errores que se supone deberían estar superados. Al no haber autocríticas de sus protagonistas, se sepultan momentos cruciales, quedando pendientes balances perentorios de nuestro acontecer

Un punto de partida para entender ese momento histórico, sería ubicar el gobierno de Pérez Jiménez como parte de la política norteamericana en el período de guerra fría, cuando Estados Unidos hizo esfuerzos por alinear a América Latina contra el mundo socialista. Los gringos ante el avance de los pueblos identificados con el cambio social, y ante el ascenso de partidos marxistas, promocionaron gobiernos fuertes y dictatoriales que les garantizaran paz laboral para sus inversiones. Desde 1948 los militares venezolanos ya tenían una serie de “iniciativas” anticomunistas para ganar el favor del Departamento de Estado.

El General Pérez Jiménez, coincidió con el interés imperial de inversiones modernizadoras, con las cuales se destruyeron importantes referencias patrimoniales, rompiendo con los resquicios que quedaban del modo de vida colonial. La concepción desarrollista implementada, era parte del llamada “Política de concreto armado”, caracterizada por el gigantismo y la ostentación suntuaria. El Nuevo Ideal Nacional implantó un nacionalismo conservador de corte fascista, con el cual se manipuló la cultura tradicional con conceptos patrioteros que fueron diseñando una nueva concepción de ciudadanía que, apoyándose en elementos folklóricos, sirvió para discriminar a las mayorías. Bajo esos criterios occidentales positivistas, se buscó una especie de limpieza de sangre de negros y pueblos originarios, considerados de poca vocación laboral.

La vía fue la inmigración extranjera. Se estableció una política de traer europeos, campesinos italianos provenientes de comunas agrícolas del régimen fascista, de portugueses de Madeira y de alemanes éticos o folk deustches desplazados de Bukovina por la II Guerra mundial. No faltaron oficiales germanos de la SS, del Fascio italiano y de la Falange española. Unido a esto, se prohibió formalmente la inmigración de africanos negros y asiáticos, por sus supuestos atavismos contaminantes a la población venezolana. 

La dictadura buscó ahondar más la separación entre la ciudad y el campo, pues el General, en sus ansias de modernizar el capitalismo, propició en el campo la construcción de grandes colonias agrícolas, especies de kholjoses, en las cuales criollos y europeos, supervisados por la Guardia Nacional, contarían con una serie de inversiones de economía intensiva que harían posible que las ciudades se abastecieran del campo. Con estos proyectos agroindustriales, Pérez Jiménez, no buscaba liberar al campesino, sino sustituirlo por una clase media rural parecida a los farmers estadounidenses. Muchos de estos fascistas, posteriormente se enriquecidos en el campo, emigraron a las ciudades convirtiéndose en grandes importadores de bienes manufacturados de gringolandia. Eran proyectos dependientes de la Fundación Rockefeller (Creole y Standard Oil) que buscaban dar respuestas a la burguesía agraria latifundista nacional, al unísono con las necesidades de expansión de las trasnacionales estadounidenses.

En el ámbito externo Pérez Jiménez otorgó diferentes concesiones a los consorcios norteamericanos. En su política interna estuvo vinculado, al principio, con empresarios nacionales que se enriquecían con comisiones en la creciente corrupción administrativa. La dictadura fungía para el momento como un agente de paz laboral. Luego, en una segunda etapa, entra en contradicción con los empresarios por los crecientes endeudamientos debido a que su política de grandes obras se vio obstaculizada por el agotamiento de los recursos financieros. Las contrataciones se retrazaban en pagos. El gobierno había adoptado el sistema de pagarés y bonos con los cuales los inversionistas negociaban con la bolsa de Nueva York; ésta al no poder hacerlos efectivo presionaba a los capitalistas venezolanos amenazándolos con cortarles créditos y asistencia.  Los empresarios criollos empiezan a encarar  al gobierno hasta incorporarse activamente a las luchas antiperejimenistas.

Un elemento que caracteriza la crisis socio-económica en 1958, es el colapso por la baja de los precios del petróleo. Esto redunda en la paralización de la política de cemento armado. El ingreso fiscal se desploma, desaparecen las obras públicas, se enrarecen los créditos a la industria y a la agricultura. Una pausa domina el panorama económico. Este proceso recesivo hace que disminuya la gratuidad de la enseñanza y se instrumente un Estado de represión con graves violaciones a los derechos humanos.

Esta situación recesiva acentúa el desempleo, la quiebra de numerosas empresas de la construcción y el cierre de múltiples negocios. Con ello, empieza una creciente presión popular por sus reivindicaciones, a la vez, el perezjimenismo sufría un proceso de desprestigio que le restaba poder político y credibilidad. En esos días de crisis, ya la socialdemocracia gestaba en los EE.UU., el Pacto de Nueva York, firmado el 20 de enero del 58 entre Jóvito, Caldera, Betancourt y el Secretario de Estado Norteamericano Fuster Dulles, cuyos acuerdos principales eran evitar que los comunistas tomaran el poder y que las transnacionales tuvieran participación en las empresas del Estado Venezolano.

Para este momento, el Buró Político del PCV manejaba una concepción “etapista” del proceso: afirmaban que no había finalizado, o no se había logrado, una revolución burguesa; en consecuencia, no pensaban en una revolución socialista. El esquema que se planteaban tenía que ver con el pacto con la llamada “burguesía nacional”, la cual modernizaría creando un proletariado industrial, sin el cual no sería posible tener a los sepultureros del capitalismo. El Buró Político consideraba que el proceso tendría que ver con la toma del poder por la burguesía, teniendo ésta que enfrentarse al imperialismo posteriormente por competencias de mercado, y luego, lograda la independencia, se iniciaría otro proceso de lucha por el socialismo. Para el PCV, el pueblo y sus expectativas debían esperar. Para este fin, se traza una política de “Unidad Nacional” (Unidad por encima de las clases) y diferentes búsquedas para lograr una estabilidad democrática.

Esta vanguardia política no cumplió a cabalidad con su misión histórica. Se limitaba a plantear el derrocamiento de la dictadura en detrimento de una visión estratégica que abriera horizontes al auge de masas. No sistematizó un Programa de lucha y menos instrumentó la autonomía de clase. Se era vanguardia política, más no vanguardia revolucionaria, al no preparar las distintas formas de lucha para disputarle el poder al imperio, y al bloque burguesía-terrateniente.

Como producto de estas apreciaciones, se gestan dos corrientes dentro de la izquierda: una, planteaba la defensa del sistema democrático y otra, proponía ampliar la plataforma de lucha, tomando en cuenta lo que consideraban un doble poder que existía en el país, siendo la Junta Patriótica uno de ellos. Anselmo Natale, en entrevista con Agustín Blanco, afirma que el llamado del PCV al advenimiento del pacto patronal es su decisión de aplazar toda aspiración popular de mayores contenidos reivindicativos, porque “se planteaba el robustecimiento de la democracia conquistada, el fortalecimiento de la misma, su perfeccionamiento por la vía electoral, constitucional, a consecuencia de ello, el partido se traza como objetivo fundamental ir a elecciones.”

Ya la cooptación había empezado a funcionar cuando, para eliminar ese paralelismo. la Junta de Gobierno, insta a la Junta Patriótica, a que amplíe su composición. Ya los señores del dinero habían pactado con los sectores militares para que presionaran por su inclusión. La burguesía, que sí sabía lo que quería, incorpora a Blas Lamberti, a Eugenio Mendoza, a Andrés Boulton, Vicente Lecuna y al pupilo político Raúl Leoni, con los cuales se empieza a neutralizar el llamado “Espíritu del 23 de enero”, que no era más que las aspiraciones de profundización de la democracia; radicalización que estaba muy cercana al socialismo como proyecto histórico. Es de hacer notar, que la Junta patriótica nunca exigió estar representada en la Junta de Gobierno, con lo que se ratifica la ausencia de una mentalidad de poder,

El 23 de enero fue una insurrección popular y militar, donde la calle superó a las organizaciones. La gente sentía un poco, que comenzaba una nueva vida, y que todo era posible. Era un rechazo popular abierto contra el recordado fraude de una dictadura personalista apoyada en la Seguridad Nacional, dirigida por el esbirro Pedro Estrada. Mientras el pueblo saqueaba e incendiaba las quintas de los sostenedores de la dictadura, mataba hasta sus perros guardianes, y ajusticiaba a los torturadores, tendencias dominantes en el  PCV creaban escudos protectores llamando a la “calma y cordura”. La precipitada convocatoria a elecciones no fue más que la directriz de la burguesía y el imperialismo de frenar el auge popular. Días antes, ya la burguesía había propuesto una tregua sindical para “evitar conflictos laborales” que obstruyeran el sistema democrático naciente. Desde entonces la figura de “ahí viene el lobo” prefiguró la conciliación postergando cualquier intento de radicalizar la lucha, so peligro de la vuelta del perezjimenismo.

Los días de enero de 1958, habían creado un clima de libertades sin precedentes. El pueblo hacía valer su voluntad en la mentada democracia de calle. La visita del Vicepresidente de los Estados Unidos Richard Nixon, quien aspiraba llegar al Panteón Nacional, fue impedida por manifestantes. Este episodio significó la movilización intimidatoria de tropas yanquis hacia el Caribe, amenazando nuestra soberanía y enardeciendo más a nuestra gente. Bajo ese arrojo el pueblo revocaba funcionarios entristas con densas manifestaciones al Palacio de Miraflores. El aparato represivo estaba descompuesto, la policía perezjimenista estaba desmantelada, el gorilaje militar se encontraba neutralizado y aislado. El pueblo no quería seguir viviendo a la antigua. Pero este flujo revolucionario fue truncado por la concepción mecanicista del stalinismo pecevista de buscar una “burguesía nacional que finalmente, decían, sería antiimperialista y “progresista”.

Los remitidos recopilados por José Agustín Catalá, testimonian la voluntad mayoritaria de un pueblo. Manifiestos de estudiantes de secundaria y universidades, Colegios de ingenieros, de abogados, de médicos, de farmaceutas, Comité Cívico de Liberación Nacional, del Frente Obrero de la Junta Patriótica, Manifiestos de las madres, de desempleados, de empleados petroleros; cada cual desde su trinchera denunciaba y planteaba cartas de luchas y aspiraciones, que sintetizadas, podrían ser parte de un Programa popular del momento. Unido a estos manifiestos, está un poema titulado Mensaje de ultratumba de Andrés Eloy Blanco, que en uno de sus versos le dice al Dictador: “Le robaste la palabra, la libertad de elección, las cuerdas de su guitarra y su orgullo de varón.” Las condiciones objetivas y subjetivas estaban dadas, pero se siguió esperando, tan igual que ahora, el asalto al cielo.

La dictadura ya no le era útil a los EE.UU. El funcionalismo gringo, bajo la teoría del péndulo, de la tiranía empezó a apoyar las democracias formales, como una forma más sofisticada de la dictadura del capital. Bajo esta apariencia, una oligarquía político-patronal tutela a los partidos políticos, en un bloque de poder bipartidista, tan igual a USA. Sobre el resto funcionaría la cooptación sindical, un movimiento agrario tutelado, unas Fuerzas Armadas adiestradas bajo la conducción de la Escuela de las Américas, todo ello muy parecido a una sociedad de cómplices. La cultura de la corrupción arropó a todo el funcionariato servil, avalada por intelectuales inofensivos, a la sombra del populismo. Fue otra dictadura que duró 40 años, cuyo fin último representaba la creación de un país dependiente y neocolonial.

Betancourt gana las elecciones en el país, excepto en Caracas y los estados centrales. En recuerdo del aislamiento de la Comuna de París, Gustavo Machado llama a la calma y al reconocimiento de las instituciones democráticas. Ya su partido había apoyado electoralmente a Wolfgang Larrazábal, aún cuando éste se había declarado públicamente anticomunista. Rómulo, por su parte, busca aislar y segregar a los comunistas, con lo que empieza a fraguarse un cambio en la política mantenida por el PCV. Se inicia el período de la llamada lucha armada; en ello también influye el efecto que tenía sobre la izquierda el triunfo de la revolución cubana.

Una buena parte de autores caracteriza el 23 de enero como una revolución burguesa. Situación discutible por cuanto, si bien la burguesía tomó el control del Estado, no llevó a cabo la democratización de la tierra, tan necesaria para dotarse de materia prima diversificada para sus industrias. Esto, si hubiera sido una burguesía industrial que de verdad necesitara tales insumos, pero como nuestro proceso de industrialización estuvo basado en la sustitución de importaciones, cuyo esfuerzo final “nacional” no era más que el ensamblaje de piezas, es decir, una falsa industrialización, poco necesitó de una real Reforma Agraria. Al contrario de esta necesidad histórica, se apuntaló el latifundio monoproductor, se firmaron tratados desventajosos de intercambio comercial desigual que conllevaros a sucesivas quiebras la poca burguesía productiva que se había gestado.

En todo caso, no sería la primera vez que la burguesía tomara el control del Estado. Ya bajo la Revolución Restauradora, los banqueros Manuel Antonio Matos, José Antonio Velutini, entre otros, comprarían las acreencias de la deuda externa, asiéndose del control del Estado e influenciando decididamente los gobiernos de Castro y Gómez, empezando por la entrega de recursos como el asfalto que pasó a manos de los Estados Unidos.
Este breve balance nos ilustra que cualquier etapa que se considere superada no es mas que un proceso donde lo inconcluso domina sobre lo pendiente y lo por hacer. Y vendría la pregunta obligada: ¿Será que ahora, con todo el saldo acumulado victorioso, tampoco daremos el salto cualitativo?

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