Formamos un grupo de ánimas unidos por la sombra persistente del Libertador. Israel, curiosa y señora, Wekker Vegas abuelo de dos nietas, el sargento Rodríguez Graterol, Enrique Pestana y sus dos hijos morochos caminantes bolivarianos de claras veredas en procura de mañana mejores y yo, cronista de su excelencia. Vamos, en derechura por los altos páramos andinos y los mismos vientos, los mismos helados y persistentes vientos que viajan por los agrestes caminos que van a Timotes nos repiten la historia del perro Nevado, aquel hermoso animal que, cuando paso Bolívar por el actual Estado Mérida, en una brumosa tarde de 1813, en una casa que llamaban de Moconoque y quedaban a unos cinco kilómetros y medio de la villa de Mucuchíes, le regaló el señor Vicente Pino y que convirtió en uno de los mejores compañeros. El perro se llamaba Nevado, como de nieve de lo blanco que era. Era un perro de raza Mucuchíes, heredero del mastín de los pirineos traídos al país por los sacerdotes que fundaron la ciudad de Mucuchíes para que cuidaran los grandes rebaños de ovejas que importaban de España. Perros de gran tamaño, valientes, fuertes, inteligentes y ágiles llegaban a defender los rebaños de los depredadores como el oso y el lobo. Con el paso del tiempo la raza pura del pirineo llegó a ser nuestro Mucuchíes, de la misma raza que Nevado el perro del Libertador que correteaba, alegre al lado del alto caballo de guerra de Simón Bolívar. Quiso Bolívar que alguien lo cuidara y logró saber que se había incorporado a la tropa del Coronel Vicente Campo Elías, un indio mucuchero llamado Tinjacá, que era criado del señor Pino y demás amaba a los perros y conocía a nevado. Y Bolívar, como nosotros ahora, unió su ánima a la del indio y con el perro formaron una hermosa trinidad que fue por los campos de batalla, por las ciudades y los campos como una imagen de la Libertad. Mucho lucharon los tres. Bolívar siempre primero, Nevado y Tinjacá, fiel y callado. No se perdió esa imagen de los dos. Allá en Mucuchíes, en la plaza Bolívar, acompañando al Libertador, Nevado y Tinjacá son bronces al lado del jefe de la revolución. Dicen que en las noches más frías, los hombres se bajan de la estatua, sueltan al perro y recuerdan. A lo mejor, en una de estas noches, la abuela Ernestina, la bisabuela de Isabel, se une al grupo de los dos y si los hombres no le contestan a lo mejor habla con Nevado. Pues si, amiguita Isabel, nevado existió. Fue con l Libertador por todo el país. Dicen que en mitad de la batalla Nevado ladraba tan alto que los hombres lo admiraban.; cuenta que cuando entró a Caracas en agosto de 18 las mujeres lo aplaudían y lo admiraban. Aseguran que muchas de las flores que le lanzaban a Bolívar le caían a Nevado y que el Libertador aseguraba que el perro se merecía aquellas flores. Hay muchas anécdotas pero yo no sé escribir largo y como sé que los hijos de Enrique e Isabel les deben leer poco, les haré breve la historia. Muchas batallas, sitios, derrotas, vida de campamento se echó encima Nevado y Tinjacá pero la misma vida le tendió al perro una celada mortal en el glorioso campo de Carabobo. Dicen que, después de la espléndida victoria militar como la llamó el Libertador porque Venezuela fue libre, se acercaron al Libertador dos de sus ayudantes y por semblante supo Bolívar que había malas noticias. --- ¿ Malas nuevas hoy?, preguntó Bolívar. --- Si, su Excelencia, Tinjacá está muy mal herido y Nevado también, dijo uno de los ayudantes indicando con el brazo hacia un sitio de la llanura. Dicen que Bolívar lanzó su caballo al galope y vio, al llegar donde estaban reunidos varios soldados a unos de los médicos curando a Tinjacá que atinó a decirle con los ojos llenos de lagrimas: Bolívar vio a Nevado ya muerto. El espeso pelo estaba tinto en sangre y el Libertador inmóvil nada decía. Tulio Febres Cordero, el eterno historiador de Mérida, cuenta que en sus ojos había brillado una lagrima de dolor muy grande. Nevado se lo merecía. |
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